Lo ocurrido la semana pasada en materia legislativa fue un atropello contra nuestra democracia.
Por órdenes del presidente de la República, los senadores oficialistas aprobaron cerca de 20 iniciativas en un par de horas.
No se analizaron los proyectos, ni se debatieron ni se estudiaron.
Se ponderó al capricho presidencial por encima de la representatividad política. Indiferentes al principio de separación de poderes, los legisladores del oficialismo optaron por complacer al Ejecutivo, sin tomar en consideración los valores democráticos ni las necesidades de las mayorías.
Además, la forma en que se hizo fue rayano en lo tramposa; pues se sesionó en sitio diverso, sin la presencia de la oposición. Una canallada.
Sorprendió que todo esto haya sido permitido por un senador que, si bien oficialista; no obstante, hasta entonces se había destacado por encarnar un puente comunicativo con los opositores, como balancín ideológico y de mesura entre los simpatizantes del régimen: el coordinador de la bancada de Morena en el Senado, Ricardo Monreal Ávila.
Luego salió una foto donde Monreal Ávila salía junto a los otros aspirantes a la candidatura presidencial morenista en compañía del presidente.
El asalto legislativo empezaba a encontrar justificación.
Con tal de salir en la mentada foto, Monreal atentó contra la democracia.
Qué manera de homenajear la frase inmortal del andaluz, Alfonso Guerra González, de: “¡El que se mueve, no sale en la foto!”.
Pero también homenajeó a Fidel Velázquez, quien interpretó dicho enunciado como la necesidad de los políticos de ser lambiscones y zalameros para recibir algo a cambio del jefe en turno.
Surge la interrogante en cuanto a si hubo algún tipo de permuta o acuerdo político para que se haya sesionado tal y como se hizo atendiendo la línea de AMLO.
Sin embargo, a la fecha todo indica que sus mismos correligionarios lo destituirán como coordinador parlamentario y que con estos sucesos, Ricardo Monreal Ávila se cerró las puertas a eventuales candidaturas ofrecidas por la oposición.
Por otro lado, falta que la Suprema Corte de Justicia no vuelva a materializar un obstáculo frente a los embates legislativos de los oficialistas, contra las ocurrencias presidenciales y vuelva a fungir como la verdadera tutelar de nuestra democracia en la actualidad.
De ser así, la ignominia de Monreal habría sido en vano.
Y acabará como el perro de las dos tortas.