Durante años nos tragamos la historia completa. Que si la herencia artesanal, que si los talleres familiares en Toscana, que si la piel curtida a mano por monjes bendecidos por el papa. Ok, exagero. Pero lo cierto es que marcas como Louis Vuitton, Gucci o Dior lograron convencernos de que sus productos valían lo que costaban porque eran obras de arte.
Y sí, lo fueron. Por un tiempo. Pero luego pasó lo que siempre pasa cuando el capitalismo mete mano: el arte fue desplazado por la ambición, y la exclusividad, por la eficiencia. Las casas de lujo dejaron de ser casas, y se convirtieron en corporaciones obsesionadas en más y más ganancias, sin importar que se destruyeran décadas de historia y tradición.
En algún punto —bien calculado, por supuesto— decidieron que mantener talleres en Francia o Italia era demasiado caro. Así que los cerraron. Tal vez no por completo, pero tercerizaron la producción, se mudaron a China, o contrataron maquilas chinas y pusieron en marcha la fábrica de logos. El logo se convirtió en el producto. El resto en una puesta en escena. La mayor parte de los productos se comenzaron a hacer en China, y con una jugarreta legal, los botones y algunos detalles los ponían en los países de origen de las marcas de lujo, para poder poner la etiqueta: “hecho en Francia”, “hecho en Italia”. Y lo más irónico: las fábricas chinas no solo aceptaron, sino que perfeccionaron los procesos. Aprendieron cada técnica, dominaron cada patrón, aprendieron los diseños y gustos de los fieles y “ciegos” consumidores. Y claro, con ese nivel de conocimiento técnico, ¿quién los detiene? Empezaron a vender las mismas piezas por fuera. Mismo diseño, misma calidad, otro canal.
Después se empezaron a esparcir los modelos en los mercados, dentro de los tianguis, de todo el mundo. Los vendedores decían que eran “clones”. Se creó un lenguaje cifrado sobre el tema. Decían que eran lo mismo, pero mucho más barato, sólo porque no se vendían en las boutiques.
Lo que era un secreto a voces, hoy tiene pruebas, y muchos videos virales de fabricantes chinos develaron que todo es verdad. TikTok ha sido el gran delator. Chinos mostrando cómo se producen en masa los bolsos de “alta gama”, piezas apiladas como pan dulce y fábricas frías, que nada tienen de glamoroso ni de exclusivo.
La guerra comercial entre China y Estados Unidos solo terminó de quitar el telón de este gran teatro. En plena disputa por la supremacía económica, China decidió mostrar al mundo lo que siempre se supo, lo que era evidente para muchos, pero que era el gran secreto de las marcas. China mostró cómo engañaba a los clientes occidentales. La línea entre original y copia quedó rota.
Porque seamos sinceros: si una fábrica produce tanto el “original” como la “imitación”, ¿qué es lo que realmente estamos comprando? El producto, claramente, no. Lo que se vende es el relato; el estatus... el logo.



Lo más grave de todo esto no es que nos hayan mentido. Es que lo hicieron bajo la explotación de la mano de obra e inflaron los precios a niveles absurdos y construyeron un imperio sobre un mero espejismo. Y eso, hay que decirlo, no es un escándalo: es una estafa con registro de marca.
Y aquí estamos. Rodeados de productos de “lujo” hechos en cadena, vendidos como si fueran únicos, mientras nos convencen de que tenerlos nos hace parte de algo especial. Cuando en realidad, todos estamos comprando exactamente lo mismo y parece que somos más iguales de lo que las marcas nos hicieron creer. Al parecer el 80% de las marcas son fabricadas por las mismas personas, en el mismo lugar, pero a precios diferentes según el cuento que nos traguemos, y dependiendo del tipo de sapo que seamos.
Lo que se desploma hoy no es una marca. Es una forma de entender el lujo y hasta lo que nos hacía ”diferentes”. Y no es que esté mal pagar por algo bello, bien hecho o duradero. Lo que está mal es vender una historia de arte y exclusividad cuando todo eso es falso.
La verdadera exclusividad, hoy, no está en una etiqueta. Está en saber. En preguntar. En no dejarse llevar por el humo. Y tú, ¿cuántas veces pagaste por una historia que nunca existió?