Hoy en México, quizás más que nunca, se difunden mentiras y falsas verdades con mayor virulencia, tanto por parte del oficialismo como de la oposición. En estas líneas me refiero sucintamente a algunos de los primeros.
Los medios de comunicación, principalmente a través de sus redes sociales y YouTube, invitan a los voceros del oficialismo a participar en sus programas. Lo hacen en el espíritu de ser incluyentes y de dar espacio a todas las voces políticas del país.
Estos voceros, trátese de simpatizantes, legisladores o individuos con intereses particulares, se dan a la tarea de hacer propaganda política y de exaltar las “bendiciones” traídas por la 4T.
Sin embargo, a pesar de su apasionamiento, lo hacen mediante medias verdades que bien podrían resultar convincentes para los ciudadanos que no son especialistas, o simplemente, que no son versados en el tema.
Me refiero a unos cuantos. Arturo Ávila. Este diputado de Morena, cuyo nombre ha surgido en los últimos meses derivado de ser el vocero de su partido, asiste a programas de debate todos los días. En ellos, repite los eslóganes morenistas, mezcla mentiras con verdades, tergiversa realidades, juega mañosamente con cifras y termina defendiendo lo que en un contexto normal resultaría indefendible.
Otra es Julieta Ramírez. Esta senadora, que ha sido una de las principales propagandistas de la reforma judicial, defiende a ultranza cualquier iniciativa surgida de su partido, trátese de la prohibición de vapeadores o la desaparición de organismos autónomos, entre otros asuntos. Lo hace, empero, mediante una tergiversación de la verdad con cifras incompletas y envueltas en las máximas morenistas dirigidas a presentar a Morena como un partido distinto de los “corruptos” del PRIAN.
Eduardo Andrade. En tanto que abogado constitucionalista que pretende ser ministro de la Corte, elabora argumentos jurídicos que pretenden legitimar cualquier acción o reforma surgida del oficialismo; sea la defensa de Yasmín Esquivel, la sobre representación o el embate en contra de la democracia constitucional.
Se celebra la libertad de opinión y el hecho de vivir en un país donde cada voz política tiene su oportunidad y su espacio. Sin embargo, la politización ha conducido a que los propagandistas recurran a las más bajas artimañas discursivas.
La opinión pública nacional está contaminada y los mexicanos deben ser cautelosos. Los voceros del oficialismo se han sofisticado. Eso los hace más creíbles frente a la electorado general, y si se quiere, más efectivos.