La celada en Nueva York ocurrió un 13 de marzo del 2017. En los parques había nieve y árboles sin hojas, el pavimento era resbaloso y de las alcantarillas emergían columnas de vapor que se diluían en su ascenso hacia el cielo blanco. Andrés Manuel López Obrador tenía programado un encuentro con migrantes mexicanos en un anexo de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, importante centro para la comunidad hispana de Nueva York. Entre los mexicanos indocumentados prevalecía miedo e incertidumbre por lo que la naciente administración de Donald Trump pudiera hacerles. Cacerías contra migrantes por parte de ICE comenzaban a darse en varias ciudades de Estados Unidos, y personas que llevaban su vida entera viviendo ahí era deportadas a países que poco conocían. El entonces gobierno de México se mostraba tibio ante las agresiones a mexicanos. En ese contexto de persecución y zozobra, López Obrador decidió hablarle a sus paisanos en aquella iglesia latina de Manhattan.

El recinto ya estaba lleno cuando registré mi asistencia en una mesita ubicada en el vestíbulo. Yo tenía la esperanza de saludar a López Obrador, pedirle una foto, tal vez recomendarle el mejor puesto de pizzas de la ciudad, y recuerdo que al ver esa cantidad de gente allí reunida supe que mi plan ya no sería posible. Me abrí paso entre la multitud y López Obrador entró al lugar acompañado por Alfonso Romo y su entonces inseparable escudero César Yáñez, que aún no decidía casarse. En su tumultuoso camino al estrado saludó de mano a quien podía, y aunque no hubo espacio para las selfies, se tomó su tiempo para firmar un libro. Finalmente llegó a la tarima y comenzó a leer un mensaje en contra de la animadversión a los migrantes: “Es una canallada que se refieran a los mexicanos como Hitler a los judíos”.

De repente, ante la vista de todos, una mujer se colocó junto a López Obrador y exhibió una pancarta que mostraba una correlación tramposa entre AMLO, Rudolph Giuliani y Donald Trump. En seguida comenzaron los abucheos y las mentadas. “¡Saquen a esa vieja!”, gritó alguien cerca de mí. López Obrador intentaba apaciguar a la multitud. “Déjenla, ahí está bien, no pasa nada, ¿me permiten terminar de leer?”, y venían más aplausos, y esos aplausos se volvieron mentadas cuando otro hombre llegó al estrado para enseñarnos una cartulina con la fotografía de AMLO posando con José Luis Abarca, ex alcalde de Iguala preso por la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Los gritos imposibilitaban seguir escuchando al líder de Morena y él decidió suspender la homilía neoyorquina. En medio del caos me acerqué a César Yáñez, que me hizo un gesto de frustración ante el triunfo de los reventadores. Una turba rodeó a Marisa Céspedes, corresponsal de Televisa en Nueva York, y le gritaban “¡Fuera Peña! ¡Fuera Peña!”, mientras los demás abandonábamos la iglesia.

Afuera, se mantenía el alboroto sobre la calle 14. Antonio Tizapa, padre de un normalista desaparecido, increpó a López Obrador cuando éste ya estaba arriba de su camioneta. “No seas provocador”, le dijo AMLO a Tizapa. Luego le dijo: “qué te vaya bien”, y sus enemigos alteraron el audio y difundieron que en realidad le había dicho “cállate”. Y para acabarla de chingar, una tormenta de nieve le impidió entregarle un escrito en defensa de los migrantes al Comisionado de Derechos Humanos de la ONU. En ese momento muchos juraron, como tantas veces lo hacen, que ahora sí había llegado el fin de AMLO, que aquella increpación significaba el repudio del mundo y que por eso López Obrador ya no tenía ninguna posibilidad de ganar la presidencia de México.

Años después, ya López Obrador presidente, esas mismas voces repitieron el mismo pronóstico fallido en la víspera de un nuevo viaje a Nueva York, en esta ocasión para presidir el Consejo de Seguridad de la ONU. Auguraron el fracaso, el ridículo mundial. En cambio, parafraseando a Hemingway, Nueva York era una fiesta. Afuera del aeropuerto y de su hotel, en Times Square y en la ONU, los mexicanos le dieron una bienvenida que no se ha visto con otros presidentes de México. Mariachis, las mañanitas, banderas tricolores, sombreros, pancartas, ay ay ay, canta y no llores. Hay quienes se disfrazan con pelucas para pasar desapercibidos, hay quienes no se atreven a pisar suelo estadounidense. López Obrador abrió los brazos, y caminó frente a la gente que lo aclamaba.