I.
En el contexto formal de la “Literatura en Lenguas Mexicanas”, en la consideración de que en 2022 ha sido la primera ocasión en que esta materia se imparte en el Diplomado en Creación Literaria Xavier Villaurrutia, y que en términos históricos el tema “indígena” o “lo indígena” comprende procesos de creación diferenciados: observarlo y hablar sobre él; estudiarlo desde la antropología, la sociología y el estudio de caso; manifestarlo con obras creativas; realizarse a sí mismo como una manifestación personal del escriba “indígena” o nativo, la obra de Florentino Solano, La danza de las balas (2022), se inscribe dentro de la última posibilidad. La problemática y/o la creación realizada por un integrante de una comunidad particular, nacido e identificado en ella. Obra y autor entran en el terreno de la literatura producida por un ser que surge de esa naturaleza. No se trata de un ente externo que contempla, estudia y describe la problemática o el fenómeno: él es y ha sido parte de la sociedad de que se trate, y de su realidad.
Y queda todavía por hacer al menos una caracterización más, tal como ha planteado Mikel Ruiz, profesor de la materia en cuestión en el Diplomado. A saber, 1. Si se trata de un escritor en lengua nativa que es un activista en función del rescate de esa lengua suya. 2. Si no es activista sino sólo alguien interesado en la creación per se, más allá del significado que su obra tenga en relación a su realidad inmediata como nativo.
Parecería que Solano transita entre ambas posturas, pero creo que más bien debiera adscribirse a una variante de la primera característica: la toma de una posición política frente a una problemática surgida a partir de su nacencia o que ya estaba ahí cuando el autor apareció en el mundo, para formar parte de ella junto a su colectividad
Florentino Solano es un nativo de la comunidad y del habla tu’un savi también conocidas como mixteca. Nacido en Metlatónoc, Guerrero, en el año 1982, ahí ha crecido y sido parte de la vida, las costumbres, los problemas presentes e históricos de su hábitat; aunque posteriormente haya inmigrado al norte de México. Se trata de una vida condicionada por la realidad en la que nace. No obstante, procura superarla a través de la conciencia de sí.
El libro de Solano fue publicado en 2022, como ganador del Premio de Literaturas Indígenas de América 2021, en su novena edición, y avalado por instituciones culturales tanto estatales como federales. Aborda una experiencia de vida personal que se inscribe asimismo dentro de la comunidad de Metlatónoc. Es la crónica de una memoria personal sobre un hecho colectivo condicionado por el contexto histórico de las actividades del Ejército Mexicano en el estado de Guerrero.
II.
Como antecedentes específicos al evento relatado en el libro, Solano ofrece dos fechas que lo condicionan. 1988, cuando un soldado quiso abusar de una adolescente. 1998, cuando hubo un enfrentamiento entre autoridades municipales y el ejército habiendo de por medio una nómina de 185 mil pesos. Como elemento adicional al estado de animadversión contra las fuerzas armadas, el autor cita sus constantes patrullajes a partir del surgimiento del EZLN en 1994; y ya desde antes, a finales de los 60′s y principios de los 70′s, refiere su presencia en busca tanto de sembradíos de amapola (aparentemente inducidos por el ejército, de acuerdo a Solano), como de los rebeldes Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. Hasta que estos murieron en circunstancias sospechosas en 1972 y 1974, respectivamente.
El punto de partida específico de la crónica es el 25 de septiembre del año 2000, durante el sexto día, de un total de diez, de las celebraciones del patrono de la comunidad, San Miguel Arcángel. Un soldado que forma parte de un grupo de 14 de ellos, dispara en medio de los pobladores que participan en los juegos y rituales de tres danzas propias de la ocasión: 1. La danza de los Chareos; simulación del choque de machetes. 2. La danza de los Tecuanes; disparos de armas de madera para derribar a la encarnación de un jaguar. 3. La danza de los Terroncillos; lanzamiento de cuerdas o sogas procurando lazar, a manera de juego, al toro que arremete contra el público con su cuerpo de madera y sus cuernos de añil. De ahí que Solano use la metáfora: La danza de las balas; el cuarto baile de ese 25 de septiembre. Si bien es un título ingenioso, es poco realista, pues las balas no bailan ni danzan: hieren, matan o pasan de largo zahiriendo el espacio y el tiempo; ahora bien, debo admitir que soy poco afecto al uso de las metáforas de una manera deliberada.
Cuando el grupo de 14 soldados (y dos civiles armados que huyen al momento de iniciar el conflicto) se entremezcla con la gente y avanza en el sentido de la procesión hacia la iglesia, es mal visto por los danzantes que comienzan a disparar los rifles de madera y aun dan algunos planazos con sus machetes. Cuando los militares se detienen en un espacio considerado sagrado por los habitantes –y a pesar de que tal vez ignoren ese hecho y de que se estén representando escenas cómicas y de burlas-, el líder de los Terroncillos, un tal Poncho Mahoma (clave en este conflicto), que representa a este personaje en la danza árabe, conmina a sus compañeros a lazar soldados; lo hacen de juego, excepto Poncho Mahoma que lo hace en serio. Laza a un militar y lo derriba escuchándose de inmediato las burlas. Indignado, el soldado se levanta, se quita el lazo y de pronto suelta 4 disparos: la danza de las balas. Que no hieren a nadie, pero generan el conflicto y la violencia.
