Cada elección el PRI muestra su fragilidad electoral. No ha ganado una elección en años recientes, pierde territorio y algunos de sus mandatarios flirtean con López Obrador de manera poco decorosa, quien necesita no del partido, tampoco de sus mandatarios, sino de los votos legislativos para alcanzar la mayoría calificada. En el Senado, el PRI ha encontrado su identidad opositora; no es una fracción numerosa, pero allí hay mucho del mejor priismo. Serían más, pero Vanessa Rubio abandonó su curul; su suplente afín al oficialismo, una costosa baja especialmente si se consideran a las que se quedaron en el camino, entre otras Rosario Robles.

Para Alejandro Moreno y Rubén Moreira prevalecer en Hidalgo les va todo. Un error de cálculo, la elección ni siquiera está competida; sí la de Durango, que sería como bálsamo a partir del desastre tricolor. Quien no perdió de vista la posibilidad de ganar en su estado vecino fue el gobernador de Coahuila, Miguel Riquelme. Así, el resultado de las elecciones próximas puede modificar el mapa de poder del tricolor.

Moreno y Moreira se han apropiado del PRI. La derrota debería llevar a la renovación de la dirección nacional en su conjunto y el relevo en la coordinación de los diputados tricolores, especialmente, después del colaboracionismo de Rubén en la contrarreforma eléctrica. Al menos Alito a última hora corrigió.

El PRI debe renovarse. Tiene base electoral suficiente para mantenerse, incluso ganar presidencias municipales. De ganar Durango y muy probablemente Coahuila, el cambio apuntaría a quienes han tenido éxito, incluso ante la adversa situación y el legado de la peor campaña presidencial que hayan emprendido. Por cierto, la única capital que ganó Meade fue Saltillo y sus artífices fueron Riquelme y Manolo Jiménez, quien se perfila como el sucesor en Coahuila.

El Estado de México es otro de los territorios que no han conocido la alternancia. Morena se ha desgastado en los gobiernos municipales, y si es el caso de postular a la profesora Delfina Gómez, podría ser derrotada en una coalición PRI/PAN, nada sencillo de concertar, ya que ambos tienen precandidatos competitivos: Alejandra del Moral y Enrique Vargas, respectivamente.

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El PRI no está muerto, sí su cúpula dirigente y varios gobernadores que buscan medrar de los restos del partido. Alejandro Moreno fue una decepción y su desprestigio contrasta con el reconocimiento de José Narro Robles, quien le disputó la dirigencia. ¿Cuántos priistas se lamentan de haber apoyado al ex gobernador de Campeche? Todos, o casi. Su sometimiento a Rubén Moreira fue un error de proporciones graves. En lugar de afirmar su condición de oposición fuerte ante el régimen, en muchos temas se optó por ser comparsa de López Obrador por miedo, interés particular o confusión.

Difícil que la noche del domingo de 5 de junio sea de cuchillos largos en el ámbito del tricolor, sobre todo si Durango vota a favor de la alianza que encabeza Esteban Villegas. Los sondeos serios indican un resultado muy cerrado hasta el momento. Allí sí, la operación de campo puede hacer la diferencia. Marina Vitela, candidata de Morena, ha sido reconocida por eso.

Moreno y Moreira cargan con sus problemas, por cierto, nada menores. Además de la historia de venalidad a la que están asociados, en el caso del primero la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, ha hecho públicas grabaciones de su antecesor muy comprometedoras que abonan a la tesis de que el dirigente del PRI está lejos de un sentido honorable de la política.

Por su parte, Moreira ha tenido que lidiar con las expresiones peor que hostiles de Humberto Moreira, ex gobernador de Coahuila, a quien le tocó pagar alto precio por los pecados de Rubén. ¿Aguantarán resultados adversos y el desprestigio que les acompaña? La solución apunta al Senado, a Toluca y a Saltillo.