Seguramente al leer estas líneas ya tendremos diferentes opiniones sobre quién ganó el debate entre Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum y Jorge Álvarez Máynez y por qué, cada equipo de campaña dirá que su candidato (hablo en genérico), fue el mejor, que arrasó con los contrincantes; eso ya lo sabemos, mal harían si no. También se quejarán de lo que a cada uno convenga; para tratar de influir sobre cambios a su favor; eso también lo sabemos.

Pero ¿cuál es realmente el saldo de lo que observamos la noche del domingo, qué hay detrás de las palabras, de los gestos, del lenguaje no verbal de cada quién? ¿Quién fue el más audaz, el más crítico, el más inquisitivo, el más oportuno? Y la otra pregunta que debe hacerse es, ¿un debate puede mover el escenario político electoral?

Veamos:

El debate contó con un formato duramente acartonado, demasiado largo y varias veces aburrido; nuevamente los candidatos actuando casi por guion, sin que la situación se prestara para siquiera un intercambio serio de argumentos. Los moderadores, de quienes al menos yo esperaba una participación espontánea y original, dejaron que les impusieran la ley del más fuerte, sin poder obligar a los candidatos a dar respuesta a las argumentaciones que los ponían frente a frente y de cara a la ciudadanía, seguramente porque así lo exigió la candidata que aparentemente avasalla en las encuestas; en este sentido fue mucho más efectivo y atractivo el debate entre los candidatos a gobernar la Ciudad de México.

En términos de personalidad y lenguaje corporal, Claudia Sheinbaum, la candidata oficialista, realizó el mismo acto tantas veces repetido y estudiado: se vio como la mujer fría, lejana y poco inspiradora que es. Capoteó las acusaciones de la candidata opositora practicando el ya en ella acostumbrado “yoyismo” de yo hice, yo conseguí, yo fui, sólo yo puedo etc. Buena táctica por demás aburrida, para no contestar lo importante.

Sin embargo, sus manos y sus ojos siempre denotaron una reprimida personalidad explosiva; por momentos parecía que deseaba la sacaran de allí, quizá porque no sabía hasta donde le iba a alcanzar el temple para aguantar la tensión. La mirada siempre la mantuvo fija, perdida en algún lugar del que no deseaba moverse, ni siquiera para tener la atención que merece la ciudadanía, de ver de frente a sus contrincantes, y su dureza facial recordaba a las institutrices europeas del siglo XX, de esas que nadie quiere encontrarse en el camino jamás. No contestó absolutamente ninguno de los cuestionamientos que le hizo la candidata ciudadana; contestaba con evasivas y trataba de imponer temas porque tal vez no tiene la calidad moral para negar dichos cuestionamientos.

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Jorge Álvarez Máynez, el candidato de un lejano tercer lugar, el de la nueva vieja política, tuvo uno que otro acierto que hubiera sido más lucidor si el hombre no hubiera mostrado una permanente y congelada sonrisa que más que dar calidez, generaba un poco de incomodidad al televidente.

Pareciera que llevaba como consigna apoyar veladamente a Sheinbaum, pues en lugar de atacarla por ser la puntera, se fue con todo contra Gálvez. Incluso hubo varias ocasiones en que la candidata oficialista apoyaba con un gesto afirmativo, aunque con el mismo rostro de frialdad, lo que el candidato fosfo fosfo decía.

Jorge Álvarez tiene algo que le impide generar confianza, siempre se ve rígido, con una personalidad poco atractiva, a pesar de la sonrisa permanente que se le vio. Sin embargo, el debate le sirvió para al menos darse a conocer entre un segmento más amplio de población que el 6% que parece aceptar sus ideas.

Xóchitl Gálvez, la candidata ciudadana, quizá, con todo y su nerviosismo inicial, fue quien más calidez otorgó al debate. Su personalidad sencilla, que le permite sentirse cercana a la gente, siempre le da un plus junto a sus contrincantes. Como en otras ocasiones, Xóchitl llena el espacio que ocupa; transmite emociones, despierta conciencias. Da vida, proclama verdad y defiende la libertad. Ha fincado sus acciones y decisiones en estos tres valores fundamentales. Es una mujer transparente, sin cadáveres en el closet, lo que le permite decir las cosas como las piensa para transmitir lo que quiere decir.

