Siempre he pensado que se equivocan quienes comparan las elecciones presidenciales mexicanas con carreras de caballos en un hipódromo. No tiene sentido este símil. Las competencias entre dos o más corceles y sus respectivos jinetes en una pista bien diseñada son demasiado breves. Intensas, si se quiere, pero fugaces.
La contienda electoral en nuestro país es demasiado larga y no se desarrolla en circuitos perfectamente trazados. Por tal motivo, más acertada es la comparación con una carrera de maratón: sus 42 kilómetros reflejan mejor la realidad de una disputa por la titularidad del poder ejecutivo, ya que gana quien con mayor eficacia administra su esfuerzo. Aun así me parece que el agotador maratón se queda corto frente a la realidad del durísimo y mucho muy prolongado enfrentamiento por la presidencia de México.
Por tal motivo creo que si una comparación deportiva cabe es con las grandes vueltas ciclistas de Europa, que como bien sabemos se caracterizan por celebrarse durante tres semanas en etapas diarias, larguísimas la mayoría, en las que hay de todo: puertos de montaña de distintas categorías, algunos increíblemente duros; kilométricas etapas planas —en cursivas porque nunca lo son del todo: las carreteras en todo el mundo suben y bajan, suben y bajan—; caminos con adoquines o inclusive de tierra que de pronto aparecen en los pueblos, no pocos casi sin habitantes, por los que pasan los ciclistas; una enorme cantidad de rotondas muy difíciles de transitar a más de 50 kilómetros por hora, y las bajadas, ir cuesta abajo: descensos pronunciadísimos después de cada puerto de montaña, pronunciadísimos y peligrosísimos por la abundancia de curvas, la acumulación de tierra en el asfalto y que hasta pueden representar riesgos mortales cuando el camino está húmedo por la lluvia o inclusive por el hielo o la nieve, que pese al calentamiento global no ha dejado de presentarse en los Alpes y en los Pirineos, en ocasiones cuando se supone que la temporada de frío ya terminó.
Cuando un ciclista va líder y faltan unas cuantas etapas para el final de la carrera lo aconsejable es que sea prudente y no se exponga a un accidente, sobre todo que no lo haga cuesta abajo, donde el riesgo de una caída impensada es lógicamente muy grande.
Hoy en Milenio uno de los grandes escritores mexicanos, Xavier Velasco, compara el debate presidencial de mañana domingo con el futbol y el box. Advierte Velasco acerca de que ya nos han invadido la “furia irreflexiva de las barras bravas y la embriaguez del ring side”.
Al escritor Velasco no le divierten el futbol y el box —espero que el ciclismo, como a mí, le parezca más entretenido—. A mí el box tampoco me divierte, puesto que mucho tiene de irracional darse de chingadazos frente a un público sediento de sangre. El futbol sí me agrada, aunque menos que una vuelta ciclista. Puedo ver y disfrutar un partido, o muchos partidos, si hay tiempo para hacerlo.
Lo que detesto del futbol es la “furia irreflexiva de las barras bravas”. Cuando mi hijo Federico Manuel era un niño lo llevaba en Monterrey a ver los juegos de Tigres y Rayados, que a veces, no muchas, eran muy buenos. Nunca dejé de preocuparme ante la posibilidad de vandalismo en la tribuna o afuera del estadio. Me angustiaba no poder defender al pequeño si me quedaba en medio de una bronca. La tragedia del futbol radica en que muchas personas, sobre todo jóvenes, se apasionan en exceso y pelean con cualquiera que apoye al otro equipo. Desgraciadamente los motivos para tener miedo en los partidos de futbol no han disminuido, sino se han incrementado. Ahora me intranquilizo muchísimo más que antes cuando sé que mis nietos irán a los partidos con sus papás, que, imprudentes, los llevan al Estadio Azteca con camisetas de Tigres y Rayados cuando enfrentan al América: por lo leído en diarios durante muchos años, considero que el América tiene una hinchada en ocasiones muy violenta.
Tristemente, en los días previos al debate presidencial la hinchada de cada equipo de campaña ha desatado la furia irreflexiva de las barras bravas y la embriaguez sangrienta del ring side.
Creo que a Xóchitl Gálvez sus estrategas la están preparando para lanzarse a matar, y eso es lo que le pide la porra que la apoya en la cada día más reducida tribuna de la derecha. No le queda otra: tiene que arriesgar porque va perdiendo, muy feamente va perdiendo.
