La nota, publicada por la agencia AP, es demoledora: “Estados Unidos abandonó base militar de Bagram (Afganistán) a la medianoche, sin avisar”.
Veinte años de invasión a Afganistán, un país que no tuvo nada que ver con los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y el resultado es un ejército gringo que tiene que abandonar bases militares y equipo que tuvo un costo de billones (“trillones”, en el estilo norteamericano) de dólares, literalmente con el rabo entre las patas.
El corte de luz y el abandono de la base ubicada en la ciudad también llamada “Begram” fue la llamada de atención para que grupos de civiles llegaran y durante un par de horas saquearan todo el material, incluyendo vehículos de modelos recientes, que el “mejor ejército del mundo” abandonó.
El abandono de la base en un “sálvese quien pueda” norteamericano sería gracioso si no tuviera consecuencias tan trágicas. Los norteamericanos ni siquiera avisaron a sus contrapartes en el ejército afgano que supuestamente tomarían posesión de la base en un acto ordenado. Este tipo de acciones y el abandono de las tropas de EU de sus bastiones afganos (excepto, claro está, en el caso de mercenarios y fuerzas especiales de los servicios de inteligencia) prácticamente anuncia que la suerte está echada para el gobierno civil de Afganistán.
El Talibán, agrupación extremista religiosa que George Bush hijo utilizó como pretexto para invadir el país asiático, ahora controla más territorio que hace dos décadas y seguramente se apoderará de la totalidad del territorio de un país que lo que en estos momentos quiere es algo de estabilidad, venga de quien venga.
No por nada Afganistán es considerado históricamente la “tumba de los imperios”: el Británico, en el Siglo XIX, el ruso en el XX y ahora, el norteamericano, en el XXI.