Disponerse a firmar acuerdos que, de antemano, ya se pensaba violentar podría ser considerado como la acción más temprana de deshonestidad y golpismo al interior del partido Morena.

Al menos, eso es lo que devela Marcelo Ebrard con la impronta agresividad con que ha arrancado su lucha por la candidatura presidencial de Morena, que al final, más que determinación, revela desesperación.

Tres actos magistrales, inmediatos y a tan sólo unas horas de haber aceptado las reglas del juego:

  • Una entrevista con Ciro Gómez Leyva en la que anticipa que romperá el acuerdo sobre evitar espacios críticos y únicamente dialogar con prensa de izquierda o militante.
  • Una agresiva campaña en redes sociales encabezada por comunicadores, ex funcionarios de su equipo, bots y diputados que simpatizan con él atacando a Claudia Sheinbaum.
  • La fracasada confabulación para quitar a Sheinbaum el monopolio de la competencia por género, sumando a Yeidckol Polevnsky, otra mujer, a competir. Al menos, convenciéndola de confundir con un anuncio sin pies ni cabeza que ha sido ya una opción descartada por Mario Delgado, el presidente de Morena.

Después de todo, los acuerdos fueron imperfectos: no hubo un anuncio de quién sería el censor o regulador, mucho menos se anunciaron sanciones que comprometieran a las corcholatas a honrar su palabra, pero una señal de su personalidad ya la tenemos clara: siempre que pueda romper acuerdos en su beneficio, lo hará, así hayan sido afirmados ante el mismísimo presidente de la República o ante la militancia que pretende conquistar. De entrada, el razonamiento para sumar a Yeidckol Polevnsky pensando en que tan sólo por ser mujer le restará preferencias a Sheinbaum es erróneo y misógino, pues elimina del análisis la trayectoria, esfuerzos, logros, antecedentes y simpatías de Claudia resumiéndola a su sexo, como si se tratara de eso y ya. Claudia es Claudia. Incitar al caos mediante el registro de más personas es una pésima estrategia cuando ya había acuerdos.

Un llamado a misa. Un acto de fe que le quita toda la gloria de haber logrado imponer dos de sus tres condiciones: la renuncia a los cargos para lograr piso parejo y el registro transparente sin uso de recursos públicos para construir preferencias rumbo a la encuesta.

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El intríngulis, por cierto, es interesante en su narrativa personal: Marcelo Ebrard ha defendido al INE y la legalidad al mismo tiempo que con sus propuestas y con el contexto de sucesión anticipada, ha desatado una provocación a los mandatos de tiempos oficiales que brinda la ley para comenzar a definir candidatos. Es decir, presionó tanto que hizo comenzar la fiesta electoral mucho antes de que la ley lo permita, un agandalle que podría generar desequilibrio y algo de caos por todos los espacios de gobierno que quedarán en rotación quedando poco más de un año del sexenio. Una nueva curva de aprendizaje para los que van de paso.

Después de todo, los mentores de Ebrard deben estar algo decepcionados. Desde Carlos Salinas de Gortari o Manuel Camacho Solís hasta el propio Andrés Manuel López Obrador. En política, las apariencias se cuidan y la desesperación se maquilla. Los mensajes entre líneas qué mejor se aceptan en ese lenguaje no verbal de la política mexicana, la tranquilidad es señal de confianza y el que confía, sabe que va por buen camino. Marcelo Ebrard ha hecho lo opuesto: no logra contenerse, no confía, se siente en desventaja -y lo está- pero, además, lo demuestra con desesperación e improvisación. Pero ojo: apenas va comenzando. Su actitud no es de unidad ni cohesión, por el contrario, la manera de iniciar con su registro podría anticipar que, si no está dispuesto a respetar acuerdos, mucho menos lo estará a respetar los resultados de las encuestas. Ojalá que el mensaje enviado a Ricardo Mejía Berdeja después de las elecciones en Coahuila haya llegado claro a Marcelo.

“Te lo digo Juan para que lo entiendas Pedro”: Todo o nada, hermano o paria, unidad o exilio. ¿Falta explicarlo mejor?