Es duro vivir en Mexicali, la desértica capital de Baja California. Al problema de ser la ciudad más contaminada del continente, por su condición de ser un valle por debajo del nivel del mar en donde no corre mucho viento, se suman las temperaturas extremas de hasta 0 grados en invierno y más de 51 grados centígrados en verano.
Los cachanillas tenemos fama de resistentes a las inclementes temperaturas, pero la verdad es que hasta nosotros sufrimos de los estragos del calor. Durante las jornadas de vacunación masiva en la entidad, cientos de personas se deshidrataron en la fila esperando la vacuna.
Al momento, cuando faltan todavía dos meses de calor extremo, ya han muerto al menos 18 personas por golpe de calor en plena vía pública. Por necesidad, los cachanillas que podemos hacemos algo de “trampa” y evitamos salir en la medida de lo posible durante las peores horas del inclemente sol. Si somos afortunados, contamos con algún aparato de aire acondicionado, o en el peor de los casos, algún ventilador o “cooler”. Durante los meses de calor extremo -qué cada vez duran más, ahora hasta finales de septiembre- vivimos prácticamente como vampiros.
Saliendo de madrugada o de noche y evitando el sol. No me sorprende el artículo publicado hoy en el Houston Chronicle, en donde relata la situación de personas que viven en Canadá y en el Noroeste del Pacífico de los Estados Unidos. Son personas, como en Ciudad de México, por ejemplo, acostumbradas a un clima fresco o helado la mayor parte del año. Allá el verano no se temía, se esperaba con gusto.Sin embargo, con apenas un grado y fracción de calentamiento global durante el último siglo, en Canadá se alcanzaron temperaturas de más de 53 grados centígrados. Esa temperatura no solo incomoda; es mortal.
Tan mortal que varios peces se cocinaron en el agua y cientos de personas murieron por males relacionados con las altas temperaturas.Y no sólo ocurren estas olas de calor debido a los llamados “bucles de retroalimentación” climático. Las inundaciones ocurridas en los últimos días en Alemania, China y Bélgica, son una muestra de lo frágil que es el perfecto ecosistema en donde el ser humano se desarrollo sin problemas durante milenios... antes de la llegada del capitalismo salvaje y extractivista, destructor de la biósfera, los animales, las plantas y la humanidad.
Aún estamos a tiempo de que el mundo no se vuelva un “Mexicali eterno”. Porque si ese es el futuro de la humanidad, no será uno muy agradable.