Durante esta semana se cumplen los primeros 100 días de gobierno de Donald Trump a la cabeza de Estados Unidos. México dejó de ser un elemento discursivo para fortalecer su narrativa nacionalista y se convirtió en el país bajo acecho, ese al que se le busca el mínimo pretexto para hostigar y tener al límite. Primero por seguridad y combate al crimen organizado, por la incapacidad de combatir una crisis interna de adicciones que imposibilita el crecimiento y profundiza las desigualdades. 

Después fue por eso y por todo. Por el viejo Tratado de Aguas en tiempos comunes de sequías y calentamiento global, al que por cierto, le aporta más desgaste Estados Unidos qué México. Casi todo el territorio mexicano enfrenta una situación delicada de estrés hídrico. Al suroeste de aquel país en California, Arizona y Nuevo México hay un alto nivel de estrés hídrico debido a la sequía, el crecimiento de la población y la demanda de agua para la agricultura y justamente el Tratado de Aguas de 1944 entre México y Estados Unidos establece como ese reparto de aguas de los ríos Bravo (Río Grande), Colorado y Tijuana desde Fort Quitman, Texas, hasta el Golfo de México. El sueño americano terminó y ahora vale la pena preguntarse si realmente existió.

La paradoja es que así como exige agua, Estados Unidos es de los países que más aporta Estados Unidos fue el segundo mayor emisor de CO2 a nivel mundial, con 4.853,78 megatoneladas. Estados Unidos ha contribuido con aproximadamente el 20% de las emisiones históricas acumuladas globales de dióxido de carbono entre 1850 y 2021, según Statista. Las emisiones de CO2 per cápita en Estados Unidos son altas, alcanzando 14,44 toneladas por habitante en 2022. Estados Unidos se calentará en el futuro un 40 % más que el mundo en su conjunto. Con todo y eso, el primer día de su mandato, Donald Trump firmó una orden ejecutiva para retirarse del Acuerdo de París.

El Acuerdo de París funciona en un ciclo de cinco años de medidas climáticas cada vez más ambiciosas llevadas a cabo por los países para contener el cambio climático y combatir el calentamiento global. 

Cien días de tensiones con México gestionados mediante la inteligencia política y emocional de la presidenta Sheinbaum. Cien días en los que nuestra agenda nacional estuvo marcada por el vecino incómodo que nunca quiere pagar sus recibos de la luz y encima, se cuelga con diablito al de abajo. Las tensiones hoy son por el gusano barrenador y la amenaza es cerrar la frontera norte al ganado mexicano.

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Mientras el calendario avanza hacia mayo, la relación comercial entre México y Estados Unidos se tensa por el control de la plaga del gusano barrenador en el ganado bovino mexicano. Resulta y resalta que hace meses se prendieron las alertas por esta plaga ya que a pesar de los estrictos controles en las aduanas, existe tráfico de ganado qué no se verifica por los estrictos puntos oficiales de ingreso y egreso.

La advertencia vino directamente de Brook Rollins, secretaria de Agricultura de Estados Unidos, quien señaló que las trabas impuestas por el gobierno mexicano podrían derivar en restricciones a las exportaciones de ganado a partir del próximo mes. Y es que el problema no es menor: el gusano barrenador no solo amenaza la producción pecuaria, sino que representa un riesgo sanitario que ningún país quiere importar junto con la carne.

El centro del conflicto radica en la falta de un permiso extendido para la operación de Dynamic Aviation, empresa contratada por el Departamento de Agricultura estadounidense (USDA) para realizar acciones aéreas de erradicación de la plaga. En pocas palabras: los aviones que ayudan a controlar el gusano están en tierra, no por falta de capacidad o financiamiento, sino por una maraña burocrática.

No es la primera vez que cuestiones técnicas escalan a disputas diplomáticas. En este caso, las trabas mexicanas pueden leerse en varios niveles: una señal de defensa de la soberanía sobre su espacio aéreo, un rechazo a la influencia directa del gobierno estadounidense en territorio mexicano, o simplemente el resultado de una administración desconfiada y lenta frente a acuerdos operativos. Pero más allá de las interpretaciones, los efectos prácticos son claros: sin erradicación efectiva, Estados Unidos podría justificar el cierre de su mercado a la carne mexicana, afectando a miles de productores. La pregunta de fondo es si México realmente puede permitirse esta confrontación. La industria ganadera depende en buena medida del acceso al mercado estadounidense, y un conflicto que podría haberse resuelto con diálogo técnico amenaza ahora con tener consecuencias económicas profundas. Ojalá que alguien en el gobierno entienda que la soberanía también se defiende garantizando que nuestro ganado esté sano, que nuestra economía esté fuerte, y que no se disparen nuevas crisis en un momento donde el país ya tiene suficientes problemas.

En Chiapas, el gusano barrenador ya generó contando en una mujer de la tercera edad. El hecho es que para los ganaderos mexicanos resulta más barato comprar ganado de Centroamérica y pasarlo de forma ilegal, que criar el propio. Esa falta de control en los puntos fronterizos del sur han hecho que Chiapas sea epicentro de este lío con más casos de presencia de gusano barrenador no solo en ganado, también en perros, caballos y tristemente, humanos. El problema se veía venir, pero hasta que no se convierte en parte de la Agenda bilareral, nada es relevante. Al tiempo.