Hablemos de “palabrotas”, “groserías”, “leperadas”, de insultos, que para ello los mexicanos nos pintamos muy bien.

En nuestro país el uso de las groserías tiene connotaciones tanto sexuales, como sexistas y de poder, sin olvidar aquellas que ofenden a lo más sagrado dentro del ámbito familiar: la madre.

Hoy, tanto en la esfera pública como en la privada, usamos las “leperadas” de forma cotidiana sin que nadie se espante. Sin embargo, la palabra lépero tiene algunos de los siguientes significados peyorativos: grosero, pobre, indecente. En el México de tiempos de la Conquista española se decía que un lépero era un mestizo, considerado “lo peor de los españoles”, y lo peor de los indígenas, de ahí que decir leperadas se asocia a personas de poca educación o cultura y también de poca escala social.

En nuestro país una de las “palabrotas” más usadas es “chingar”, usándose cotidianamente para decir que alguien abusó de una persona o circunstancia, pero también tiene connotaciones de violencia, tanto física como sexual.

Chingar, además, es sinónimo de poder o superioridad, por eso decimos que fulano o fulana es un chingón o una chingona.

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Vale la pena leer, si no se ha hecho, el apartado que sobre este término nos regala el maestro Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad, donde incluso define el término como una “voz mágica”.

Veamos algunas líneas;

“La pluralidad de significaciones no impide que la idea de agresión en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar, zaherir, hasta el de violar, desgarrar y matar se presente siempre como significado último. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro. Y también, herir, rasgar, violar cuerpos, almas, objetos, destruir. Cuando algo se rompe, decimos: “se chingó”. Cuando alguien ejecuta un acto desmesurado y contra las reglas, comentamos: “hizo una chingadera”.

Laberinto de la Soledad, Octavio Paz

Xóchitl, la “chingona” que se iba a “chingar” al PRI

El momento crucial que vivimos en México en vísperas de la elección presidencial del próximo año, nos lleva a reflexionar en torno al lenguaje utilizado por una de las dos mujeres que ocupan los titulares de las noticias: Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum.

La primera ha sido elegida por el bloque opositor denominado Frente Amplio por México y la segunda compite con sus compañeros de partido para ser la candidata de Morena, llevando la delantera en las encuestas.

Las hemos visto, a ambas, tanto en eventos públicos como en entrevistas para diferentes medios de comunicación, pero en debates con otros aspirantes al mismo cargo, solo a la senadora panista Xóchitl Gálvez, quien fue exhibida en varios momentos por su limitado uso del lenguaje.

Pero a Gálvez sí la hemos escuchado, desde hace mucho, decir “leperadas”.

Son muchos los psicólogos que coinciden al decir que las groserías o “palabrotas” responden a un estímulo cerebral asociado al miedo o a los deseos de salir corriendo de una situación que no nos es favorable. Es también una respuesta al estrés o una respuesta instintiva ante una descarga de adrenalina. En cada caso, habría que contextualizar el uso de las “leperadas”.

En el ámbito privado, por ejemplo, habiéndose roto la barrera en que la mujer es confinada exclusivamente al mismo, las relaciones de pareja han generalizado el uso de groserías tanto en las discusiones como de manera habitual, normal e incluso íntima, existiendo notorias diferencias entre cada una.

Si se discute, se levanta la voz, se grita incluso, una mujer puede “mentar madres”, decir “chingadazos” y hacerlo en tono ofensivo para demostrar tener la razón y sobre todo, tener el poder. Con una leperada, se ningunea al otro, “se pendejea” o incluso se burla. Pero el poder no se deriva de las groserías; en realidad son los gritos los que al calor de una discusión los que nos indica ese deseo de “ganar la batalla”. Y a veces se grita cuando el argumento o la razón brillan por su ausencia.

En la esfera pública las cosas no son muy distintas.

Siendo ahora que las mujeres nadamos como pez en el agua en un mundo que antes era dominado por los hombres habría que preguntarse si el uso o abuso de malas palabras en la vida pública y política nos resta o nos da poder.

No estoy negando, en modo alguno, el derecho de expresarse como le plazca a cada quien, pero en la escena pública el buen uso del lenguaje es fundamental. Hablar bien, en forma correcta, es sinónimo de respeto.

Las expresiones de la senadora panista Xóchitl Gálvez, que a algunos puede causar risa, en realidad nos indican mucho más de lo que a simple vista se aprecia.

Me llamó mucho la atención que ayer en redes sociales se desempolvó un video en que Xóchitl le daba palos a una piñata y decía que se “iba a chingar al PRI”.

