¿Para los comicios presidenciales de 2024, se podría esperar un resultado distinto que no fuese el triunfo del candidato de Morena? Si se toma en cuenta el contexto político actual esto sería prácticamente imposible:

  1. Este partido político gobierna en 23 estados de la República, a sólo nueve años de haberse fundado. En consecuencia, es la principal fuerza política del país.
  2. De acuerdo con el censo nacional de 2022 elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), estas 23 entidades suman una población de 98 millones 878 mil personas, cifra que representa el 72% de la población total del país; es decir, Morena gobierna a 7 de cada 10 mexicanos.
  3. El triunfo en el Estado de México confirma su crecimiento incontenible, así como su presencia mayoritaria en el corredor urbano más importante de la república mexicana.
  4. Nada parece contener las preferencias por Morena, ni la popularidad del presidente López Obrador (su principal impulsor) que, en ambos casos, se sitúan en alrededor de 60%.
  5. Pese a que toda encuesta presenta cierto sesgo estadístico, el mapa político publicado por Poligrama indica que, de las 16 alcaldías de la Ciudad de México, sólo en tres (Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Cuajimalpa) los resultados no le serían favorables a Morena.

Aun cuando en los procesos políticos hay factores imponderables, de continuar esta tendencia es probable que la prioridad del presidente López Obrador se cumpla; es decir, que Morena arrase en las elecciones de 2024, contado con la mayoría calificada para modificar la Constitución y llevar a cabo, sin contrapeso alguno, las reformas que aún están pendientes y que él considera necesarias.

Este contexto también lleva a concluir que el candidato de Morena será seguramente el próximo presidente de la República. Aun cuando Mario Delgado, el presidente nacional de Morena, ha hecho referencia de que el método de selección del candidato, dado a conocer el 11 de junio de 2023, significó un “réquiem al dedazo”, esto no es del todo cierto. Fue López Obrador el que puso las reglas del juego e ideó la mecánica de selección del candidato; adoptando Morena y sus partidos aliados lo por él dispuesto. Técnicamente es un “dedazo hibrido”.

Se habla de que el método acordado da paso a un proceso terso, transparente y que garantiza la unidad de la cuarta transformación (4T); lo cual es importante porque los movimientos políticos, sobre todo de izquierda, siempre están propensos a la ruptura. Nadie - se piensa - podrá sentirse desengañado porque el método de selección se hará a través de cinco encuestas, resultando el elegido el que gane en estos ejercicios demoscópicos.

Tengo mis dudas sobre la forma en que se van a ponderar los resultados (o desde ahorita, ya a priori, se está pensando que las cinco encuestas van a llevar a resultados similares) y si esto no resulta costoso, porque habrá la necesidad de realizar 5 ejercicios demoscópicos y de contratar a una o más casas encuestadoras; ello en contra de los principios de austeridad y de ahorro en los gastos que enarbola la 4T ¿No habrá malestar entre los 6 candidatos (4 de Morena y 2 de los partidos aliados) si no resulta seleccionada la o las encuestadoras que proponen para llevar a cabo estos ejercicios?

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Más allá del método de selección del candidato, hay cuestiones que a mí no me acaban de agradar:

Primero, que Morena no deja de ser un partido vertical, que adopta las decisiones del presidente de la República y en su caso, de su cúpula dirigente. No ha dejado de ser un partido de Estado, que se alinea indiscriminadamente al proyecto presidencial, sin que tenga una visión crítica sobre el presente y lo que se quiere para el futuro de México.

Segundo, Morena dista mucho, ante la imposición cupular, de ser un partido democrático, lo que pone en duda su capacidad de ser un artífice para impulsar un verdadero proceso democrático en el país.

Tercero, aun cuando no se quiera y el presidente lo niegue, persiste la percepción de que el método de selección no deja de ser una simulación forzada de democracia; esto es, que en realidad existe una “candidata favorita” y que los dados están cargados a favor de Claudia Sheinbaum.

Cuarto, que la cúpula de Morena, principalmente, no deja de ser soberbia y se mueve hacia el calificativo fácil; así, no es receptora de ideas y de propuestas, convirtiendo a todo el que se opone en “traidor de la patria”, “conservador hipócrita” o “enemigo del pueblo”.

Quinto, que en el método de selección no hay piso parejo, cómo remontar posiciones en las preferencias mediante encuestas, si no hay debates y si se niega a los aspirante a hacer actividad propagandística en los “medios reaccionarios, conservadores, adversarios de la cuarta transformación y partidarios del viejo régimen”.