Xóchitl Gálvez, quien tuvo que batear las bolas rectas lanzadas simultáneamente por dos contrincantes, por momentos pareció descolocar a Sheinbaum, con los seis lances que le envió. La ex jefa de gobierno que sí tiene cadáveres, no en el closet, sino a la vista de todos, tuvo momentos en donde la mirada perdida que tenía fija en algún lugar, se hizo más dura.

Gálvez le lanzó seis cuestionamientos que no quiso o no pudo resolver: ¿por qué no clausuraste el colegio Rébsamen cuando tuviste toda la ocasión legal para hacerlo; por qué no hiciste nada cuando la tragedia de la Línea 12; por qué autorizaste ivermectina, una medicina contra parásitos, para atacar la epidemia de Covid; por qué te quedaste callada cuando dejaron sin medicinas a los niños y mujeres con cáncer; por qué negaste que tu familia tiene dinero en paraísos fiscales, cuando su nombre salió a la luz en los Panama Papers; investigarías y llevarías a la cárcel a los hijos del presidente?

En esa medida, aunque le faltó contundencia, Xóchitl le dio un aire fresco al debate. Fue crítica, al dar en el clavo con los asuntos que más indignan a la población; fue inquisitiva, porque con mucho cuidado y diligencia planteó las preocupaciones sobre la capacidad de Sheinbaum no sólo para resolver, sino para hablar con la verdad, y fue audaz, pues encontró el momento propicio para mandar con precisión los cuestionamientos.

Esas preguntas, planteadas por la candidata opositora, si bien no fueron respondidas por la oficialista, tendrán que formar parte de sus preocupaciones a futuro; están allí, todos sabemos que son válidas y que requieren una respuesta no sólo pronta, sino verdadera.

Claudia aprendió muy bien a mimetizarse perfectamente con su mentor; aprendió a decir una mentira tantas veces como necesario sea, para en el imaginario de la gente, convertirla en verdad, y aprendió también a que las cosas por muy duras y ciertas que sean, se le resbalen, igual que a su mentor. Ha sido una excelente alumna del engaño, de la negligencia y de la negación, pero eso no le funcionará por demasiado tiempo. No tiene ni la personalidad, ni la fuerza que tiene el que la ha puesto en ese camino.

Por cuanto a las propuestas se refiere, los candidatos no pudieron hacer una presentación clara de las mismas; el exceso de preguntas, aunque en las respuestas llevan implícitas las propuestas, acabó por diluir un significado detallado que hubiera sido importante conocer.

No obstante, sí podemos deducir que Sheinbaum se dedicó a insistir en lo importante que es para ella la continuidad porque piensa que lo que ellos llaman la Cuarta Transformación ha sido el oasis que México necesitaba. Jorge Álvarez Máynez vislumbró algunas líneas que sería importante considerar, y Xóchitl Gálvez nuevamente fue la que más aportaciones hizo en este sentido.

Habló de cómo va a resolver las brutales necesidades de la gente en tanto se logra reconstruir el seguro popular, las guarderías para las madres trabajadoras, la protección a los grupos más vulnerables y el apoyo verdadero a los jóvenes SiSi (sí estudian y sí trabajan), y una de las más importantes, desde mi punto de vista, el uso masivo, intensivo y moderno de la tecnología.

Xóchitl entiende perfectamente cuáles son los puntos verdaderamente críticos que hay que resolver si queremos futuro.

Claudia por su parte, como lo dijimos antes, tendrá que responder con claridad a los cuestionamientos planteados, si no quiere que la persiga el hecho de que será una mujer que, en lugar de mirar al futuro, se convirtió en la presidenta del país bananero que fuimos décadas atrás.

Es una pena que en pleno siglo XXI México sea un lugar tan alejado de los principios de la democracia; en ningún otro país medianamente decente podría ser candidata a la presidencia alguien que carga con 52 muertos en su espalda. Demasiado peso para mantenerse de pie y sobre todo para presumir calidad moral para conducir un país.

Ojalá que todos los mexicanos sin excepción, entendamos que ningún apoyo, subsidio, ayuda o limosna debiera sustituir a la exigencia de construir un país mejor, de cara al futuro y con las condiciones necesarias para ocupar un lugar importante en el concierto internacional.