No es novedad en el mundo que los recintos legislativos sean escenarios de discusiones pendencieras que conduzcan ocasionalmente a insultos personales o quizás golpes.

Sin embargo, esta clase de espectáculos ajenos a cualquier tipo de civilidad política que debe caracterizar a un Congreso normalmente queda limitada a las asambleas populares, es decir, a las cámaras de representantes o de diputados.

El Senado, por historia que data desde tiempos de la República romana, se ha distinguido de las asambleas populares por contar con hombres y mujeres mayores de edad cuya responsabilidad descansa, además de fungir como colegislador, en altas funciones de Estado, tales como ratificar tratados internacionales y nombramientos de altos mandos de las Fuerzas Armadas, embajadores, seleccionar ministros de la Corte, así como emitir recomendaciones al Ejecutivo en materia de política exterior, entre otros.

Por lo anterior el Senado suele llamarse “cámara alta” con la intención de diferenciarse de los diputados. Ello no significa que la Cámara Baja se encuentre por debajo en sentido jerárquico, sino que el primero, como he señalado, realiza altas funciones de Estado.

La vergonzosa escena del jueves pasado en el Senado de la República ha mostrado un signo más de la decadencia de esa cámara. Adán Augusto López, fuerza detrás del chantaje perverso perpetrado contra Miguel Ángel Yunes, y principal operador de la maquinaria oficialista, increpó violentamente a los senadores Enrique del Villar y Mario Vázquez tras los señalamientos de este último contra el apóstata del PAN.

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Este espectáculo resultaría anecdótico si se tratase de un asunto aislado. Sin embargo, es una muestra más de cómo el Senado morenista se ha convertido en la sede de querellas, operación de mafias y búsqueda vulgar de intereses mezquinos por parte de una pandilla de legisladores.

Otro suceso lamentable ha sido protagonizado por Gerardo Fernández Noroña y Javier Corral, tras la decisión de este último de votar en contra de la desaparición de los organismos autónomos. Noroña, erigido en dueño de la única verdad, reclamó a su colega de partido que fuese “malagradecido” en un acto de autoritarismo frente a la libre voluntad del chihuahuense de votar según su conciencia.

México adolece hoy de una clase política vulgar que mira hacia cualquier sitio menos en dirección de los intereses de los mexicanos.