Duro golpe ha recibido el periodismo mexicano con los audios del dirigente del PRI, Alejandro Alito Moreno, difundidos por la gobernadora de Campeche, Layda Sansores. Lo que hemos escuchado no solo lastima el prestigio de una empresa mediática y a unos cuantos periodistas conocidos. Aceptemos las cosas como son: el daño es para toda la industria.
La culpa ni siquiera la tiene Alito —este personaje impresentable solo ha jugado con las reglas sucias de un oficio, el periodístico, echado a perder—, y menos todavía podemos responsabilizar a la gobernadora Sansores.
Los culpables de la ruina del periodismo nacional somos quienes lo practicamos en las posiciones relevantes: propietarios, directores, columnistas, conductores de noticieros. Obviamente no se puede responsabilizar a la mayoría de los y las periodistas, pero sí a quienes nos movemos arriba en las estructuras mediáticas.
Debo subrayar que no todo se pudrió entre quienes mandan en los medios o cuentan con espacios privilegiados para opinar. Sin duda hay excepciones —mujeres, casi todas— y en algún momento, con más calma, deberán ser reconocidas. Ahora lo importante es aceptar que ese periodismo maloliente está moribundo.
Ya estaban en crisis los medios de nuestro país porque el presidente AMLO no ha dejado de exhibir sus excesos, así que el trancazo propinado por la señora Sansores parece el tiro de gracia.
Morirá pronto el periodismo arrogante y protervo que hemos practicado todos —reitero, con honrosas excepciones—.
Esa es la buena noticia, pero hay otra todavía mejor: estamos ante una gran oportunidad para cambiar lo que hacemos en los diarios, los portales de internet y los noticiarios de radio y televisión.
Ya no es aceptable, por ejemplo, el columnismo sincronizado para dañar el prestigio de una persona. Nunca más lo que vimos antier y ayer: antier, a Raymundo Riva Palacio, en El Financiero, afirmar que la violencia le ha venido al presidente López Obrador “como anillo al dedo”; ayer, a Carlos Loret de Mola, en El Universal, decir exactamente lo mismo —exactamente, en efecto, con idénticas palabras—. ¿Quién les dictó la frasecita? Terrible.
Lo que sí nos viene como anillo al dedo a los periodistas es el desprestigio del oficio. Cada quien sabrá dónde se lo pone —en el pulgar, en el índice, en el llamado dedo corazón, en el anular o en el meñique—, pero hay que usarlo como punto de partida para cambiar hacia una práctica profesional mucho más ética
Quiero insistir en el hecho de que, en el muladar de la cúpula del periodismo, trabajan personas que no se han ensuciado. Estamos obligados a identificarlas e imitarlas. No hay opción, es lo único que podemos hacer para no terminar en el —atiborrado— basurero de la historia.