Aclaro que mi columna no pretende entrar en discusión con los ateos acerca de que si existe o no existe Dios o acerca de que si es un mito la Semana Santa o no, los respeto mucho pero tampoco me pueden negar que también sienten o han sentido ese airecillo que es muy propio y particular de estos días y que sopla con la llegada de la Semana Santa y tampoco me pueden negar que sí descansan y he incluso hasta pasean y viajan a otros destinos en estos días de asueto “espiritual”.
Para empezar, espero de todo corazón que de verdad el Espíritu Santo me ilumine y me inunde en estos días y podamos descansar, al menos en los llamados días santos del presidente y sus conferencias matutinas con sus manoteos, sus rascadas de nariz, su enojo, su berrinche, sus dramas y su victimización.
Pienso que el presidente se abstendrá de brindarnos de su grata presencia al menos jueves y viernes santo. Dado que él es católico y creyente como lo ha dicho el en innumerables ocasiones y que incluso se ha llegado a casi comparar con el mismo Jesucristo resucitado, yo creo se “guardará” en estos días de recogimiento.
La Semana Santa en mi vida siempre ha sido mucho muy importante pero mucho más allá de que lo sea porque son vacaciones. Para mi sí tiene un sentido espiritual.
Y es que desde niña mi madre mi hermana y yo usualmente nos íbamos a Puebla, tierra de mi madre a pasar la Semana Santa con nuestros familiares de allá, en una primera etapa llegábamos a un hotel y al hotel llegaba toda la familia para disfrutar de la alberca, ahora que lo pienso no entiendo cómo es que nunca nos regañaron, no se cómo, porque éramos muchos.
Pero entre las risas y la diversión de mis primos y tíos yo solía justo en viernes santo a las 3 de la tarde, meterme al baño de nuestra habitación de nuestro hotel para hincarme y ponerme a rezar.
No están para saberlo ni yo para contarlo pero cuando era adolescente quise ser monja. Pude hablar con una de mis primas poblanas quien era consagrada y sus hermanos sacerdotes y me hizo ver que había que dejar las cosas mundanas a un lado para poder entrar a un convento.
Yo que amaba cantar y escuchar música no podía imaginar ni siquiera tenerla que dejar a un lado. Así que deserté de la idea.
Pero era raro que una adolescente se pusiera a rezar en viernes santo en medio de la algarabía familiar, los chapuzones en la alberca, la música y las risas de mi madre con nuestra familia, pero yo lo hacía. Hoy sé que después de esos días en donde ni siquiera imaginaba que un cáncer fuera a tocar a mi puerta, creo que fue mi fe la que me sostuvo y me sigue sosteniendo .
¿Se han fijado? Por lo general se nubla justo a esa hora los viernes santos. El clima se enfría y sopla un viento muy particular. De eso he sido testigo siempre. Me ha apasionado mirar al cielo y estar atenta cada viernes santo a las 3 en punto de la tarde.
Mi padre, siempre serio y prudente, nunca quiso estar en esa clase de convivencias por lo que él solamente nos llevaba a Puebla y nos recogía . Para él era demasiado caos.
Supongo que era feliz quedándose solo en casa.
Ya luego una prima muy querida también de Puebla, adquirió una casa hermosa con alberca y ahí se organizaban cada año las vacaciones de Semana Santa.
Aquello parecía un balneario, había música, risas, botana, olor a bronceador, etc.
Pero mi tío, padre de ella, que era sumamente creyente y devoto se ponía a ver en la hermosa sala de televisión de mi prima, todas las películas que tuvieran que ver con La Pasión de Cristo. Y yo creo que quedaba tan impactado con las escenas que veía que un Viernes Santo, salió enfurecido a la terraza, a pegarle a una hermosa mesa de cristal que tenía mi prima con su puño cerrado gritando: “¡Respeten a Jesucristo! Hoy se conmemora su agonía y su muerte!”. De pronto la música quedó en silencio y las risas se apagaron.
Aquella mesa de cristal se hizo añicos, y mi madre que estaba sentada ahí, solo alcanzó a rescatar su cuba con unos reflejos vertiginosos que ni Jean-Claude Van Damme tenía, pero todos los vidrios le saltaron en sus pies haciéndole alguna que otra cortada. Me impresionó mucho aquella escena, pero mi madre seguía sonriendo como si nada hubiera pasado.
Creo que después de todo mi tío tenía razón. Ese día, el Viernes Santo debería de ser para los católicos días de guardarse como le llaman y para él resultaba ofensivo que hubiera tal cantidad de ruido, musca y risas en un día tan profundamente espiritual.
Luego, pues ya ni contarles del Sábado de Gloria, donde todo aquel que entraba a la casa de mi prima era capturado para aventarlo a la alberca, algunos de ellos llegaban muy arreglados y pues de nada servía, acababan en el agua. Las risas y el sol siempre brillaban ese día. ¡Cuanta nostalgia siento!
Mi madre y mi hermana enloquecían con más cemitas poblanas así que por lo general es lo que comíamos. Pero mi madre entre más pápalo tuvieran le sabían mejor.
Jamás las volví a comer….
Mi madre y mi hermana se divertían mucho con mis primas y es por eso que yo amaba cada año ir en Semana Santa a Puebla porque a mi madre quién padecía de una depresión sumamente grave, era muy difícil verla reírse y sus carcajadas estando ahí me daban vida a mi.
Sinceramente lo único que yo quería era verla feliz y solo en Semana Santa podía ver a mi madre así, yo era la más chica por lo que casi no había nadie de mi edad, pero siempre me divertían las ocurrencias de todos y solo me dedicaba a ponerme el traje de baño y asolearme y escuchar de lejos sus conversaciones.
Hoy mi madre y mi hermana yacen en una estrella seguramente encontrando la manera de ser felices y de divertirse todos los días como en aquellos años. Mi padre también las acompaña ahora sí, aunque no quiera.
Nuevamente está por llegar la Semana Santa y yo creo que lejos de esmerarse uno por ayunar o por no comer carne, deberíamos empezar a pedirle a Dios por nuestro presidente pero también omitir hablar de él, al menos en Viernes Santo, porque es que Andrés Manuel nos está dando mucho de qué hablar pero prometo hacer el ayuno de AMLO el viernes. No prometo hacerlo más días porque el presidente no nos deja de dar material para hablar de él.
¿Se han fijado que ya casi no se le percibe como “presidente”?
He notado que mucha gente ya le dice por su nombre, “Andrés Manuel”. Pues es que ya, por fin, está por terminar su lento, largo y difícil sexenio. Bien por él y bien por nosotros.
Hoy quise escribir de esto como un homenaje a la familia tan amada de la hermosa Puebla que siempre nos abrió las puertas de su corazón y de sus vidas para alegrarnos aquellos días de Semana Santa.
No me hacía falta más nada en la vida que estar en Puebla con ellos y ver reír a mi madre y a mi hermana.
Gracias a ellos y gracias a ustedes por leerme hasta acá.
Que el airecillo de Semana Santa toque su piel y su alma y sientan que sí, llámenle como quieran, hay alguien que aunque no lo veamos, está en todas las cosas que tenemos todos los días, en la comida, en un abrazo, en un techo donde dormir, en la llamada de un amigo. Ahí está el. Para los que crean y los que quieran dejar de creer.
Para los que nunca han creído. Ni creerán.
Ahí está Dios. Ese es Dios.
Es cuánto.