Hace unos días el Tribunal Electoral ratificó formalmente el triunfo de Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales del pasado 2 de junio. Con el 60 por ciento de los sufragios, México tendrá su primera mujer presidente. ¡Enhorabuena!
El éxito fue contundente. Como es bien sabido, la calamitosa campaña de Xóchitl Gálvez terminó casi en nada, o si se quiere ser benévolo, en un liderazgo paupérrimo apenas visible en su fracasado intento de convocatoria posterior a los comicios.
De la mano de los impresentables de Marko Cortes y Alito Moreno, incompetente y corrupto, respectivamente, la oposición ha quedado reducida a los márgenes del espectro político, de la vida nacional y de la opinión pública.
No obstante el triunfo inobjetable de Sheinbaum, existieron condiciones durante el proceso que merecen vivir en la memoria de los mexicanos.
El primero y más importante de ellos fue la inequidad de la contienda. AMLO, con la utilización de la mañanera, dedicó buenos espacios a despotricar contra Xóchitl Gálvez, en un cobarde ejercicio autoritario. Y sí que dio resultados. Tras el éxito inicial del “fenómeno Xóchitl” , la percepción pública de la senadora panista tocó niveles mínimos; daño que perduraría hasta el día de la elección.
No se debe olvidar tampoco la reiterada violación de la ley electoral perpetrada por AMLO. A pesar de las medidas cautelares impuestas por el INE, el presidente, ufano, continuó mofándose de la autoridad electoral e interviniendo groseramente en la contienda electoral. Su popularidad y genio comunicativo hicieron posible que Claudia se consolidase como la genuina heredera de la 4T, y por tanto, que resultase beneficiada del carisma del jefe del Estado.
Tampoco debe olvidarse el nivel de opacidad en el uso de los recursos para las campañas. Según ha sido documentado por funcionarios del INE, los órganos de fiscalización permanecieron acéfalos, como consecuencia de la ausencia de nombramientos, derivado de la decisión de Morena de “omitir” sus obligaciones, mermando así cualquier responsabilidad derivada de las obligaciones constitucionales del instituto.
Caso similar corresponde al Tribunal, cuyos cinco miembros de la Sala Superior (en vez de siete por la ausencia de propuestas del presidente) deberán dirimir la controversia de la sobrerrepresentación.
Existen dos verdades incontrovertibles, mismas que difícilmente la oposición o el oficialismo osarían objetar. Una de ellas es que Claudia Sheinbaum ganó mediante la voluntad expresada por 36 millones de mexicanos. La segunda es que el proceso previo a los comicios estuvo colmado de violaciones a la ley electoral, la intromisión del presidente y una opacidad evidente en el uso de los recursos de campaña. Quedará –o deberá quedar– en los anales de la historia electoral de México.
En todo caso, el pueblo de México debe acatar la decisión del Tribunal y desear el mayor de los éxitos a la próxima presidente del país.