Hoy circuló una entrevista con la periodista Adela Micha en la que Gálvez se definió a sí misma como “chingona” y aseguró que va a “enfrentar a los machos” en las próximas elecciones.

En el primer ejemplo, donde Xóchitl asegura que se va a “chingar al PRI”, el verbo “chingar” (sí, es verbo, aceptado por la Real Academia Española) tiene la acepción de “vencer”, de nuevo asociado a “poder”, es decir, a derrotar a alguien o algo antagónico. Yo te ofendo, te desarmo y gano.

No discutiré lo que es obvio: Xóchitl no se “chingó” a nadie, pues desde hace dos días convive con el otrora adversario en absurdo maridaje, permitiendo que incluso se le levantara la mano como abanderada de una coalición mayoritariamente machista.

La actitud de Gálvez dejó mucho qué desear pues traicionó no solo los ideales de su partido, enemigo desde siempre del Revolucionario Institucional; Xóchitl se dio un balazo en el pie y se llevó “entre las patas” a millones de mujeres que en México que no deseamos continuar bajo el yugo masculino, arrodillándose ante el priismo.

¿En realidad fue al revés y el PRI “se chingó” a Xóchitl? Queda para la reflexión.

En la charla que sostuvo con Adela Micha la senadora blanquiazul ésta se autodefinió como “chingona”, usando en este caso el verbo como adjetivo que denota, como dice Octavio Paz en la obra arriba citada, “ser muy capaz”, “muy bueno en algo”, o ser mejor que otro u otra.

Este autoelogio fue el columpio del cual se colgó para adelantar que irá contra los machos, pero no sólo eso, para advertir que no se dejará de nadie, incluyendo al presidente López Obrador, a quien amagó con denunciar si se mete con ella durante el proceso electoral.

Xóchitl se curó desde ahorita en salud.

Ser tan “chingona” implica, desde su óptica, que podrá demandar, azuzar, incomodar o incluso reprimir o callar voces incómodas.

Podríamos disentir diciendo que “ser chingona” no necesariamente implica ser valiente o más capaz que otros. Auto elogiarse en tono amenazante puede evidenciar estar a la defensiva o incluso, tener temor.

“Los humanos también tenemos conductas que indican preparación para el ataque. Aunque, si usamos las groserías en una situación de amenaza lo más seguro es que no nos ayuden, ni tampoco tomemos una decisión efectiva para manejarla”

La cita anterior es tomada de un ensayo publicado por la UNAM titulado “Groserías, analizadas desde el cerebro y la psicología” y es solo un fragmento de lo que Michel Olguín Lacunza pregunta al reconocido doctor y catedrático Gerardo Sánchez Dinorín respecto al uso de las malas palabras desde el punto de vista psicológico..

¿Se siente amenazada Xóchitl Gálvez por lo que dice de ella el primer mandatario en sus conferencias mañaneras? ¿Está indecisa o temerosa ante el machismo opresor que existe en nuestro país, pese a que ella misma aceptó la sumisión al mismo?

Brincar de lo doméstico a la esfera pública y competir en un ambiente mayoritariamente masculino como es la política no es tan fácil como parece. No, si no se está preparada.

De ahí puede entenderse el uso del lenguaje soez.

Y no es que abogue por el trasnochado “calladita te ves más bonita”, por supuesto que no.

Pero competir por un puesto de tal relevancia como la presidencia de un país implica aceptar desde ya la crítica, incluso la burla, venga de un hombre o de una mujer.

¿Groserías en lo público o en lo privado?

Me extendí en explicar el uso de “palabrotas” en el ámbito privado o doméstico para brincar a lo público para entender que aunque muchos defendamos las palabras altisonantes y haya quien incluso asegure que usarlas demuestra ser inteligente o capaz en lo público, en una campaña presidencial su uso está de más.

Los posibles votantes que esperamos con ansia la postulación y el triunfo de una mujer en la presidencia de México no necesitamos escuchar leperadas para elegir. Urge, eso sí, debates serios, documentados, propuestas viables, convencer.

No es cosa menor que una mujer nos gobierne, por ello, el discurso deberá estar exento de majaderías pues éstas no le dan más poder a nadie en lo público. En lo privado, cada quién sabrá.

En cuanto a lo mediático las mentadas y el mal uso del lenguaje no carece de impacto, pero hasta ahí. Ya tuvimos hace 23 años un payaso fanfarrón que sin propuestas llegó al poder solo por el hartazgo de un partido aposentado varias décadas en el gobierno.

Hoy el hartazgo del machismo y la idea de una llegada a la presidencia nos emociona, pero hay que estar atentos y atentas para elegir. No cometamos otro terrible error.