Atrás quedaron los años de gloria, cuando era uno de los líderes de opinión más importantes a nivel nacional, casi con derecho de picaporte en cualquier oficina gubernamental o palacio de gobierno. La voz del teacher influía y mucho en la sociedad mexicana. Hay que decir que todo ello no fue de gratis, López-Dóriga tuvo una carrera que con trabajo y talento lo hizo escalar poco a poco los peldaños de su profesión, hasta encumbrarlo en el noticiero estelar de la televisora que en aquel tiempo contaba con el mayor índice de audiencia; la silla que todo periodista mexicano aspiraba tener, y a la que con méritos propios pudo acceder y mantener por muchos años.
Pero la fama, el dinero y el poder, terminan por desgastar y marear a casi todos, y eso parece haber pasado con Don Joaquín, quien después de un tiempo fue exhibiéndose a sí mismo por sus excesos y sobrades.
Quizá el primer incidente, por lo menos público, fue cuando con total arrogancia pero también ingenuidad, pretendió ponerse al tú por tú y extorsionar a una de las mujeres más poderosas de México, olvidando su lugar en la cadena social y desgastándose de tal forma, que para sus entonces jefes, no hubo otro camino que el de mostrarle la puerta de salida.
Después de eso, la vida no ha sido sencilla para López-Dóriga. Tener que adaptarse a su nueva realidad ha sido un trago demasiado amargo y difícil de digerir. De recomendar hasta a Secretarios de Turismo estatales, contar con jugosos convenios y poder acceder prácticamente a todo aquel que importará en México, a ser relegado como una figura del pasado, al que solamente recurren en algún especial para homenajear a alguna gran figura de sus viejos y añorados tiempos.
La llegada de un nuevo régimen al poder le echó más sal a una herida que quizá nunca va a cicatrizar, porque no solo fue cortado e ignorado de tajo, sino que ahora en un nuevo estilo, es confrontado, ofendido y a veces hasta exhibido; y eso es algo que a su edad y con sus hábitos, no ha podido tolerar.
Por eso, en lugar de seguir con su camino periodístico que lo llegó a encumbrar, Don Joaquín ha entrado en un juego que tiene perdido, ha dejado que sus vísceras se apoderen de su razón y dicten su trabajo. Es clara la enemistad que tiene con los actuales gobernantes y es entendible y a veces justificable, pero meterse al juego que antes criticó, en donde su seriedad se desdibuja y entra en un terreno antes desconocido para él, en donde lo burdo e intrascendente se impone; solo termina por quitarle la credibilidad y validez que aún le quedaban.
Que si el Presidente pone distancia de los empresarios es un problema, pero si se reúne con ellos también, si come en una fonda es un populista, pero si lo hace en su residencia y con platos no desechables entonces es un falso; no hay nada, absolutamente nada que lo tenga tranquilo o satisfecho. Su sed de venganza, su amargura y su rabia lo hacen atacar siempre, incluso cuando lleva las de perder.
Difícil de entender que una persona con su experiencia no se de cuenta que todas esas actitudes lo terminan exhibiendo, solo legitiman las versiones y señalamientos que desde el gobierno siempre le han hecho sobre su parcialidad; y le resta importancia y credibilidad a sus reportajes y comentarios.
Como si tratara de emular al personaje de Brozo de Víctor Trujillo, Don Joaquín se ha caricaturizado a sí mismo, y el resultado es realmente lamentable, porque no se da cuenta que en el juego de las descalificaciones, de las ofensas e insultos, y de los señalamientos, el siempre llevará las de perder. Como aquel apostador que llegó a ganar mucho, pero que lo siguió arriesgando hasta perderlo todo; porque no puede aceptar que su suerte cambió y el momentáneo triunfo que alguna vez gozó, ya pasó.