Los soldados son desarmados, despojados y golpeados brutalmente por la población (incluso el joven Solano quiere golpear a un soldado, más la multitud arremolinada se lo impide). Suenan las campanas de la iglesia llamando al pueblo, los aparatos de sonido en las colonias convocan a todos. Escena perfecta y propicia para un linchamiento; algo que ocurre con frecuencia y con semejante proceder en varios estados del país: la brutalidad del linchamiento.
A partir de este momento transcurre un tiempo crítico para rescatar a los soldados. Son encerrados y comienzan las negociaciones que involucran a distintos niveles de gobierno y a personajes locales respetados. Aunque como siempre sucede en los linchamientos, hay voces que azuzan a los demás al crimen. A final de cuentas, tras largas horas de tensión, los soldados son liberados y el pueblo continúa sus festejos.
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III.
Realicé la anterior exposición con la presencia de Solano, invitado por Ruiz, en una sesión del Diplomado. Establecí mi punto de vista de la lectura reconociendo los antecedentes registrados por el autor y la atmósfera de acoso por parte del ejército, pero no responsabilizando a este del todo por el detonante del conflicto en esa ocasión; que ya vimos cómo se dio.
Aunque Solano presenta su crónica como “una denuncia contra la constante violencia militar, un reclamo de justicia y paz para los pueblos originarios, un grito de hartazgo contra la militarización”, en un punto del texto propone un tono conciliador. Cuando dice que “siempre puede haber otro camino para resolver un conflicto”. A partir de ello, hablé de la crítica importancia de contextualizar en términos históricos. Una situación política caracterizaba al país en el año 2000, cuando sucedieron los eventos. Otra en los 60′s y 70′s. Y también muy distinta cuando la supuesta guerra contra el narcotráfico y cuando el crimen de Ayotzinapa. Porque después de la elección democrática de julio de 2018, existe otro espíritu en la política mexicana que, en consonancia con los ciudadanos, quiere un cambio hacia la justicia, la no impunidad y la paz en México.
Por tanto, resultan inaceptables las palabras, más que descontextualizadas, francamente malintencionadas si es que no son ingenuas, de la prologuista de la crónica de Solano, la rectora de la Universidad de Querétaro, Luz María Lepe Lira que dice: “México, país de claroscuros, lleva este siglo sosteniéndose en el vaivén de una guerra, esa que algunos llamaron de baja intensidad porque no se reconoce como tal, porque se oculta en eufemismos y se mira como un monolito uniforme cuando se sostiene en la desigualdad, en el asesinato de periodistas, en el miedo y el silencio que teje la red del narcotráfico entre la población. La guerra se quedó en las comunidades y el ejército con ella, su permanencia validada durante este gobierno en la ampliación de sus funciones hacia ámbitos que corresponden a los ciudadanos, no puede dejarnos callados”.
Paradójicamente, Lepe no sólo expone desde la perspectiva de un “monolito uniforme”, sobre todo, mezcla las realidades históricas a conveniencia de no sé qué interés (aunque hay indicios, por sus referencias). No cuenta que alguien declaró la guerra y no llamó a las víctimas de ella como productos de la “guerra de baja intensidad” (concepto inexistente para el caso mexicano, más bien válido para el centroamericano del siglo XX), sino “daños colaterales”. Daños colaterales, ¿de quién? De alguien que está preso en Brooklyn por sus ligas con los criminales, y de su jefe. No es necesario escribir los nombres del jefe de seguridad del país y el encargado del ejecutivo entonces; o mejor sí: García Luna y Calderón Hinojosa.
Independientemente del mérito literario de la crónica, del hecho admirable de que sea bilingüe – tu’un savi y castellano-, que de acuerdo a Mikel Ruiz se trate de la primera crónica escrita en una lengua “mexicana”, y de que haya sido concebida (no podía ser de otra manera) por un nativo de la geografía de los sucesos y asimismo por quien es más que un mero espectador de los mismos, La danza de las balas, más que una obra literaria o artística “pura”, es una de carácter político porque supone una clara toma de posición frente a los acontecimientos y la problemática de que trata. Así lo reconoció Solano al comentar mi intervención dentro de un total de cinco lectores y comentaristas de su obra.
IV.
Esta lectura ha sido afortunada para mí porque, recientemente, he estado cerca del tema de los militares en Guerrero (y por si fuera poco, el crimen de Ayotzinapa), porque ha coincidido con la lectura de otra obra, Playa Paraíso (2000), de Gustavo Marcovich, profesor de Crónica del Diplomado, donde relata una experiencia juvenil grupal en las costas de Guerrero en que termina por intervenir el ejército. También coincide con el inicio de la lectura de Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor, considerada un “clásico” sobre el tema, y La guerra de Galio, de Héctor Aguilar Camín, establecidas en la materia Novela II, del mismo Diplomado, a cargo del escritor Agustín Ramos.
Es decir, el trabajo de Solano es propicio en este momento en que las comunidades de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, u otras que pudieran ser consideradas en una dinámica semejante de injusticias e impunidad (los pueblos mayas y yaquis, por ejemplo), están en posibilidades de dialogar con el Estado mexicano ejercido por un gobierno que, contra lo sugerido por Lepe, propicia un cambio favorable en su beneficio.
La radicalización y o la manipulación llevaría al país a una indeseable balcanización. Si en el presente se considera válida la conformación histórica de una entidad, de una nación llamada México, la comunicación y el diálogo deben de ser prevalentes frente a toda otra intencionalidad interesada.
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