Pedro Castillo, hasta ayer presidente de Perú, cometió un error que le costó caro. Usando las facultades que tiene cómo presidente, intentó disolver el congreso. No tuvo apoyo y tuvo que salir del centro de gobierno para intentar llegar a la embajada de México para pedir asilo político.
No lo logró y ahora está arrestado por las fuerzas golpistas de su país, que en el colmo del descaro, lo tachan de golpista. El profesor se quedó solo y ahora paga las consecuencias de no haber sido un buen líder político.
Esa es la realidad de un Perú que en muchos aspectos es uno de los países políticamente más atrasados del hemisferio: una nación con un 90% de habitantes indígenas, mestizos y afroperuanos dominada por una élite “blanca” de origen europeo, que durante siglos se ha perpetuado en el poder y que es dueña de medios de comunicación y de la mayoría de las instituciones en dicho país.
El resultado es un país políticamente inestable, que cuenta con el dudoso récord de haber tenido siete presidentes en un lapso de seis años y con una parálisis institucional nada envidiable.
Por este motivo, algunos personajillos como Pedro Ferriz Híjar y Marco “Larvario” Turcott, director de un pasquín de derechas, ya sueñan en sus redes sociales con darle un golpe de Estado a Andrés Manuel López Obrador.
Aquí es donde entra en juego la genialidad del presidente, con la marcha de hace unas semanas en donde se demostró el músculo de un millón y medio de personas que demostraron que lo respaldan -que lo respaldamos, en mi caso- contra cualquier intento golpista en los pocos menos de dos años de gobierno que aún le restan.
México no es Perú y aquí nuestro presidente es comandante supremo de las fuerzas armadas. Así que a los Ferriz, Levarios y demás fauna fascista les digo- ¿Golpe de estado? ¿Ustedes y cuál ejército, derechairos?