Muy a menudo el presidente López Obrador reunía a Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Adán Augusto, en la propia sede de Palacio Nacional, y ante los reflectores de la prensa de todo el país. Eso ocasionó sobresaltos y una crispación interna que llegó a otras latitudes, especialmente a las bases del partido, porque la exclusión estaba generando mucha presión, y al mismo tiempo desgaste para el partido. Es decir, el simple hecho de no haber considerado -en un momento determinado- la incorporación de Ricardo Monreal, como aspirante presidencial, estaba significando un retroceso para la misma democracia en Morena.

En un principio eso generó suspicacia, y hasta cierto punto desilusión, por tantos gestos de favoritismo que atestiguamos. De hecho, algunos de los aspirantes presidenciales le sacaron provecho a esa situación a partir de ese momento. Hubo, por ejemplo, quienes pusieron en marcha una estrategia de publicidad y propaganda a lo largo y ancho del país. Actuaron, de cierta forma, movidos por la propia inercia de una sucesión presidencial adelantada que, en este caso, ocasionó gran encono en más de veinte meses consecutivos.

De igual manera, el fuego amigo fluía sin empacho. Casos como el de la gobernadora de Campeche, fueron los que más llamaron la atención. Dicho en otras palabras, la disputa interna se trasladó hasta los estados de forma abierta. De pronto, se vino una avalancha de publicidad y activismo en muchas entidades federativas que apuntaba, ni más ni menos, a muchos funcionarios de primer nivel en los despachos estatales.

Y, antes de que la situación se saliera de control, debido a las fuertes presiones, el presidente decidió dar un giro a la estrategia presidencial. Pasó en enero, luego de una reunión que sostuvo el presidente López Obrador y el dirigente nacional de Morena, Mario Delgado. De hecho, por decisión propia del mandatario federal, determinó que Ricardo Monreal no sólo conservará la coordinación de la fracción en la Cámara Alta, sino que fuese incluido como aspirante presidencial.

Desde ese mes, a la fecha, el coordinador de los senadores de Morena consiguió el anhelado reconocimiento; solo faltaba garantizar piso parejo, y que el propio presidente López Obrador, diera el paso definitivo para que dejara claro que, hoy por hoy, los cuatro aspirantes oficiales son Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum, Adán Augusto y Ricardo Monreal.

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A partir de ese momento, en adelante, tiene que venir una nueva etapa no solo de unidad, sino de condiciones equitativas para los cuatro aspirantes presidenciales. De hecho, la fotografía que circuló desde Palacio Nacional, motiva a las bases del partido a cerrar filas con el proyecto que encabeza el presidente López Obrador. La postal queda como evidencia porque marca un antes y un después. Eso se tiene que reflejar, por ejemplo, en la misma tribuna de las mañaneras y, por supuesto, en cada una de las entidades federativas donde la instrucción ha sido, desde el mes de enero, abrir el abanico para que todos, sin excepción, tengan el mismo impulso.

Hasta este momento son muy pocos los gobernadores que han atendido el llamado, especialmente con Ricardo Monreal. Muchos, en ese sentido, se hacen de la vista gorda, lo que sigue implicando especulación. Sin embargo, el mismo presidente Obrador ha dado un ejemplo para dejar atrás cualquier diferencia y enfrentar los desafíos electorales próximos, unidos en una sola expresión, a fin de refrendar el triunfo del 2018. Y, la única vía para fortalecer esa unidad, fue concretar un tema que siempre estaba pendiente con la visita o el reencuentro del mandatario federal, y el coordinador de los senadores de Morena a Palacio Nacional.

Ricardo Monreal es, ya lo hemos dicho, un aspirante presidencial. Tiene el derecho no sólo legítimo, sino también histórico de participar en la sucesión del 2024. Podemos decir que, en ese sentido, cuenta con todo el apoyo del presidente López Obrador. Y vaya de qué forma: la invitación a la sede de Palacio Nacional retrata el respaldo que, en más de veinte meses, se le negó. De hecho, esto no es producto de la casualidad, sino del empuje que encabezó el coordinador de los senadores de Morena en casi dos años de veto.

Fue paciente y calculador. No se confrontó con el presidente y, a pesar de la exclusión, sacó adelante toda la agenda legislativa que comprendía, por supuesto, una lista de propuestas que realizó el propio ejecutivo federal. Sin ir más lejos, Monreal se convirtió en el operador clave para encontrar una salida favorable a todos los asuntos relacionados con leyes y reformas constitucionales. En pocas palabras, ofreció entrega y oficio para tejer acuerdos y consensos.

Será que, de viva voz del presidente, el viernes por la tarde se lo reconoció de frente al zacatecano. Posiblemente sí. Lo que sí es un hecho es que, desde Palacio Nacional, predominó el gesto de que Ricardo Monreal será tomado en cuenta por igual no solo en la democracia interna, sino en la toma de decisiones del futuro político del partido y del gobierno. Y no solo porque resistió la fuerte presión que se generó, sino porque es un precursor del movimiento, y fiel amigo de AMLO en más de 26 años de lucha democrática del país.