No sé cómo se esté preparando Claudia Sheinbaum para el debate, pero tendrá que privilegiar sobre todo la prudencia. El público que apoya a la candidata de izquierda le exige que destruya a la aspirante de derecha. Pero Claudia debe mantenerse en calma y dejar que sea la otra la que solita se precipite al vacío en cualquier curva de la carretera.
Eso sí, Sheinbaum deberá tener extremo cuidado cuando Xóchitl se vaya al suelo —lo que con una alta probabilidad ocurrirá: suele ser el resultado de los enloquecidos ataques—.
Si Xóchitl cae porque pierda el equilibrio lanzando ataques sin sentido por neurasténicos o calumniosos, Claudia no debe estar cerca para evitar también el tropezón. Esto es, responder a los ataque sí, pero con tres palabras e insistir en sus logros personales, académicos, de gobierno.
Ya se anticipa una caída de la candidata X. De hecho, ya cayó en su propia trampa. Si alguien en la política ha cuestionado a los hijos de un rival ha sido ella. ¿No viajó inclusive a Houston para acosar al hijo del presidente AMLO, que no tiene ningún puesto en el gobierno? Ahora se queja de que a su propio hijo, mayor de edad y con un cargo en su campaña financiada con recursos federales, se le haya exhibido borracho insultando con expresiones clasistas a trabajadores de una discoteca. La respuesta de sus estrategas fue atacar al hijo de Claudia porque es artista y participó en una exposición. ¿En serio? El diario Reforma y Carlos Loret de Mola cuestionaron a Rodrigo Ímaz por dedicarse al arte. La gente, que no es tonta, sabrá evaluar la diferencia entre los dos jóvenes: el que en la borrachera grita que son “gatos” guardias que solo hacían su trabajo y el otro, el que se dedica a una actividad que debería fomentase más, el arte. Hace unos años se criticó a la hija de Sheinbaum por sus buenas calificaciones que le llevaron a merecer una beca. Increíble. A veces la derecha es muy tonta en sus descalificaciones, ya que en vez de perjudicar a quien ataca, le beneficia.
En 1971 si hubiese tenido cuidado, es decir, si hubiese actuado con prudencia el español/francés Luis Ocaña habría derrotado al belga Eddy Merckx en el Tour de Francia. La prudencia no existió y cuando Merckx atacaba con todo en un descenso muy peligroso porque iba muchos minutos abajo de Ocaña en la clasificación general, el español/francés en vez de tomar las cosas con calma se emparejó con el ciclista belga y, cuando este se cayó en una curva a la derecha, Ocaña también cayó. Las consecuencias de las caídas accidentales en la carretera son impredecibles. Merckx se levantó y ganó el Tour, Ocaña quedó seriamente lesionado y no pudo continuar, por lo tanto perdió la gran carrera que tenía en la bolsa. He ahí una lección. Mejor la prudencia que atender los gritos de la hinchada que quiere sangre.
Nadie ha comparado las contiendas electorales presidenciales con el toreo. O nadie que yo sepa. Me desagrada el espectáculo de matar toros que algunas personas absurdamente consideran arte. En el debate si Xóchitl va a atacar o a embestir desatinadamente como toro embravecido, Claudia simple y sencillamente debe torearla —pero sin arriesgar, no se trata de dar gusto a quienes se enloquecen en la plaza cuando el torero exhibe su temeridad... o su pendejez.
Solo eso, torear la líder a la perseguidora quien, con más de 20 puntos de desventaja, está obligada a hacer locuras, y las hará en el debate. Insisto, sin tratar de agradar a un público que exigirá a quien va ganando que se lance a destruir a la que va perdiendo.
Claudia Sheinbaum no tiene que destruir a Xóchitl Gálvez en el debate porque la candidata X está destruida desde hace bastante meses: sus errores tan frecuentes, sus vulgaridades, el desprestigio de quienes la patrocinan —como el empresario de extrema derecha Claudio X—, la alianza entre el PRI y el PAN que no suma sino resta y, particularmente, la eficiente, seria y sin errores campaña de Sheinbaum, desde hace rato acabaron con una candidata e hicieron triunfadora a otra. Si tuviera una personalidad más dada a las bromas, Claudia hasta podría llevar al debate, además de gráficas y cartelones con fotografías, un arroz cocido, que gracias a don Héctor Aguilar Camín desde hace meses es el platillo que se usa para explicar que esta elección presidencial ya se decidió.