Si el gobierno cobra el 0% de impuestos, no recauda nada; si cobra el 100%, tampoco recauda nada. Existe, entonces, entre 0 y 100 una tasa impositiva que maximiza los ingresos públicos. Esa es la famosa Curva de Laffer, de la que todo el mundo habla ahora ya que se viven tiempos en que la mayoría de las administraciones públicas necesitan conseguir más dinero para cubrir sus necesidades, particularmente de gasto social.

Para economistas y gobernantes con ideología de derecha, la tasa que maximiza la recaudación debe ser baja de tal modo de no espantar inversiones. Para analistas y gente de la política con ideas de izquierda, la tasa debe ser alta, ya que las personas con mucho dinero no dejarán de financiar proyectos empresariales en términos de seguir incrementando sus recursos.

En tal debate el presidente López Obrador pareciera partidario de quienes no consideran conveniente aumentar impuestos. Le ha funcionado porque el Estado mexicano en tiempos de la 4T, a pesar de la crisis global, ha sido particularmente exitoso como recaudador. Volveré a este tema.

La servilleta

Quiero ahora comentar que la Curva de Laffer la desarrolló en 1974 el economista Arthur Laffer en una servilleta de tela. Lo que debió haber sido un acto de vandalismo penado con una multa por haber echado a perder la toalleta propiedad del restaurante Two Continents de Washington se convirtió en una leyenda. Hay hasta fotos de la servilleta y se supone que el pedazo de tela se exhibe en un museo de Estados Unidos. Los gringos son prácticos: si no encuentran un Van Gogh disponible para presumirlo, cualquier tontería sirve para apantallar a economistas no muy ilustrados.

Servilleta de Laffer

Economistas más estudiosos de la historia no le prestarían atención a la servilleta de la Curva de Laffer. Porque si bien la idea no es mala, no es original de don Arthur Laffer, sino que la desarrolló bastante tiempo antes, en el siglo XIV, un pensador árabe. Hablo de Abenjaldún, un genio de origen andalusí que pasó su vida entre Sevilla, Granada y Túnez. Aunque no sé si Abenjaldún sea su nombre correcto, ya que también lo he visto en diversos artículos como Ibn Jaldún o Ibn Khaldún.

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El profesor de filosofía español Francisco Giménez Gracia a la Curva de Laffer prefiere llamarla la Media Vuelta de Abenjaldún. Este filósofo estudió la lógica de los mercados y en especial se ocupó “del frágil equilibrio entre las rentas y los impuestos”. Cito enseguida más ampliamente a Giménez Gracia:

“Abenjaldún no sólo anticipa lo que luego describió Laffer, sino que narra con mucha gracia cómo los bereberes tunecinos abandonaban el comercio en las ciudades a nada que los recaudadores les imponían unas alcábalas que ellos considerasen abusivas. ‘Se dan la media vuelta’, dice Abenjaldún, ‘y regresan al desierto a comerciar entre ellos y con quienes les busquen, fuera del alcance de los alguaciles y cadíes que administran las bien muradas ciudades protegidas por los jerifes’…”.

Abenjaldún había observado que pequeños gravámenes significaban grandes ingresos públicos. Y al revés, grandes gravámenes se traducían en pequeños ingresos.

Claves para recaudar más

El éxito en la recaudación de un gobierno no solo se relaciona con cobrar impuestos de una manera justa, sino en gastar adecuadamente lo recaudado.

¿Por qué, a pesar de la crisis mundial que tanto ha dañado a nuestro país, el gobierno de la 4T, sin aumentar impuestos, ha logrado mantener y aun incrementar la recaudación?

Los grupos políticos enemigos del presidente López Obrador dan una explicación que es cierta y falsa al mismo tiempo: que los grandes contribuyentes pagan porque si no lo hacen se van a la cárcel.

Es falso el sentido de extorsión que se le da a lo anterior. No hay tal. Lo que sí hay —y en eso aciertan quienes se oponen a AMLO— es una justa aclaración a quienes no desean pagar sus impuestos: no hacerlo es delito y, tarde o temprano, el delito debe ser castigado con penas de prisión.

Esa justa aclaración se hacía en gobiernos anteriores, pero era de mentiras: a las empresas más grandes les daba igual pagar o no pagar, ya que no se les castigaba por no cumplir, y si cumplían, lo hacían en el entendido de que con cualquier pretexto se les iban a devolver sus impuestos.

Simple y sencillamente por temor a que se les aplique la ley —no a que se les reprima por sus ideas— quienes administran y son accionistas de las mayores empresas, ahora sí pagan lo correcto y se ponen al corriente con lo que deben. No se volvieron cumplidos por la Curva de Laffer o por la Media Vuelta de Abenjaldún, sino nada más porque en la 4T dejaron de ser intocables.

La Curva de Laffer o la Media Vuelta de Abenjaldún sí aplican al resto de la sociedad, que no ha dejado de cumplir sus obligaciones fiscales por dos razones: no ha habido aumentos de impuestos y hay constancia de que lo recaudado en gran medida se destina al gasto más humanitario posible en un país como México: atender a quienes menos tienen, esto es, a decenas de millones de personas en situación de pobreza.

