I.

Qué bella es la libertad de hacer “cosas”. Por ejemplo, auto-organizarse pequeños ciclos para el goce estético. Las coreografías del repertorio “Blanco y Negro” neoclásico de George Balanchine; las óperas cuyo argumento es el tema de Orfeo y Eurídice; las diez sinfonías de Gustav Mahler; las obras teatrales de Antón Chejov; los filmes en que aparece Lilia Prado; las películas “mexicanas” de Luis Buñuel

Eso recreaba el cerebro mientras visitaba el “Museo del Quijote” del editor Fernando Valdés cuando vi de pronto Mi último suspiro, las memorias de Luis Buñuel publicadas en 1982 con la siguiente advertencia del autor: “Yo no soy hombre de pluma. Tras largas conversaciones, Jean-Claude Carrière, fiel a cuanto yo le conté, me ayudó a escribir este libro”. Obra que abre con una consideración sobre la pérdida de la memoria de la madre del cineasta español (nacionalizado mexicano): “Llegó a no reconocer ni a sus hijos, a no saber quiénes éramos ni quién era ella. Yo entraba, le daba un beso, me sentaba un rato a su lado —físicamente, mi madre gozaba de muy buena salud y hasta estaba bastante ágil para su edad—; luego salía y volvía a entrar. Ella me recibía con la misma sonrisa y me invitaba a sentarme como si me viera por primera vez y sin saber ni cómo me llamaba”; la graduación de esa pérdida (amnesias anterógrada, anteroretrógada, y retrógrada); el portento y la vulnerabilidad de la memoria; el cruce entre memoria e imaginación (incluso el ensueño).

Buñuel concede entonces importancia al registro de su memoria, cualquiera que esta sea, que al fin es suya:

“En este libro semibiográfico, en el que de vez en cuando me extravío como en una novela picaresca, dejándome arrastrar por el encanto irresistible del relato inesperado, tal vez subsista, a pesar de mi vigilancia, algún que otro falso recuerdo… esto no tiene mayor importancia. Mis errores y mis dudas forman parte de mí tanto como mis certidumbres. Como no soy historiador, no me he ayudado de notas ni de libros y, de todos modos, el retrato que presento es el mío, con mis convicciones, mis vacilaciones, mis reiteraciones y mis lagunas, con mis verdades y mis mentiras, en una palabra: mi memoria”.

Tomé el libro de Buñuel en edición de Plaza & Janés (1982) y después de leer rápidamente su consideración sobre la memoria y revisar el índice, pedí autorización a Valdés, editor de dicha obra, para tomar fotos al capítulo “México 1946-1961″, pues coincidía con el deseo de escribir sobre el ciclo de las películas mexicanas de Buñuel que me había organizado hacía pocos años; ¡qué mejor que contar con los recuerdos puntuales del autor!

Dedicatoria de Buñuel a su editor Fernando Valdés.

Al comenzar la lectura del capítulo, consulté la biografía del cineasta. Y resulta que falleció un 29 de julio de 1983 en México; hace 40 años (nació un 22 de febrero de 1900). Decidí proceder entonces sobre su cine mexicano.

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Me contuve de hacerlo al leer unas páginas extraordinarias sobre su visión de México que quiero compartir. Tras hablar del culto a las armas (y el machismo) en el país -algo en lo que dice sentirse muy mexicano pues le gustaban mucho- y contar algunas experiencias en sus rodajes y algunas anécdotas como la de Diego Rivera disparando contra un camión, la afición del “Indio” Fernández por la Colt 45 que lo llevó a la cárcel (mató a un “cristiano”, pues), o la que le refirió Alfonso Reyes al ir este a visitar al secretario de Educación José Vasconcelos:

—Creo que, menos tú y yo, todo el mundo lleva aquí un revólver; dijo Reyes.

—Habla por ti —le respondió Vasconcelos, mostrándole un «45» que llevaba oculto bajo la chaqueta.

