No me sorprende que lo que ha contrastado a Andrés Manuel López Obrador de Claudia Sheinbaum Pardo, virtual presidenta electa de México, ha sido la verdad. Porque mientras el primero ha hecho de su efigie un mito, cuyo pedestal se labró a base de mentiras y falacias; la segunda, una mujer, científica connotada, con un desempeño intachable en la administración pública, ha empezado a forjar su imagen a fuerza de coherencia y resultados. López Obrador es ruido. Sheinbaum Pardo es lógica. Andrés Manuel es barullo. Claudia es inteligencia.
El sexenio agoniza. En el ocaso agónico del obradorato, el tabasqueño inyecta brío al entusiasmo autodestructivo que lo caracteriza cuando cede a sus demonios y lo ahogan sus angustias. Fiel y leal a su mentor político, Luis Echeverría Álvarez, AMLO pretende causar mayor aflicción y destrucción en sus últimos cien días de gobierno que toda la miseria que nos inculcó en todo un sexenio. Con su diatriba demagoga y embustera, ha provocado turbulencias financieras que amenazan con obstaculizar el proyecto entrante de su sucesora.
Preocupa que este conato de sabotaje que se perfila desde Palacio Nacional contra la próxima administración tenga como origen la megalomanía demencial del autócrata. Aterra que, en su tiránica senectud, el presidente de la república quiera regatearle a Claudia Sheinbaum el pedazo de historia que ambos compartirán. No me sorprendería que quien se autoproclama histórico sea mezquino hasta en el hecho de coincidir con su correligionaria y otrora candidata en este momentum sin precedentes. Andrés Manuel, si pudiera, monopolizaría la historia.
El problema es que la falacia sigue siendo el flagelo de nuestra realidad política actual. Este régimen ha hecho de la falacia su espada discursiva. La mitocracia es eso: una mentira que devino gobierno.
Es un hecho que el paquete de reformas que comprende el denominado por el oficialismo como Plan C representa un peligro para el país. Y no me refiero a valores y principios abstractos e impalpables —a diferencia de las limosnas— como libertad y democracia. Estoy hablando de estabilidad económica. Los riesgos son latentes e innegables. Si el concepto de república pudiese antojarse complejo, el hambre resultaría mucho más fácil de explicar.
Cuesta trabajo comprender a quienes alientan la destrucción de México. No es un tema del salario de los ministros. Pero la rabia y el resentimiento ha cegado a millones. No es materia de lucha de clases el dinamitar nuestro sistema judicial. Tampoco, por supuesto, tiene nada que ver con la justicia. La realidad es que estas reformas son eco del revanchismo y el rencor incurable de Andrés Manuel López Obrador. Es su venganza contra quienes no se alinearon a sus caprichos infantiles e ignorantes. De eso se da cuenta el mundo. Por eso nos castiga.
Muchos piensan que el triunfo electoral colosal del oficialismo en los pasados comicios federales legitima al presidente para que éste haga realidad sus sueños, que son la pesadilla de millones. El problema es que la razón no se alcanza con la suma de voluntades. La verdad es, incluso, algo mucho más complicado que la correspondencia entre los hechos y la realidad. Además no votaron al tabasqueño. No. Eso ya lo entendieron Claudia Sheinbaum y su equipo.
Además, estrictamente hablando, los votos de la doctora legitimarían su agenda de gobierno y no la del actual presidente. Esperemos que a los oficialistas no se les caiga la máscara de feministas y se muestren desnudos tal cual son: idólatras de un hombre con delirios de grandeza. Ojalá y no hayan votado anhelando una reelección por interpósita persona. Fariseos y machistas.
Que la sensatez y brillantez de Claudia Sheinbaum se opongan a la locura irresponsable del culto a la personalidad y del fanatismo mentecato de quienes, lejos de legislar, siguen indicaciones; de quienes, más que integrar un poder, comprenden una feligresía. Urge que acabe el sexenio. Ojalá que termine sin contratiempos; y que todo esto, también, se quede en ruido y nada más.
X: @HECavazosA