“No me amenaces, no me amenaces
Cuando estés decidida a buscar otra vida
Pues agarra tu rumbo y vete
Pero no me amenaces, no me amenaces”
José Alfredo Jiménez
Sucedió lo que se esperaba aunque en realidad nada nuevo sucedió. Esta paradoja retrata a la perfección el auto trancazo que el excanciller Marcelo Ebrard Casaubón se ha ido metiendo de meses atrás a la fecha en su intento por llegar a ser el candidato de Morena a la presidencia de la República y que hoy culminó con la peor de las derrotas: el escarnio público. Nadie en su sano juicio puede respetar al canciller después de tanto show.
La historia de Marcelo en Morena pasó de la lealtad al autoelogio y de ahí a la traición. Previsible, sí, aunque igual de patético.
Con su aparición ante los medios de comunicación mató el amor o simpatía que muchos le tenían y solo nos demostró que 1) se siente indispensable para el movimiento, 2) disfraza, de un modo muy burdo, su machismo y antipatía, por lo que no acepta la derrota irrefutable ante Claudia Sheinbaum, 3) la amenaza y el chantaje son muy suyos.
Pero todo lo anterior se resume en una línea: Marcelo quiere que se haga su voluntad.
Solo hay un punto más que podría marcar la diferencia, que aunque era un secreto a voces, lo hizo público: Ebrard quiere formar su propio partido, pero para lograrlo tendrá que esperar. Los tiempos electorales y los requisitos necesarios para la conformación de un nuevo partido político no son tan sencillos. Habrá que ver si se arma de paciencia para la próxima contienda electoral y consigue el registro ante el INE en enero del 2025, después de las elecciones del año próximo. Demasiado tiempo para alguien tan impaciente.
Mientras eso ocurre, si llega a suceder, Ebrard tendrá una gira o movilización por el país después de las fiestas patrias hasta el 2 de octubre, según lo anunció en la rueda de prensa.
Esto, si no procede la impugnación, y como no procederá, pues lo veremos de paseo, demeritando los logros de la 4T, atacando a la doctora Sheinbaum y buscando la compasión de aquellos que le crean que vivió una traición.
Hay algo que queda claro: el excanciller nunca entendió nada. Con los cinco sentidos obnubilados desacredita un proceso que él mismo aceptó, ataca a un gobierno que lo arropó y descalifica los logros sociales de un partido que él mismo, a conveniencia, aplaudió.
Lo peor: ofende y traiciona a personas dignísimas, honestas y trabajadoras, como Alfonso Durazo, Claudia Sheinbaum, y por supuesto al presidente López Obrador, quien en todo momento se dirige a él como su amigo. Incluso, Mario Delgado dijo en una entrevista con Milenio Televisión que no lo considera su adversario y que espera que no se vaya del movimiento.
¿El futuro político de Marcelo después de tanto sainete? Muy incierto.
Si algo ha caracterizado al morenismo es la lealtad. El partido guinda no tiene el sello del individualismo, por el contrario, dirigentes y militantes de Morena siempre procuran el bien común y por ello tiene a lo largo del país millones de simpatizantes. Desde esta óptica el excanciller no cabe ya en el partido. Ni modo, nadie lo corrió, solito se fue.
Ahora falta que cumpla su promesa y agarre sus triques. No vaya siendo que después de tremendo tango salga con el típico “perdónenme, me ofusqué”.
¿A alguien le extrañaría? A mí no. Si Marcelo se va a la calle en modo “hijo desobediente” y no encuentra el eco soñado, puede darse la vuelta, tragar sapos y quedarse en Morena. De un hombre tan inestable se espera eso y más.
Por lo pronto el excanciller sigue dando de qué hablar. Hay circo, señores. Tomen sus asientos.