La mitocracia en el poder: la administración de AMLO

La victoria del 2018 fue para muchos el triunfo de los olvidados, la reivindicación de los humillados, el grito de justicia que resonaba en cada rincón del país. Pero esa victoria, tan anhelada, no tardó en mostrar sus sombras. La administración de López Obrador, esa que pretendía ser el gobierno del pueblo, para el pueblo, se reveló rápidamente como un régimen autoritario, obsesionado con consolidar el poder a cualquier costo. La mitocracia se había hecho gobierno, y el país entero se convirtió en su escenario.

Las mañaneras, esas conferencias diarias que prometían ser un ejercicio de transparencia, se convirtieron en un púlpito desde el cual se pronunciaban sermones, se lanzaban maldiciones, se dictaban sentencias. Se consolidaron como un altar de la mentira absoluta, donde la narrativa personal del presidente se sobreponía a la verdad, donde el enemigo era definido cada mañana, y donde el linchamiento público se volvió rutina. En lugar de escuchar al pueblo, el gobierno hablaba desde un pedestal, con la seguridad del infalible, sin admitir errores ni aceptar disenso.

La militarización del país, una de las promesas incumplidas más dolorosas, fue la evidencia clara de la traición a los ideales iniciales. López Obrador, quien en su momento criticó la presencia militar en las calles, decidió entregar la seguridad del país a las fuerzas armadas, entregándoles además responsabilidades que iban mucho más allá de su mandato. La militarización se volvió la respuesta fácil a problemas complejos, como si la paz pudiera imponerse con fusiles, como si la seguridad fuera una cuestión de control y no de justicia. Y mientras los soldados patrullaban las calles, la violencia seguía escalando, las desapariciones aumentaban, y la promesa de un México en paz se volvía una farsa más en el repertorio de mentiras gubernamentales.

Los programas asistencialistas, otro pilar de la administración, se anunciaron como la solución para la pobreza, pero detrás de ellos no había un plan de desarrollo integral, sino una estrategia de clientelismo político. Las transferencias de dinero eran pan para hoy, hambre para mañana, un paliativo sin estructura que solo buscaba asegurar la lealtad de las masas. Y aunque la pobreza sí disminuyó, la pobreza extrema, lejos de reducirse, aumentó. La esperanza que había resurgido con la victoria del 2018 se desmoronaba día tras día, como un castillo de arena golpeado por las olas de la realidad.

La transición histórica: Claudia Sheinbaum y el fin del lopezobradorismo

En medio del desgaste de la mitocracia, emergió Claudia Sheinbaum. Una figura distinta, un rostro que parecía ofrecer un respiro frente a la confrontación constante del lopezobradorismo. A diferencia de AMLO, Sheinbaum no se presentaba como la salvadora única, la voz omnipotente. Su liderazgo no se basaba en la profecía del apocalipsis ni en el discurso del resentimiento, sino en la promesa de una izquierda más moderna, más técnica, más abierta al diálogo. El contraste entre ambos era palpable: mientras Andrés Manuel se aferraba a la narrativa de la división, Sheinbaum intentaba construir puentes, ofrecer consensos.

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Para muchos, la llegada de Claudia Sheinbaum Pardo representa la posibilidad de un cambio real, la oportunidad de dejar atrás los excesos de la mitocracia y construir un proyecto de izquierda más democrático, más inclusivo, más acorde a los desafíos del presente. Sheinbaum tiene la oportunidad de desmantelar falacia de falso dilema que caracterizó al lopezobradorismo, y de abrir espacios para la diversidad de pensamiento, para la crítica constructiva, para la pluralidad.

El claudismo como alternativa: un nuevo paradigma para la izquierda mexicana

El claudismo podría ser la respuesta a los anhelos de una izquierda que ya no quiere seguir anclada en el pasado. Es la oportunidad de superar la narrativa del líder mesiánico y construir un movimiento colectivo, donde el poder no se concentre en una sola figura, sino en la capacidad de escuchar, de dialogar, de reconocer errores y aprender de ellos. Claudia tiene ante sí la oportunidad de demostrar que el lopezobradorismo no es la única opción para la izquierda mexicana, que es posible ser progresista sin ser dogmático, que es posible luchar por la justicia sin necesidad de demonizar al otro.

El claudismo debe ser, si quiere tener éxito, un proyecto que deje atrás los anacronismos ideológicos, que se enfoque en el futuro y no en la nostalgia del pasado. Debe ser un movimiento que abrace la modernidad, que entienda los desafíos de la globalización, que busque justicia social sin caer en el asistencialismo ciego. Sheinbaum tiene la oportunidad de liderar una izquierda que sea una alternativa real al conservadurismo, no desde la confrontación, sino desde la propuesta, desde la construcción de un México más justo, más libre, más humano.

El futuro de la izquierda en México: más allá de la mitocracia

El futuro de la izquierda mexicana depende de su capacidad para evolucionar más allá de la figura de López Obrador. La mitocracia debe ser superada si queremos una verdadera transformación. Sheinbaum podría ser la figura que permita ese cambio, pero dependerá de su capacidad para romper con los vicios del lopezobradorismo y construir un nuevo paradigma. La izquierda debe dejar atrás la necesidad de un líder mesiánico y construir un proyecto que incluya a todos los sectores, sin excepciones.

Este futuro requiere de una izquierda reformista, liberal y democrática, una izquierda que no dependa de la plaza pública para imponer su voluntad, sino de instituciones fuertes y transparentes. Requiere de una izquierda que entienda que la justicia no puede imponerse con odio, que el progreso no puede construirse sobre la base del resentimiento. Solo así la izquierda podrá ser una verdadera alternativa, una fuerza capaz de transformar a México sin caer en los excesos del pasado.

De la desesperanza a la reconciliación

Mi camino personal, del honor a la desilusión, ha sido doloroso. Sin embargo, también ha sido una oportunidad para reflexionar sobre lo que verdaderamente necesita México. No se trata de seguir a un líder ciegamente, sino de construir un proyecto colectivo, de recuperar la esperanza desde la reconciliación y la inclusión. La doctora Sheinbaum Pardo representa la posibilidad de una izquierda distinta, y aunque el escepticismo es inevitable, la esperanza sigue ahí, esperando ser rescatada.

En este recorrido, he visto el esplendor y la caída, la esperanza y el desencanto. Pero también he aprendido que las ideas trascienden a los líderes, que los ideales pueden sobrevivir a sus portadores, y que la lucha por un México más justo no termina con la decepción de un hombre. La esperanza no debe morir con la caída de un mito; debe ser rescatada, reformulada y transformada en algo real, en algo que pertenezca a todos nosotros.

Adiós, Andrés.

Bienvenida, Claudia.