Siempre he admirado a Marcelo Ebrard Casaubón. Desde mis ayeres lopezobradoristas he pensado que Marcelo es de los hombres más valiosos que han engrosado las filas de la izquierda en México.

Si bien Ebrard jamás encarnó un caudillismo dentro de las izquierdas; no obstante, se le podría considerar un hacedor de caudillos.

Dicen que recordar es volver a vivir. Y en un país enfermo de desmemoria crónica resulta imperativo de vez en cuándo recordarle a la gente alguno que otro suceso histórico.

Corría el año 2000. Si no me equivoco era marzo. Marcelo Ebrard Casaubón y Andrés Manuel López Obrador suscribían un documento titulado Acuerdo para un Programa Común del Centro y la Izquierda en el Distrito Federal. Éste formalizaba la declinación formal de la postulación de Ebrard Casaubón como candidato del Partido Centro Democrático a la jefatura de gobierno capitalina a favor del candidato del Partido de la Revolución Democrática: AMLO.

El desenlace lo conocemos todos: el tabasqueño venció por la mínima de cuatro puntos porcentuales al abanderado de Acción Nacional, Santiago Creel Miranda.

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¿Qué hubiera sido de Andrés Manuel si nunca hubiese ocupado el cargo de jefe de gobierno del otrora Distrito Federal? Quizás un eterno suspirante a la gubernatura de Tabasco y un buen dirigente nacional perredista. Nada más.

Marcelo como jefe de gobierno ha sido, sin duda, quien mejor se ha desempeñado en esa titularidad ejecutiva desde que se democratizó el puesto en 1997. Ni Cuauhtémoc ni Andrés ni Mancera ni Claudia hicieron la mitad de lo que logró Ebrard.

Los resultados siguen a la vista.

Además, a Ebrard se le deben las primeras derrotas históricas de lo que quedaba del PRI hegemónico en el país. Gracias a su intuición democrática y política, el entonces jefe de gobierno promovió -junto a dirigentes panistas- las alianzas entre el blanquiazul y el Sol Azteca. Con esta estrategia electoral se lograron triunfos trascendentales como los de Puebla, Sinaloa y Oaxaca. Y si no hubiera sido por el pragmatismo de Enrique Peña Nieto al postular a Eruviel Ávila a la gubernatura mexiquense, la coalición PAN-PRD de 2011 también hubiera ganado en el Estado de México.

En 2011, Marcelo, aunque había ganado en la pregunta de quién cree que tiene mayores posibilidades de ganar la presidencia, le cedió a López Obrador la candidatura presidencial de las izquierdas. Otro desenlace que también todos conocemos.

Un año después comenzaron los errores.

Tal vez todavía embargado de desengaño y aturdido por los demonios del hubiera, en 2012 Ebrard Casaubón rompió con el PRD.

Marcelo se oponía a que los legisladores perredistas suscribieran el Pacto por México, acuerdo legislativo entre todas las fuerzas políticas, encausado en lograr que se promovieran e hicieran realidad las reformas estructurales que el país necesitaba para transitar debidamente hacia la segunda década del siglo XXI.

Lo más probable es que su condena a este acto se debió a que su persona no iba a capitalizar los aplausos de una ciudadanía ávida por que se lograra la reconciliación ideológica en el país.

Su disrupción devino estridencia. Comenzó a traicionarse a sí mismo oponiéndose a la modernización del país en materia de telecomunicaciones, energética y educativa. Su discordia se antojaba terquedad o emulación obradorista.

Ebrard siempre se había destacado por ser un hombre educado y en sintonía con el mundo. Por eso no hacía sentido que manifestara una postura arcaica y con ecos selváticos. Pero insistió; y su escándalo le ganó enemistades. Lo que siguió fue el autoexilio.

Andrés siempre dirá que Marcelo perdió su oportunidad de cobrarse el favor en 2018. Que para qué anda de corrupto. Pues el que nada debe nada teme. Como si el obradorato no entendiera de inquisiciones políticas y de persecución a opositores.

La realidad es que por una cuestión circunstancial, Ebrard regresó a México a ocupar un cargo en el gabinete de López Obrador. Una Cancillería que se le había ofrecido inicialmente a Alicia Bárcena, pero que ésta declinó por cuestiones profesionales. Es decir, lo tomaron como plato de segunda mesa.

Hoy Marcelo Ebrard Casaubón se encuentra en un galimatías político. Eterna víctima de la ingratitud, volverá a zozobrar en la contrariedad y en el fracaso.

Marcelo debió haberse quedado en el PRD. Pero le ganaron el miedo y la ambición. Se sometió al caudillo y formó parte de la desbandada. El barco se hundía. La metáfora es conocida. Ebrard pecó de paciente. Al igual que su mentor, Camacho Solís. Su decencia política lo obnubiló. Luego de ciego devino iluso. Por idiota o por demócrata, pensó que Andrés Manuel le devolvería la cordialidad de 2000 y 2011. Una equivocación del tamaño de la frustración que lo carcome hoy que, como corcholata, ve el ascenso de Claudia hacia la anhelada candidatura presidencial.

Ay, carnal, diría un tuitero: tantos años de marquesa y no saber menear el abanico.

Cuando las embarcaciones se hunden, no todas las ratas se salvan.

Porque no importa que rompa. Si rompiera con Morena, desde Movimiento Ciudadano vería a Claudia Sheinbaum ganar la presidencia; pues no haría diferencia a quién postulen: si MC postulase candidato a la titularidad del ejecutivo federal, el triunfo de la candidatura oficialista se tornaría inexorable. Lo que para Ebrard vuelve a significar una cruel ironía: romper con Morena para beneficiar a Claudia; o quedarse para levantarle la mano a esta.

Realmente lo único que podría hacer Ebrard Casaubón hoy en día sería mantenerse en el movimiento; para desde ahí operar en silencio y de manera discreta para que Dante no postule a nadie a la presidencia y mantener a todos sus cuadros y estructuras inactivas el día de la elección presidencial.

Para Marcelo solamente habría una venganza contra el ingrato: el triunfo de Xóchitl.

Que tragedia política para alguien que quizás no la merece. Pero que al migrar al lopezobradorismo se condenó a vivirla.

Twitter: @HECavazosA