Tras todo ello dice que no quiere dar una impresión de su país adoptivo a partir de tiroteos y habla en consecuencia con mucho conocimiento de México; y reconocimiento a la vez. Párrafos muy profundos y aun deliciosos sobre el carácter del mexicano, la corrupción de la política de la que todos son víctimas o beneficiarios, la desigualdad y la pobreza, la inseguridad y lo que llama “dictadura democrática”, un antecedente sin duda del concepto “dictadura perfecta” expresada por Vargas Llosa lustros después.

Hace un elogio de la Constitución Mexicana, “una de las mejores del mundo, podría permitir una democracia ejemplar en América Latina” y pronuncia algo lógico: que serán los mexicanos quienes resolverán sus problemas. Lo dijo hace cuatro décadas y en ese proceso estamos en el presente. Y por ello me parece un homenaje a Luis Buñuel Portolés recordar hoy esas palabras de su libro de memorias publicado hace 41 años.

Y como anticipo del próximo texto en que hablaré finalmente de su cine mexicano, la parte de la memoria que ahora comparto concluye con dos anécdotas, una graciosa sobre Pedro Armendáriz mientras filmaban El bruto, y otra realmente desconcertante sobre Miroslava Stern, protagonista de Ensayo de un crimen. Aquí va pues; que disfruten:

Tráiler de El bruto (1953):

II.

“Hay que decir también que México es un verdadero país, en el que los habitantes se hallan animados de un impulso, de un deseo de aprender y de avanzar que raramente se encuentra en otras partes. Se añaden a ello una extrema amabilidad, un sentido de la amistad y la hospitalidad que han hecho de México, desde la guerra de España (nuestro homenaje al gran Lázaro Cárdenas) hasta el golpe de Estado de Pinochet en Chile, una tierra de asilo seguro. Puede decirse incluso que han desaparecido las divergencias que existían entre mexicanos de pura cepa y gachupines (españoles inmigrados).

“De todos los países de América Latina, México es quizás el más estable. Vive en paz desde hace casi sesenta años. Los levantamientos militares y el caudillismo no son más que un sangriento recuerdo. Se han desarrollado notablemente la economía y la instrucción pública. Mantiene excelentes relaciones con Estados de familias políticas muy diversas. Y, finalmente, tiene petróleo. Mucho petróleo.

“Cuando se critica a México, hay que tener en cuenta que ciertas costumbres, que parecen escandalosas a los europeos, no están prohibidas por la Constitución. Por ejemplo, el nepotismo. Es normal, es tradicional, que el presidente instale en puestos de mando a miembros de su familia. Nadie protesta verdaderamente. Las cosas son así.

“Un refugiado chileno ha dado de México una definición graciosa: «Es un país fascista atenuado por la corrupción.» Algo hay de verdad, sin duda. El país parece fascista por la omnipotencia del presidente. Cierto que no es reelegible bajo ningún pretexto, lo que le impide convertirse en un tirano, pero durante los seis años de su mandato hace exactamente lo que quiere.

“Un ejemplo no poco extraordinario fue provocado hace unos años por el presidente Luis Echeverría, hombre ilustrado y de buena voluntad, a quien yo conocía un poco y que me enviaba a veces botellas de vino francés. Al día siguiente de la ejecución en España (Franco ocupaba todavía el poder) de cinco activistas anarquistas, ejecución contra la que, en vano, se había alzado la opinión pública mundial, Echeverría decidió bruscamente, en cuestión de horas, toda una serie de medidas de represalia: ruptura de relaciones comerciales, suspensión del tráfico aéreo, expulsión de México de ciertos españoles. No le faltaba más que enviar las escuadrillas mexicanas a bombardear Madrid.

