En política, particularmente cuando un gobierno se va y llega otro, el último minuto hace posible la existencia del primer minuto. Porque, para que una administración nazca, la anterior debe acabar. Fue mi reflexión a las cuatro de la mañana de este viernes 14 de junio de 2024 mientras leía un artículo —más tremendista de lo habitual— de Raymundo Riva Palacio en El Financiero.
A tan desatinado —por lo mismo, tan interesante— columnista le escandaliza que el presidente Andrés Manuel López Obrador vaya a desquitar el sueldo que recibe hasta el último minuto de su sexenio. ¿Cuál es el problema? ¿No es eso lo que hace cualquier persona educada en la idea, fundamental para el avance de la civilización, del cumplimiento de las obligaciones?
Andrés Manuel fue electo para gobernar hasta el 30 de septiembre de este año. Como dijo Fernando Marcos, el último minuto de ese día también tendrá sesenta segundos y el presidente estará obligado a trabajarlos.
Como Riva Palacio no es un caso único —en la comentocracia sobra gente enojada porque hay un funcionario decidido a trabajar hasta el final—, quizá Andrés Manuel deberá dedicar los primeros meses de su retiro a escribir un libro que se titule El que ríe en el último minuto, ríe mejor. Sería una lección de eficacia política de parte del único presidente que, en democracia, ha entregado la banda presidencial a alguien de su propio partido. Esta es una rareza sobre la que valdría la pena reflexionara el presidente López Obrador.
Los expresidentes vivos no podrían escribir acerca de lo que hicieron en su último minuto porque, la verdad sea dicha, no hicieron nada. Quizá porque desde el año 2000 los presidentes no habían podido pactar el cambio de gobierno con candidatos ganadores de sus partidos, ninguno de cuatro mandatarios anteriores —Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto— tuvo ganas de trabajar hasta el último minuto. La derrota los hundió en la güeva, pues. El otro expresidente vivo, Carlos Salinas, tampoco trabajó hasta el final de su periodo porque durante todo su último año se paralizó por una sucesión de crisis políticas que no supo enfrentar.
No sería el de AMLO el primer libro con la expresión el último minuto en su título. Encontré otros en internet:
- En el último minuto, de David Baldacci.
- El último minuto, de Andres Neuman.
- En el último minuto, de Ricardo Mazo.
- El último minuto. Días de gloria del Real Madrid, de Alfredo Relaño Estapé.
- En el último minuto (se supone que es una novela de suspenso escrita por el autor español Carlos Sisí, pero solo encontré una referencia acerca de la misma).
- En el último minuto, de Katherine Merryfiel (por ahí se cita esta obra, pero podría ser que no existiera)
Por cierto, encontré también un artículo con el que me identifiqué: “La patología del último minuto o por qué hoy en día somos tan maleducados”. La autora, Marta Jiménez Serrano, empieza reflexionando sobre algo que particularmente me molesta: los mensajes telefónicos de último minuto para cancelar o cambiar los planes, “normalmente cuando la otra persona ya se encuentra en el lugar acordado”.
Nada es más desagradable que estar esperando a alguien que, un minuto antes de la hora de la cita, informa por WhatsApp: “Llego en unos minutos”, lo que casi seguramente después de que pasan esos “unos minutos” va seguido de un segundo mensaje: “Hay tráfico, tardaré 15 minutos más”. Si resulta fastidioso que alguien convierta “unos minutos” en “15 minutos más”, lo verdaderamente jodido aparece con el tercer mensaje de último minuto: “Solo otros 15 minutos y llego”. Y ahí está la persona puntual inmovilizada por más de media hora por los mensajes de WhatsApp de último minuto.
Pero el último minuto tiene, afirman los y las especialistas, más ventajas que desventajas. Cito tres frases por si le sirven al presidente AMLO para organizar su agenda hasta el último minuto de su gobierno:
- 1. “Siempre es el último minuto”: Alejandro Jodorowsky.
- 2. “El último minuto también tiene 60 segundos”: Fernando Marcos.
- 3. “El último minuto es el comienzo de algo nuevo”: leído en internet.
La tercera frase es importante. El último minuto de Andrés Manuel López Obrador será el primer minuto de Claudia Sheinbaum. Habrá oportunidad de hablar del arranque del nuevo gobierno, que ocurrirá el primero de octubre. Por lo pronto solo le recordaré a la presidenta de México que, como seguramente ella sabe, en situaciones de emergencia —los mercados presionan y puede haber problemas fuertes que no pueden ignorarse si se trata de resolverlos—, tal como se dice en todos los manuales de primeros auxilios, el primer minuto es el minuto decisivo para salvar una vida, tanto si es la vida de una persona como la de un país.
Alguien tan inteligente y trabajadora como Claudia debe tener ya estudiadas distintas opciones para actuar fuertemente en el primer minuto de su administración, de tal modo de evitar cualquier crisis que pudiera aparecer. Ella ya debe tener el hacha bien afilada para en el primer minuto cortar, en caso de necesidad, cualquier nudo gordiano que el mundo de las finanzas globales nos deje solo para intimidarnos.