Conocemos la historia, el comediante Chris Rock tuvo la mala idea de hacer un chiste —de pésimo gusto— acerca de la alopecia de Jada Pinkett Smith, esposa de Will Smith.
Naturalmente la broma molestó a la pareja Smith. La reacción de ella fue inteligente y civilizada: no se rio. Esa es la mejor manera de rechazar un mal chiste. Su marido, en cambio, perdió el control, subió al escenario y abofeteó al chistoso.
Por indebido que haya sido, Chris Rock solo se excedió en el ejercicio de su libertad de expresión. Me parece lamentable, pero nada más.
Considero que no deben perseguirse ni castigarse de ninguna manera los abusos en el ejercicio de la libertad de expresión, ya que hacerlo podría ser el camino para empezar a limitarla, y esto pavimentaría el camino que lleva al autoritarismo.
Will Smith decidió que debía responder con golpes e insultos al mal chiste de Chris Rock.
Los insultos habrían sido de mal gusto, pero también solo uso —o abuso— de la libertad de expresión del famoso actor.
Golpear al otro ya fue un delito. El mundo ha condenado a Will Smith, quien deberá ser sancionado. Enseguida algunas ideas para castigarlo.
1.- A Will Smith se le debe retirar el Oscar que ganó como mejor actor.
2.- El agredido, Chris Rock, debe denunciarlo penalmente para que Smith vaya a la cárcel.
3.- El señor Rock también debe demandar en los tribunales civiles al agresor para que este sea condenado a pagar una indemnización millonaria.
¿Qué castigo merece Chris Rock? Ninguno. Si acaso debe disculparse por haber bromeado con la enfermedad de una persona, pero hasta ahí. Circula un video en el que parece estar disculpándose con Will Smith, pero este no era el ofendido, sino su esposa. Claro está, si no quiere pedir disculpas, que no lo haga y siga con sus malos chistes: el público decidirá si los acepta o no.
¿Y la política y el periodismo de México?
En nuestro país y en el extranjero mucho se ha cuestionado al presidente AMLO por su costumbre de hablar en malos términos del trabajo de los y las periodistas.
Se acusa a Andrés Manuel de atentar contra la libertad de expresión ¡¡¡solo por usar su libertad de expresión!!!
Lo curioso es que nadie dijo nada cuando, en el pasado, de las oficinas del gobierno se llamaba a los propietarios de los medios para exigir la cabeza de periodistas incómodos.
Es muy conocido el caso de Carmen Aristegui, quien al menos dos veces fue despedida de las estaciones de radio en que trabajaba por presiones desde la presidencia de México, pero hay muchas otras historias parecidas.
Contaré una sola: Ciro Gómez Leyva tuvo que dejar la conducción de un noticiero en Milenio TV porque al equipo de Peña Nieto no le gustó que llevara una contabilidad de personas asesinadas; aunque en principio fue un castigo, terminó por favorecer a Ciro, ya que pudo dejar en Radio Fórmula el horario vespertino para pasarse al matutino, donde rápidamente se convirtió en el líder en rating, lo que le valió para ser contratado por Olegario Vázquez Aldir quien le dio la titularidad del informativo nocturno de Imagen TV, donde hace muy buen trabajo.
Eso no ocurre ya. Lo de hoy es un presidente que responde a sus críticos, a veces tranquilamente, a veces enojado, a veces con datos duros, a veces mal informado, pero siempre valiéndose solo de palabras.
Lo curioso es que la libertad de expresión de AMLO la combaten —le exigen, en México y en el extranjero, que se calle— quienes más deberían defender el ejercicio sin límite de la libertad de expresión: los y las periodistas.
Algunos periodistas lo que buscan al cuestionar la libre expresión de Andrés Manuel es que regrese el pasado, en el que el gobierno entregaba enormes cantidades de dinero a los dueños de los medios de comunicación y a lo más destacado de la comentocracia.
Otros y otras periodistas, más decentes —pero sin entender el fondo del asunto— de buena fe exigen que el presidente López Obrador se autocensure, algo que si lo analizan bien es muy negativo, ya que la libertad de expresión debe ejercerse sin limitaciones de ningún tipo.
Andrés Manuel ha aguantado todo: muchísimas burlas a su persona, una cantidad increíblemente elevada de chistes de mal gusto contra su familia, demasiadas calumnias, demasiados insultos y también algunas críticas perfectamente objetivas.
No ha llamado, para quejarse, a ningún propietario de medios de comunicación, ni ha pedido a ningún integrante de su equipo que lo haga.
No se ha atacado a ningún periodista que se meta con el presidente —los asesinatos de comunicadores en ciertas regiones de México son una consecuencia de la fallida guerra contra el narco iniciada por Felipe Calderón en 2006, que solo sirvió para volver más poderosas a las mafias—.
Andrés Manuel solo critica a sus críticos. Pero, ya se sabe, los críticos piensan que no se les debe tocar ni con el pétalo de la rosa.
Una pena que los y las periodistas exijan que no se les cuestione, a ellos y ellas, que viven de cuestionar —muchas veces con mentiras— a quien se les pega la gana.