Han pasado dos días desde la derrota de las oposiciones en el Estado de México. La situación no ha cambiado mucho. Los dirigentes de los partidos que conforman la alianza PRI, PAN y PRD, se han desvivido en excusas y justificaciones. La repartición de culpas se ha tornado una cantaleta interminable. No ha habido autocrítica ni se han responsabilizado los liderazgos derrotados. Las hipótesis absurdas mediante las cuales pretenden explicar el fracaso resuenan en redes sociales y medios de comunicación tradicionales. Pero toda la palabrería se dirige inevitablemente al naufragio. Los pretextos se antojan patéticos. La desilusión de la ciudadanía no será compensada con sus falsas tribulaciones y lamentos.
Imposible creerles una palabra a los presidentes de Acción Nacional y de los partidos Revolucionario Institucional y de la Revolución Democrática. El priista se maneja cual veleta ideológica y con aires monárquicos. La realidad es que no pasa de un bribón. El panista es una caricatura; y el perredista está ahí para llenar el hueco con la sombra de un partido que pretendía democratizar la revolución mexicana, pero que acabó permitiéndole a dos caudillos—Cárdenas y López Obrador— y luego al cacicazgo de Nueva Izquierda que monopolizaran el proyecto.
Si tuvieran dignidad Alejandro Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano ya habrían renunciado, cedido la estafeta a la sociedad civil. Sin embargo, la ambición y la mezquindad de estos políticos incompetentes son lo único mayor a su ilusión de encontrar victorias en desastres contundentes. O en su intento de consolar a sus electores con cifras y politiquerías, terqueando en buscar buenas noticias en un panorama que para las oposiciones pinta de chascos y pérdidas de aquí al 2024.
Las únicas personas que merecen el respeto y los aplausos de la opinión pública son Alejandra del Moral, su equipo de campaña y todas las personas que promovieron el voto en el Edomex. Se hizo una buena campaña. Incluso se obtuvieron más votos de los que obtuvo el actual gobernador, Alfredo de Mazo. Empero nada de esto puede ni debe ser atribuible a las dirigencias de los partidos.
No fue el abstencionismo lo que impidió que la aliancista antes referida ganara la gubernatura del Estado de México. No importa cuánto insistan en el tema. Lo cierto es que se trató un factor exógeno denominado lopezobradorismo. Un fenómeno político al que la oposición ha preferido darle la espalda o insistir en no entenderlo.
Si bien es cierto que una participación que hubiese rondado el 60% o más de participación ciudadana hubiera aumentado las probabilidades de éxito de la campaña de del Moral; no obstante, también es cierto que Delfina Gómez encabezaba todas las encuestas. Quizás tampoco hubiera dado tiempo para realmente alcanzarla. Consecuentemente, las oposiciones deben llevar a cabo un análisis más profundo y abstenerse de culpar a los electores de sus ruinas.
Ha llegado el momento de superar la negación. Es un hecho irrefutable la inmensa popularidad del presidente de México. Su imagen, su carisma, servirán de plataformas políticas y electorales para todos los candidatos del oficialismo. Si a eso le sumamos la maniobra perfectamente ejecutada de dictar agenda diariamente, de apropiarse de la narrativa nacional y de la polarización como estrategia, se debe comprender que la estrategia no ha de radicar en atizar las llamas que generan el discurso oficialista.
Los detractores de AMLO deberán de abstenerse de insultar a los simpatizantes del oficialismo. No puede insistirse en pensar que solamente quienes gozan de los programas sociales votan a favor de los candidatos de Morena; no se puede seguir en la necedad de que solamente a través de estructuras electorales y programas clientelares, los candidatos oficialistas obtienen sus votos. No. La gente vota por los candidatos del partido en el poder porque están contentos con quien lo ejerce y cómo lo hace. Son muchísimos millones que quieren a López Obrador.
Dicho esto, las oposiciones no pueden insistir en promover candidaturas que se presten al contraste, ni por lo social ni económico ni de imagen, que sirve al oficialismo para reforzar el mensaje, la falacia de falso dilema, el ellos contra nosotros. Por la vía polarizadora, el lopezobradorismo le gana a cualquier opositor por goliza. Es por esto que alternativas que hablan de dicotomías ideológicas como derecha e izquierda, no funcionarán.
Las oposiciones tendrán que buscar perfiles que generen empatía con todos los mexicanos y no nada más con las clases medias. Habrán de ser liderazgos impolutos, impecables. Pero, sobre todo, gallardos frente al poder; y que vengan de la sociedad civil, impulsados por ésta, como las mareas moradas, rosas. De esas aguas tendrán que surgir quienes pretendan competir contra Morena. No de los políticos de siempre; de los partidos de siempre. Porque eso sería darle la razón a Andrés Manuel.