Las Fuerzas Armadas son el último recurso en materia de seguridad para atender amenazas graves. Su diseño originalmente tenía que ver con proteger al país de cualquier intromisión extranjera para preservar la seguridad nacional , aunque desde hace décadas, la realidad supera a la Constitución pues la milicia recorre las calles y se encarga de lo más básico. Su formación es de obediencia estricta y acatan órdenes sin oportunidad de aplicar criterios diferenciados a las situaciones. Simple y sencillamente, obediencia ante lo que les digan que es una “amenaza”.

Su jerarquía es nacional, su máxima comandante es quien tiene la titularidad de la presidencia. Su estructura es federal y a su vez, integran la Guardia Nacional y tienen mandos en cada entidad cuya colaboración es con gobernadores y jefatura de Gobierno. La intervención que tienen se acota a colaboraciones y solicitudes específicas que atienden, nuevamente, a jerarquías. A diferencia de la policía, que puede ser llamada por cualquier ciudadano y que cada alcaldía tiene un cuerpo policiaco propio, los integrantes del ejército típicamente no acuden para verificar temas administrativos de un concierto o evento cultural, menos cuando no hay incidentes.

Ese es el contexto para lo sucedido durante el viernes en la Ciudad de México. Un síntoma de la profunda escisión que pasa factura a los gobernados pues tras la presencia militar en Multiforo Alicia, espacio cultural de resistencia radical política, cuando un concierto fue desalojado irregularmente, autoridades de todos los niveles han publicado comunicados desconociendo la orden y deslindándose de la misma.

Nadie es responsable y nadie sale a encarar quien o por que se ordenó el uso desproporcionado de la fuerza de un grupo de militares junto con policía capitalina portando enormes armas, como si se tratara de cualquier episodio criminal de alto riesgo.

Esto a tan solo dos semanas del asesinato del equipo más cercano de la Jefa de Gobierno, Clara Brugada.

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Las tensiones se encuentran rebasadas por la realidad. No hay justificación para que la materia más sensible parezca en un vacío sin líneas directas y sin conocimiento de quienes gobiernan.

¿Se trataba del cantante y su historial de lucha? ¿Era una simple provocación para el caos?¿Quién busca la inestabilidad del gobierno capitalino?

¿Es culpa de quien sacó al ejército de los cuarteles para realizar actividades de seguridad pública o en realidad, de quienes no tienen idea de lo que sucede en sus territorios? ¿Se manda solo el ejército y deberían preocuparse las civiles que gobiernan?

Pensemos en el cantante y activista que posiblemente era objetivo ideológico de alguna secta militar que se autogobierna. Cuando Fermín Muguruza toma un micrófono, no lo hace para complacer al poder. Desde el antifascismo, su música es rebeldía denuncia, que incomoda, exprime la memoria y reclama en ritmo de skapunk.

Muguruza no es un artista más. Es un activista que ha sido perseguido. Es un referente global de la contracultura qué lucha por los derechos de los pueblos oprimidos, un símbolo incómodo para quienes todavía creen que la censura puede silenciar la verdad. Su relación con México ha sido profunda y solidaria, desde los años 90, cuando el Alicia lo recibió por primera vez.

Hoy lo que hay es confusión originada desde autoridades sin coordinación. Lo más preocupante es el silencio que acompaña estas acciones. La alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, se deslindó rápidamente, asegurando no haber ordenado el operativo. Es acusada de este caos a pesar de no tener competencias para convocar al ejército. La Secretaría de Seguridad Ciudadana, dirigida por Pablo Vázquez Camacho, relevó a los mandos implicados y anunció una investigación interna. ¿Y después? ¿Quién va a reparar el agravio a la comunidad cultural, al público, al propio Muguruza?

¿Quién da claridad sobre la línea de mando y la participación del ejército, de los elementos preparados para repeler al enemigo de un país utilizado en funciones básicas que tendrían que ser civiles? Con armas largas ante jóvenes cuya única arma aquella noche era la voz y los brincos, el pelo alborotado y el sudor.

Esto no va de política partidista. Va de represión. Va de entender que la cultura crítica molesta porque despierta. Porque conecta. Porque recuerda. Y por eso se le teme. El Alicia no es sólo un foro: es un bastión de resistencia. Y lo que ocurrió esa noche no puede ni debe normalizarse.

¿Cómo podemos aceptar que el ejército aparezca en cualquier episodio sin que aparentemente alguien le haya ordenado hacerlo? ¿Cómo podemos aceptar que ninguna autoridad supiera lo que estaba a punto de pasar?

¿Quién manda en la Ciudad de México?

No basta con investigar. Las amplias facultades del ejército son un error que no contiene la violencia y que exacerba la hostilidad de habitar en una ciudad que alguna vez fue refugio de pluralidad.

Hoy más que nunca, recordamos que la música es arma y refugio. Que el arte incomoda por una razón. Y que, como canta Muguruza: “Ez da kasualitatea, borroka da bidea” —“No es casualidad, la lucha es el camino”.

Ese camino sigue, con o sin permiso aunque ahora “resistir” no se distinga mucho de los tiempos en que la Ciudad era Departamento del Distrito Federal.