Hemos venido comentando y analizando lo que consideramos son los cuatro ejes fundamentales que conforman la confrontación actual, el conflicto existente con Estados Unidos, con el gobierno de Donald Trump, con motivo de permanentes declaraciones, posicionamientos y acciones de parte de dicho gobierno y del mexicano.
En nuestra reflexión del día de hoy abordaremos el tema de las organizaciones del crimen transnacional en México, cuyos embriones organizativos y operativos los encontramos desde las primeras décadas del siglo XX en adelante, con tres atributos: primero, impulsados por el mercado de consumidores de drogas en EU, segundo por las organizaciones criminales prexistentes en dicho país, por ejemplo una de las cuatro “familias italianas” asentadas en Nueva York, esencialmente, una filial de la “Cosa Nostra”, cuyo líder indiscutido llegó a ser Lucky Luciano, apodado ”El Rey del Crimen”, quien inició la penetración de la cocaína en México a través de Virginia Hill y de Bugsy Seagal, criminales norteamericanos relacionados con políticos de alto nivel mexicanos, aunque tal producto nunca prendió en México (Cedillo, Alberto, 1996)
La organización de Lucky Luciano incluyó a México como territorio de paso de las operaciones de contrabando de alcohol hacia EU, desplazado por todo el Caribe para llegar a tal país, siendo el epicentro la isla y el gobierno de Cuba (años 50, cuyos grandes hoteles y casinos había construido la mafia de origen italiano). Entonces, la organización criminal para el narcotráfico transfronterizo se desarrolló en México, antes como hoy, de la mano de la demanda creciente de drogas en EU y de las organizaciones distribuidoras en aquél país, los “cárteles gringos”.
Un tercer atributo o característica, fue la participación de autoridades de la administración pública federal en el negocio de narcóticos y de las apuestas: el cannabis, la adormidera y sus derivados, opio y heroína, mediante los sembradíos en Sonora, Sinaloa, Baja California, Guerrero, y otros estados, y la casa de apuestas revivida en lustros pasados, de nombre Caliente, y otros negocios ilícitos. En otro espacio documenté con detalle tales antecedentes.
Así la historia actual hinca sus raíces en las primeras décadas del siglo XX con particularidades muy similares, que son constantes hasta la actualidad.
EU impuso desde los años 70 un paradigma (modelo de observación de una problemática, análisis y búsqueda de soluciones aceptado por una comunidad de estudios) de carácter prohibicionista, punitivo y jurídico-penal, el cual requería ser reprimido con toda la fuerza del Estado, con la asistencia técnica y financiera de EU. Se extendió hacia toda América Latina, y desde entonces ha tenido dos grandes epicentros icónicos: Colombia y México, principalmente.
Este paradigma no fue contestado en términos de construcción de alternativas distintas con diferente enfoque de parte de los gobiernos latinoamericanos y de sus élites intelectuales, todos lo asumieron a pie juntillas, pero al cabo de 30 años, primera década del siglo XXI, había fracasado, los grupos criminales se habían hecho muy poderosos en la década de los años 90, y habían transnacionalizado sus estructuras y operaciones a distintos países de tres continentes, pero la demanda también se había extendido en EU y en toda Europa y Asia.
El propio gobierno y el Senado de EU, así como la Unión Europea, reconocieron abiertamente el fracaso, a pesar de la amplia cuota represiva comprometida contra tales organizaciones. EU insistió, más como puntal de una geopolítica de dominio regional, que por convicción, en Europa se movieron hacia un paradigma preventivo impulsado con todos los activos del Estado: sistemas de salud, educación, cultura, medios de comunicación, inteligencia de Estado y fuerzas represivas altamente especializadas. En América Latina, emergió la idea de la “legalización”, que cristalizó en dos o tres países y en una decena de estados de la unión americana.
Los estragos sociales, políticos, institucionales, de corrupción sistémica al interior del Estado, fortalecieron el poder de las estructuras criminales, al grado de penetrar el primer círculo de poder, que es el del jefe de Estado, y en la tercera campaña presidencial del Lic. López Obrador, se avanzó hacia la creación de las bases de un nuevo paradigma: el ataque a las bases del fenómeno en dos grandes espacios de la vida pública de México: la estructura de pobreza y desigualdad social extrema, y en la renovación del pacto social, reformas institucionales en el régimen político, un nuevo modelo económico, alejamiento del paradigma prohibitivo y represivo de EU, y otros aspectos adicionales. El nuevo paradigma tenía como eje una concepción transversal del bienestar social, comprendida en ello, la seguridad, pública y la seguridad nacional.
