Era el 2009, mediados del sexenio de Felipe Calderón, cuando emergió con mucha fuerza la figura del entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, como uno de los favoritos rumbo a la sucesión presidencial del 2012. No hubo ni la mínima intención por parte del mexiquense ni de su equipo de ocultar sus planes, siempre se sintieron seguros de su futuro cercano.
Ante todo ello, el entonces Presidente Felipe Calderón, miraba con detenimiento pero también con mucha prudencia el ascenso de Peña, mismo que terminó por consolidarse un año después con su boda de telenovela. El calderonismo había tomado la decisión de pactar, dejar crecer al gobernador y no atacarlo, para tener una segunda carta que pudiera contener a López Obrador en caso de que ninguno de ellos fuera el abanderado de su partido en el 2012.
Así pasó, Josefina Vázquez Mota sufrió el abandonó del presidente Calderón durante su campaña, quien no quiso arriesgar a terciar la elección, y decidió dejarle el camino libre al PRI, para que regresara al poder después de 12 años de ausencia.
En el sexenio peñista, el pacto se respetó, ningún procedimiento en contra de Calderón, ningún señalamiento o campaña. En el olvido quedaron los escándalos de corrupción de ese sexenio, las estelas de luz, las bardas de las refinerías imaginarias, los crímenes como el de la Guardería ABC, o el pacto de su gabinete de seguridad con el crimen organizado para simular una guerra que lo legitimara como presidente. Felipe se fue tranquilo a preparar su eventual regreso.
Peña quiso repetir la fórmula, apadrinó a varios panistas para que primero le aprobaran sus reformas estructurales, para después, impulsar a varios de ellos con el apoyo de Bucareli, a que llegaran a gobernar sus respectivas entidades. El peñismo, por lo menos hasta la mitad de su sexenio, apostó a dejar crecer al PAN para controlar la sucesión, no les salió.
El hartazgo social, el resentimiento al interior de su partido, la evidente corrupción y muchos otros factores influyeron en que el vaso finalmente se derramara. La sociedad exigió un cambio radical, un reseteo del sistema para terminar con la insensibilidad política que nos estaba gobernando. Y así, llegó Morena al poder, sin que Peña pudiera o intentara siquiera meter las manos.
Hoy por esa razón, cada que el mexiquense aparece accidentalmente en público, el calderonismo y sus hordas tuiteras salen a señalar (quizá por experiencia propia) que existe un pacto entre el actual gobierno y el peñismo, un pacto de impunidad, de complicidad, de corrupción.
Curiosamente y en total incongruencia, 24 horas antes, ese mismo grupo compartía por todas sus cuentas y redes, las declaraciones de Rosario Robles, y acusaban al gobierno mexicano de querer utilizar a los órganos de impartición de justicia como medio coercitivo para lograr que la exfuncionaria, inculpara a Peña Nieto y a su círculo cercano, para poder proceder en su contra.
Sea como sea, en el pasado y hoy, el mexiquense siempre ha estado vinculado a estos supuestos pactos; sean con el PAN o con Morena, los pactos de Peña Nieto, parecen funcionar de maravilla, por lo menos, hasta hoy.