Sexto, cómo dar a conocer la plataforma política o los proyectos de gobierno de cada uno de los aspirantes, si se limita o veta su aparición en medios. Las campañas de tres meses, así, van a ser muy pobres y en lugar de conocer propuestas, lo único que va a campear es el lodo.

Lo que se dice si no se cumple resulta demagógico. La cacareada unidad, de la que se habló en la sesión del 11 de junio del Congreso Nacional de Morena, se puso a prueba cuando Marcelo Ebrard acudió a una entrevista con Ciro Gómez Leyva; advirtiendo que asistirá a donde se le invite. Esto es, claramente entiende que para poder crecer es necesaria su presencia en medios.

Aún no había concluido la entrevista cuando los embates en su contra iniciaron, calificándolo “de traidor”, “de favorito de la derecha” y “de pseudoizquierdista”. La perversidad se hizo presente, olvidando su trayectoria y su excelente desempeño como canciller de México; parece, incluso, que se olvidó que siempre ha apoyado al presidente López Obrador y que éste lo calificó como “un experto, un estratega, un buen político y como su hermano”.

Lo que más llamó la atención en la entrevista es que Ebrard se definió como un hombre de centroizquierda, por lo que fue motivo de severas críticas, como si esta posibilidad política fuese un sesgo político o ideológico. Los logros de la actual administración son evidentes y parece se han consumado: se está creciendo con una mejor distribución del ingreso; se ha expandido el mercado interno y el consumo privado; el flujo de capitales, de inversiones y de remesas mantiene un ritmo creciente; la tasa de desempleo muestra niveles mínimos y los salarios reales muestran incrementos sin precedentes; se ha detenido la pobreza laboral y se han recuperado los ingresos de las clases medias, esto después de la terrible pandemia; la tasa de inflación muestra una tendencia continuamente descendente y el tipo de cambio se ha revalorizado como no se había observado estructuralmente en las décadas de libre cambio. También es encomiable la inversión pública en zonas con alto rezago económico, lo que propiciará una mayor desarrollo e igualdad entre las regiones del país.

Los equilibrios económicos, sobre todo, el fiscal, deben de continuar; pero nuestras potencialidades de crecimiento y de bienestar tienen que aumentar; si lo que se quiere es una proyección de largo alcance. En ese sentido, la moderación más que la radicalización política resulta trascendente, particularmente, si se consideran tres aspectos importantes:

  1. Se requiere conocer cabalmente el contexto en el que se desenvuelve la economía mundial y profundizar en el proceso de relocalización de inversiones o de integración de las cadenas de suministros (nearshoring). Señales de política económica que minen la confianza en el país contendrían este proceso; siendo adversas para el norte y para el Bajío del país y para consolidar proyectos como el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec. No debe olvidarse que una porción importante del PIB, entre uno y dos por ciento, para este y los próximos años depende de que se hagan efectivas las expectativas sobre el nearshoring.
  2. Aun cuando la inversión pública puede detonar el desarrollo en algunas regiones del país, esta es insuficiente; por lo que es importante el papel coordinador y detonador del gobierno para impulsar la inversión privada en áreas estratégicas, como son: la de transición energética; las de encadenamiento a cadenas globales; las de infraestructura y conectividad logística; así como la inversión en industrias punta y de desarrollo tecnológico con alto contenido de valor agregado, entre otras. Más que dividir, entonces, hay que sumar esfuerzos, respetando, desde luego, nuestro marco legal.
  3. Es necesario contar con un desarrollo inclusivo y limar asperezas con las clases medias, cuyo ascenso nos aleja de la polarización y del quiebre sociales y permite reforzar la cohesión social y la estabilidad política. Cada vez más tenemos que ser un país de ingresos intermedios, no sólo por razones económicas o de mercado, sino porque es una condición de sustentabilidad para nuestro desarrollo económico.

Desconozco que es lo que proponen los otros tres aspirantes de Morena, pero estoy convencido de que Marcelo Ebrard es un hombre leal, capaz y eficiente; digno de tomarse en cuenta para dirigir el desarrollo futuro del país. La balanza parece desfavorable, pero cualquiera que sea el resultado, seguirá siendo un político con altura de miras; de esos que México necesita. La centroizquierda no es desechable, es una opción que conviene analizar.