La polarización en México es una realidad. Sus consecuencias son múltiples y diversas. Quizás la más palpable es el desentendimiento de la discrepancia. Los mexicanos nos hemos encapsulado en nuestras propias ideas y creencias. El debate se ha vuelto una práctica ajada, anacrónica. La argumentación ha sido suplida por el insulto y la descalificación. La verdad como entelequia se ha dividido. La visión binaria se ha impuesto por encima del caleidoscopio por el cual se debería realmente juzgar a la vida.
Este fenómeno se manifiesta con claridad en el comportamiento de las personas en sus redes sociales. Sucede que la intolerancia intensa que padecen mujeres y hombres en la actualidad les impide absorber cualquier tipo de contenido que no suscite bienestar. Nos es imposible leer textos que contengan posturas distintas a las nuestras. Así que bloqueamos o ignoramos todo aquello que sepamos que no fortalecerá nuestra forma de pensar o nos otorgará la razón.
Que la gente no tolere ni la diversidad ni la pluralidad, hace que se encierre en cámaras de ecos, en burbujas epistémicas. Con tal de evitar la ansiedad que genera la divergencia ideológica, las personas prefieren recluirse en espacios donde resuenen opiniones y concepciones que refuercen sus propias creencias.
Estas cámaras de resonancia mediática fungen como cortina de hierro hacia la realidad, eternamente plagada de inconsistencias, claroscuros y una amplitud inmensa de diferencias en todos los aspectos. La complejidad inherente a la vida repele a quienes han renunciado al pensamiento crítico.
Con la figura de Marcelo Ebrard sucede algo similar. Él y sus seguidores se encuentran atrapados en su propia pompa de retintines. El ebrardismo comparte espacio dentro de este recinto junto a los simpatizantes de las oposiciones, que encuentran en el canciller un asidero de consuelo frente a la desesperanza que ofrece la idea de la casi inminente continuidad de Morena en el poder.
Es por esto que los que quieren a Ebrard Casaubón de candidato oficialista a la Presidencia de México no conciben que el todavía canciller no encabece todas las encuestas. Alegando que en todos sus círculos la gente se manifiesta a favor de Marcelo como primera o segunda opción, condenan como falsos los estudios demoscópicos que lo ubican en un lejano segundo lugar, por debajo de la jefa de gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum.
He ahí el problema: que no salen de sus círculos. No lo hacen ni en redes sociales ni en las calles.
Mientras no logremos reconciliarnos entre todos y abrir nuestras mentes a la pluralidad, seguiremos creyendo que la única verdad es la propia; y que todo lo demás significa o mentira o equivocación.
Urge que nos abramos a la verdadera realidad. Por ahí empezará el cambio.