Según ha trascendido, Luisa María Alcalde pretende convertirse en la próxima presidente de Morena. Tras su aparente ostracismo, pues ha quedado relegada del gabinete de Claudia Sheinbaum, la presidencia del partido oficial se antoja como una salida viable para una joven mujer que ha llegado a ser nada ni nada menos que secretaria de Gobernación.
Si bien no suena nada mal convertirse en presidente del partido mayoritario, sí que presenta desafíos inconmensurables, y si quiere, problemas de corte organizacional e ideológico que difícilmente tienen una solución fácil.
En primer lugar, Morena no es un partido político en términos de su definición contemporánea. Lo es en sentido jurídico, pero no académico. A diferencia de lo que fue el PRI en su origen, cuando reivindicaba los valores emanados de la Revolución Mexicana, o del PAN, con un decálogo de ideales anclados en una corriente anti revolucionaria, Morena no es más que el culto a la personalidad de un líder carismático que continúa –y continuará– ejerciendo su liderazgo más allá del 1 de octubre.
En otras palabras, los morenistas, en adición a su incondicional fidelidad a AMLO y a lo que ellos llaman la 4T, no abrazan ideales o pensamientos estructurados que cimenten el edificio de una agrupación política. Por el contrario, no responden más que al llamado del caudillo y una serie de eslóganes populistas que no se traducen en un mejoramiento real de la vida de los mexicanos.
Como bien ha sido señalado por sesudos analistas, Morena es un movimiento, casi una secta, cuya bandera gira alrededor de los antiguos discursos priistas, y, desde luego, del culto a Andrés Manuel López Obrador.
Ahora bien ¿cuál es el papel del presidente de Morena? ¿Cómo podría ejercer Alcalde u otro un mínimo liderazgo en el contexto de la presencia mítica –pero real– de AMLO y ante una presidente que cuenta con la legitimidad de mas de 36 millones de votos? ¿Cómo puede presidirse un partido político que no lo es?
¿Cómo evitaría la nueva dirigente del partido las rupturas en el interior, o el avasallamiento de los lopezobradoristas y/o claudistas ante la toma de las principales decisiones en el seno de la organización? ¿Quiere Luisa María ser presidente de Morena? Debería pensárselo dos veces.