Hace apenas un mes, en junio, Estados Unidos estaba listo para salir de fiesta después de un brutal año y medio de pandemia en donde han fallecido más de 600 mil ciudadanos de su país. Gracias a su acaparamiento de vacunas, existía disponibilidad para todo el que la quisiera. Los contagios habían bajado considerablemente y la mortalidad también. A un mes y días de distancia, la situación ha cambiado drásticamente: la variante Delta, mucho más contagiosa que las anteriores, ha dado al traste con los avances previamente logrados. Y la situación no solo ha empeorado en el país vecino.
Francia, Reino Unido, Australia y algunos países de Asia también reportan otra explosión en los casos.
Al triunfalismo gringo respecto al desarrollo de la pandemia se le sumó la decisión de eliminar los mandatos al uso de cubrebocas en interiores, desde el mes pasado, para personas vacunadas.
Sin embargo, EU, cuna del negacionismo del Covid-19 y del enfermizo movimiento “antivacunas” simplemente asumió que las personas respetarían la regla en base a su honor. No lo hicieron y las consecuencias ahora están a la vista. La estrategia falló, estrepitosamente, como muchas cosas que han hecho los estadounidenses respecto a la pandemia.
Esperemos, que en base a lo que nos ha enseñado la historia de las epidemias, esta tercera ola será la última de tal magnitud. Porque la otra opción, el covid eterno, mutando constantemente a variantes cada vez más contagiosas y peligrosas, capaces de rebasar la protección de las vacunas actuales, sería una pesadilla.