El libelo del cash, la Curva de Laffer y la Media Vuelta de Abenjaldún

La reacción de quienes ya pagan lo que no pagaban —fueran altas o bajas las tasas impositivas— ha sido la de combatir con saña a AMLO. Al presidente se le ha tratado de desprestigiar de mil maneras. Ninguna ha sido eficaz, ya que la aprobación de Andrés Manuel se mantiene en niveles elevados. Este es un dato objetivo.

El último ataque es el libelo El rey del cash. Nunca un trabajo de ese tipo había sido tan difundido. Ayer, entrevistado por Julio Astillero Hernández, supliqué que ya no se me envíe por WhatsApp: a diario lo recibo y ya me cansa tanto borrarlo. Leí lo que escribió la exesposa de César Yáñez y me consta que ella cuenta mentiras.

Con tales ataques lo que se busca es que Andrés Manuel ya entienda que debe hacer suyo el adagio latino honores mutant mores, es decir, los honores cambian las costumbres… o sea, que quien se encumbra en una estructura de poder debe cambiar, necesariamente para mal.

A la clase empresarial no le gustaba que AMLO fuera un opositor honesto y con un modesto estilo de vida, pero pensaban hombres y mujeres de negocios que el poder lo iba a cambiar y que, por esa razón, iba todo a terminar siendo como siempre. Pero AMLO no cambió —muchos en su equipo sí, pero eso es otra cosa—. El hecho es que los honores presidenciales no modificaron las costumbres de López Obrador.

Buscando en internet sobre el origen de la expresión honores mutant mores, encontré que traducida al castellano viene en El Quijote: “—Mirad, Sancho —dijo Sansón—, que los oficios mudan las costumbres, y podría ser que viéndoos gobernador no conociésedes a la madre que os parió”. La mencionan Eduardo Escartín González, Francisco Velasco Morente y Luis González-Abril en el artículo “Impuestos moderados, según Ibn Jaldún”, en el que por lo demás, aseguran que el pensador árabe anticipó no solo la Curva de Laffer, sino también el materialismo histórico de Marx.

Honores mutant mores, raro in meliores

La inmensa mayoría de los gobernantes cambian, pero para mal: honores mutant mores, raro in meliores, esto es, los honores cambian las costumbres, raramente para mejor.

Ocurre lo mismo con el dinero: divitiae mutant mores, raro in meliores, es decir, las riquezas cambian las costumbres, raramente a mejores. Por eso son insoportables los nuevos ricos.

El hecho es que los honores no han podido cambiar a AMLO y por tal motivo lo atacan, ya no con la esperanza de que cambie —si cuatro años como uno de los presidentes más poderosos de México no modificaron su comportamiento, ya no ocurrirá—; ahora lo que buscan con el incremento en los ataques basados en calumnias es que la gente lo deteste, a él y a quienes podrían llegar por parte de Morena a la presidencia en 2024.

No es casual que la derecha comandada por Claudio X. González haya lanzado un proyecto de reorganización el mismo día en que empezó a circular el libelo del cash. Ese es el plan a, encontrar a alguien en el PRI o el PAN capaz de competir con Morena en 2024.

El plan b es que la candidatura presidencial de izquierda sea de una persona militante de Morena con costumbres fifís adquiridas en el ejercicio del poder. Les espanta que pudiera llegar a Palacio Nacional cuando AMLO se vaya una izquierdista como Claudia Sheinbaum, quien a sus 60 años de edad —después de haber ocupado importantes cargos públicos— tenga tan poco patrimonio que siga viviendo en un pequeñísimo departamento de clase media al sur de la Ciudad de México. Muchas otras personas en la 4T tampoco han cambiado.

A propósito de eso, supe que a finales de 2005 o principios de 2006 el propietario de Grupo Reforma —diarios El Norte, de Monterrey; Mural, de Guadalajara, y Reforma, de la capital de la nación— comió o cenó con AMLO en el muy reducido departamento en el que vivía en ese tiempo con sus sus tres hijos mayores. Después de la reunión Alejandro Junco comentó con empresarios de Monterrey algo así como lo siguiente, según me informaron en aquel tiempo: “López Obrador sin duda es un político honesto; el problema que vamos a tener es que no le gusta la riqueza”.

Conozco a Junco y lo considero un hombre decente, con una fortuna importante lograda gracias a su trabajo honesto y a su innegable talento, así que no se quejaba por el hecho de que Andrés Manuel como presidente iba a ser incapaz de involucrarse en actos de corrupción; Alejandro, por su ideología, más bien lamentaba que un hombre a quien la riqueza no le interesa, no iba a comprender a la clase empresarial dedicada a acumular patrimonio. Si un día visita a Claudia —no sé si ya lo ha hecho— lo mismo dirá el propietario de Reforma.

El error de diagnóstico de alguien tan inteligente como Alejandro Junco consiste en pensar que personas a quienes los bienes materiales no seducen, como López Obrador y Sheinbaum, no comprenderán ni apoyarán a quienes hacen avanzar la economía por mero afán de lucro. Eso es falso. La izquierda desde hace décadas sabe que el motor fundamental del sistema económico es la actividad empresarial a la que se llega nada más por ganas de enriquecerse. Lo único que pide la 4T es que los ricos —a quienes AMLO les desea que cada día sean más ricos— paguen sus impuestos como en cualquier democracia plenamente consolidada. ¿Es mucho pedir?