La administración de Donald Trump 2.0 permitía ver lo que venía: el enfoque a la inmigración indocumentada, la visualización de las estructuras criminales, el blanqueo de capital y la introducción masiva de drogas ilícitas a los mercados criminales de EU, especialmente el fentanilo con efectos devastadores, como temas de su seguridad nacional. Responsabilizar a México de todo ello era altamente rentable en la campaña y el gobierno actual de Trump, en lo ideológico, en lo político y en lo económico, materializado todo ello en las ordenes ejecutivas. Allí estamos.
En particular, declarar a las organizaciones criminales como terroristas para hacerlas posible objeto de un ataque. Es una maniobra ideológica, legal y psicológica. Explico brevemente: una construcción ideológica es un conjunto de ideas que se ponen en juego para legitimar, justificar y lograr el consenso o apoyo social, y encubrir acciones políticas en contra de alguien, o acciones militares, argumentando “razones” sociales, éticas, culturales, históricas, económicas, políticas y de algún otro tipo, pero se manipulan tales “razones” para que sirvan de justificación de las acciones agresivas. Se encubren con falsas ideas, o falsamente valoradas, una acción que no es muy bien aceptada, pero que se justifica con ideas.
EU sabe perfectamente bien, como lo experimentó durante mas de 20 años en Colombia con sus tropas de élite, sus agencias de inteligencia, sus apoyos económico y militar, el entrenamiento a los soldados, todo lo que fue el Plan Colombia I y II, que el crimen transnacional organizado no es un tema principalmente, de ataques militares, no se resuelve en un campo de batalla, por más que pueda hacerse daño en esa forma a las organizaciones delictivas.
El terrorismo tiene tres variantes: el político, el criminal o de Estado, de las estructuras del crimen transnacional no es su atributo central ser “terrorista”, sí usan la violencia criminal, o el terrorismo con fines de imbuir temor, pánico y control social, pero su objetivo central es preservar, ampliar sus negocios delictivos y obtener beneficios lo más altos posibles, para seguir invirtiendo, para sobornar autoridades, para asociarse con empresarios privados dispuestos a asumir el riesgo, comprar las mejores armas posibles, a diferencia del terrorismo político, que por absurdo que parezca, persigue un ideal, tienen una visión del cambio social, un programa político, y ataca como una forma de desestabilizar al enemigo, de confundirlo, de crear zozobra y desánimo, etc., pero es otro tipo de fenómeno, con ideología.
El terrorismo de Estado es el que practica un gobierno nacional apoyado en las instituciones y agentes del Estado (policías, militares, jueces, aparato de inteligencia) contra la población indefensa, violentando absolutamente la constitución de un país y los derechos humanos, el mejor ejemplo es el de “las guerras sucias” en nuestro subcontinente, impulsadas por la ideología anticomunista desde los gobiernos de EU. Se alejó la guerra fría o guerra anticomunista, y llegó la guerra contra el narcotráfico, luego contra el terrorismo y ahora contra el narcoterrorismo.
Por ello, las amenazas de Trump, sus intimidaciones y desplantes agresivos, que forman parte de una guerra psicológica que se usa en el terreno político-militar, hay que tomarlos en cuenta, pero no caer en la demagogia ideológica, tramposa y convenenciera, pensando que tienen razón porque México no ha podido desaparecer los cárteles, derrotarlos. Ellos en EU en 50 años no han podido bajar el consumo de drogas, al contrario, cada vez los 40 millones de estadounidenses que las usan frecuentemente, consumen más y en una mayor variedad, y el fentanilo podía conseguirse en cualquier ciudad de EU, incluso lo compraban por internet, se lo vendían a quien sea, incluidos, menores de edad.
Y para las demás drogas, cannabis, cocaína, heroína, metanfetaminas, etc. existen grandes distribuidores mayoristas que se las compran a los cárteles mexicanos y revenden en todo el territorio estadounidense, son organizaciones del crimen transnacional y tampoco han podido destruirlas. Lo mismo sucede en Canadá, han crecido las adicciones, pero hay cárteles canadienses que llevan las drogas a las más grandes ciudades de Canadá. ¿Cómo responsabilizar a México de todo ese fenómeno regional? Mediante desplantes seudo jurídicos, ideológicos, con guerra psicológica y con ataques políticos a los gobernantes de México. Así lo hace Trump.