“A este exceso de poder —llamémoslo «dictadura democrática»— se añade la corrupción. Se ha dicho que la mordida es la clave de toda la vida mexicana. Existe a todos los niveles (y no sólo en México). Todos los mexicanos lo reconocen, y todos los mexicanos son víctimas o beneficiarios de la corrupción. Lástima. Sin eso, la Constitución mexicana, una de las mejores del mundo, podría permitir una democracia ejemplar en América Latina.

Portada del libro de memorias de Buñuel; 1982.

“Que haya o que no haya corrupción en México, es un problema que sólo los mexicanos pueden resolver. Todos son conscientes de ella, indicio que puede hacer esperar una supresión, al menos parcial. Que tire la primera piedra el país del continente americano —incluidos los Estados Unidos— que pueda considerarse libre de esta lepra.

“En cuanto al excesivo poder presidencial, si el pueblo lo acepta, sólo al pueblo corresponde resolver el problema. No debemos ser más papistas que el Papa. Por lo demás, aunque mexicano —no por nacimiento, sino por propia voluntad—, me considero totalmente apolítico.

“Finalmente, México es uno de los países del mundo en que el crecimiento de la población es más fuerte y más visible. Esta población, generalmente muy pobre, pues los recursos naturales del país se hallan extremadamente mal repartidos, huye del campo y viene a engrosar caóticamente las ciudades perdidas que rodean las grandes urbes, sobre todo México D.F. Nadie puede decir hoy cuántos habitantes tiene esta metrópoli inmensa. Se afirma que es la más poblada del mundo, que su progresión es vertiginosa (casi un millar de campesinos ávidos de trabajo llegan del campo todos los días, instalándose en cualquier parte) y que alcanzará los treinta millones de habitantes para el año 2000. Si a ello se añade —consecuencia directa— una dramática contaminación (contra la que jamás se ha tomado ninguna medida eficaz), la falta de agua, las crecientes diferencias económicas, el alza de precios de los productos más populares (maíz, fríjoles), la omnipotencia económica de los Estados Unidos, sería abusivo decir que México ha resuelto todos sus problemas. Me olvidaba de la inseguridad, cada vez más generalizada, Para convencerse de ello, basta con leer la sección de sucesos en el periódico.

“Por regla general, regla que conoce felices excepciones, un actor mexicano no haría nunca en la pantalla lo que no haría en la vida. Cuando yo rodaba El bruto, en 1954, Pedro Armendáriz, que disparaba de vez en cuando su revólver en el interior del estudio, se negaba enérgicamente a llevar camisas de manga corta, las cuales, decía, están hechas para los pederastas. Yo le veía aterrorizado ante la idea de que pudiera tomársele por un pederasta. En esta película, mientras es perseguido por unos degolladores de matadero, encuentra a una joven huérfana, le pone la mano en la boca para impedirle gritar y, luego, cuando los perseguidores se alejan, como tiene un cuchillo clavado en la espalda, tiene que decirle:

—Arráncame eso que llevo ahí detrás.

“Durante los ensayos, le oí de pronto enfurecerse y gritar: «¡Yo no digo ‘detrás’!» Temía que el solo uso de la palabra «detrás» fuese fatal para su reputación. Palabra que yo suprimí sin ningún problema.

“La vida criminal de Archibaldo de la Cruz [se refiere a Ensayo de un crimen] realizada en 1955, se inspiraba originariamente en la novela, la única novela, creo, del dramaturgo mexicano Rodolfo Usigli.

“La película obtuvo bastante éxito. Para mí, queda ligada al recuerdo de un extraño drama. En una de las escenas, Ernesto Alonso, el actor principal, quemaba en un horno de ceramista un maniquí que era reproducción exacta de la actriz, Myroslava. Muy poco tiempo después de terminado el rodaje, Myroslava se suicidó por contrariedades amorosas y fue incinerada, según su propia voluntad.”.

P.d. Tráiler de Ensayo de un crimen (1955):

Buñuel por Dalí

Héctor Palacio: @NietzscheAristo