He decidido escribir estas líneas como continuación de mi columna intitulada “¿Sucesión en la Iglesia católica?" publicada hace unas semanas en este mismo espacio de SDPnoticias.

La muerte del papa Francisco la madrugada del lunes ha vuelto a revivir el debate en torno al futuro cercano de la Iglesia universal. Según ha trascendido, el inicio del cónclave tendrá lugar en dos semanas, lo que será el centro de la atención de la opinión pública mundial. 

Se ha empezado a especular sobre los posibles sucesores. Sin embargo, no se conoce, al día de hoy, el nombre o nacionalidad de quien cuente con posibilidades reales de suceder a Francisco como cabeza de la institución. 

Nadie osaría refutar el hecho de que la Iglesia católica atraviesa hoy por una grave crisis en términos del número de fieles activos. Esto es especialmente acuciante en regiones del mundo como Europa y Norteamérica. El continente europeo, otrora cuna y lumbrera del catolicismo unviersal, ha quedado condenado a contar con iglesias vacías.  

La crisis ha derivado en buena medida del auge de las corrientes liberales propias de las primeras décadas del siglo XXI; marcadas por la búsqueda incesante de derechos individuales irrestrictos, el repudio hacia las normas establecidas y en pos de una libertad sin límites que, por naturaleza misma, contravienen las reglas  y dogmas de la institución. 

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Sumado a ello, los escándalos relacionados con la pederastia y otros actos deleznables cometidos por curas católicos han sembrado la desilusión y la vergüenza entre un creciente número de católicos. 

Es este tenor, ha salido a la luz estos días una revelación hecha en Francia en torno a los crímenes cometidos por el abad Pierre. Según ha trascendido, la jerarquía de la Iglesia católica habría conocido sobre este caso desde los años setenta. Ha sido, pues, un lamentable suceso que ha sacudido de nueva cuenta al catolicismo. Y en realidad no ha sido sino un escándalo más en una larga lista  de delitos que continúan lacerando la legitimidad pública de la Iglesia. 

Con miras a hacer frente a estos desafíos escalofriantes, el sucesor del papa Francisco tendrá ante sí una labor titánica que exigirá los mejores talentos, fe y sentido político del nuevo pontífice. Deberá, por un lado, mostrar al mundo sus deseos de renovación, en línea con las políticas de Francisco, pero a la vez, evitar el distanciamiento con los sectores de la Iglesia que pugnan por su inmovilismo absoluto en términos de apertura hacia la discusión sobre temas controversiales, tales como el matrimonio de personas del mismo sexo o el sacerdocio de mujeres

En suma, no será tarea fácil para el hombre que resulte electo como el nuevo sucesor de San Pedro. Sin embargo, a luz de las Escrituras y del propio catecismo de la Iglesia, los cardenales reunidos en cónclave contarán con la inspiración del Espíritu Santo para ofrecer a los millones de católicos en el mundo un dirigente que sea capaz de navegar la Iglesia universal en las aguas tormentosas del siglo XXI.