Para quienes han tenido la fortuna de conocer personalmente a Martina Arroyo, resulta complicado establecer una jerarquía entres sus cualidades múltiples: cantante, músico, artista, maestra, mentora, persona, carisma… ¿Cuál es su mejor cualidad? Lo más certero es considerar que todas ellas hacen, integran y complementan el uno; o la una: al ser humano nacido un 2 de febrero de 1937 y que recién ha conquistado los 86 años edad. Sabiendo de su coquetería natural, no me permitiría mencionar sus datos biográficos básicos si no es porque, al tratarse de una figura tan reconocida, son del todo públicos y con certeza está orgullosa de ellos.
La artista
Aunque se le reconoce como una de las integrantes del primer grupo de cantantes afroamericanos en triunfar en la ópera en Estados Unidos y proyectarse de manera internacional (después de la precursora, Marian Anderson, que debutó en la Metropolitan Opera House a los 58 años en 1955; primera cantante, hombre o mujer, “de color” en cantar ahí), en realidad Martina va más allá de la clasificación racial para entrar en el campo del arte por excelencia per se. Un grupo que incluye a Leontyne Price, Shirley Verret, Reri Grist, Grace Bumbry, Simon Estes, George Shirley, Leona Mitchell y Jessy Norman ente otros famosos. Y por cierto, Arroyo es el apellido puertorriqueño de su padre (su madre es afrodescendiente), por lo tanto es también “latina” o “hispana” de acuerdo a las absurdas clasificaciones oficiales en Estados Unidos. Como quiera que sea, también posee un bagaje mestizo de nacimiento.
Nacida y crecida en Harlem, Nueva York –barrio que solía disfrutar en la infancia: “mis padres me enseñaron a estar orgullosa de mi vecindario. Voy aún ahí para no olvidar”; Opera News, septiembre 1991, entrevista con Rosalyn M. Story- estudió en el famoso Hunter College, ahí por la esquina de Lexington y la calle 68, del lado Este de Manhattan, por los rumbos en que Truman Capote traza Desayuno en Tiffani’s (1958) y en que, por tanto, se rodó la película del mismo título, de Blake Edwards, estrenada en 1961. Son los años en que Martina transita entre la posibilidad de ser maestra -académica con interés en la literatura- y convertirse en una soprano profesional mientras labora como trabajadora social; años intensos y difíciles. Así, en 1958 ganaría un concurso de canto convocado por Metropolitan Opera House, debutando en septiembre como cantante profesional en el Carnegie Hall a los 21 años. Al año siguiente debuta en la legendaria casa de ópera de Nueva York; aún en papeles menores.
Es hasta 1963 y 1964 en que llega su oportunidad estelar. Viaja a Europa y canta Aída en Zurich, Hamburgo, Berlín y Viena. Y es así que obtiene en el Met asimismo el papel de la esclava egipcia creado por Verdi. E inicia en consecuencia una carrera internacional estelar en las casas de ópera y orquestas más importantes. Alterna con los cantantes más destacados de su tiempo y es dirigida por los directores más prestigiados.
Abordó y destacó en el repertorio de soprano lírico spinto. Magnífica soprano verdiana, también realizó estrenos de óperas contemporáneas como Momente (1965), de Stockhausen, y Andromache’s farewell (1962), de Samuel Barber. Y este dato no es menor: entre su debut en 1959 como “La voz celestial” en Don Carlo de Verdi, en el Met, hasta su retiro ahí como Aída en 1986, transcurrieron nada menos que 200 representaciones.
Presento uno de los momentos más conmovedores y extraordinarios de Martina Arroyo, “Líbera me Domine de morte aeterna”, del Requiem de Verdi. Desafortunadamente, la versión en vivo con Bernstein en youtube no es de buena calidad y está incompleta. Pero aquí va una dirigida por Jean Martinon en 1969:
La maestra y los reconocimientos
Martina Arroyo retomó en cierto sentido su truncada vocación académica al dedicarle tiempo a la enseñanza desde la década de los 90′s y estableciendo la Fundación con su nombre en 2003. Desde entonces presidió, con un grupo de excelentes maestros, dos cursos anuales en primavera y otoño llamados “Role Preparación Class”; clase de preparación de papeles, operísticos, por supuesto. Y desde verano de 2005, agregó “Prelude to Performance”, en que los cantantes preparaban un personaje operístico completo y tenían la oportunidad de representarlo. Los inicios de esta enseñanza fueron en el prestigioso Liederkranz de Nueva York, en la calle 87 casi esquina con la Quinta Avenida. Martina presidía todas las sesiones de primavera y otoño y casi todas las de verano.
Reporte de la televisión de Nueva York de la primera edición de “Prelude to Performance”; agosto de 2005:
Su conocimiento, su guía y su encantadora personalidad plena de sentido del humor han encaminado a cientos de cantantes internacionales. El reconocimiento le llega de parte de todos ellos. El mayor premio formal de su país lo recibió del presidente Barack Obama en 2013: Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes.
Martina y yo
En el piso 20, en la calle 57 mirando al Parque Central, en el departamento de Martina Arroyo y su esposo Michel Maurel, pasé tardes-noches inolvidables con pizza, pasta, quesos, frutas, ensaladas, vino tinto y blanco entre otras sabrosuras después de las sesiones de primavera, verano y otoño en el Liederkranz y otros sitios de presentación como Teatro Dicapo o el auditorio del Colegio de Graduados del City College de Nueva York. Llegué a ella gracias al barítono Mark Rucker y su linda esposa Sadie, y la querida soprano Nancy Stokes Milnes, tras cantar dos veranos consecutivos como becario de American Singers’ Opera Project que ellos presidían. Martina me adoptó literalmente como mentora entre 2003 y 2006 en Martina Arroyo Foundation. Y cuando se inauguró en el verano de 2005 “Prelude to Performance”, fui parte de la primera generación aprendiendo y representando el papel de Mario Cavaradossi, en Tosca, de Puccini en tres ocasiones.
Decía que resulta difícil establecer una jerarquía entre las cualidades de Martina. Extraordinaria músico, artista, cantante de soberbias cualidades vocales de belleza y flexibilidad técnica, profesional de la disciplina. Cariñosa con sus alumnos. “¿No es preciosa la dulzura de su voz hablada?”, me comentó en un post Francisco Méndez Padilla, quien la vio en un recital en la Sala Nezahualcóyotl y tuvo la encomienda de acompañarla y guiarla durante su estancia en Ciudad de México. Y en efecto, habla con ternura intrínseca, con la comprensión no sin rigor de las problemáticas del estudiante; muy estimulante. Una sensibilidad absoluta de artista, un espíritu dotado de generosidad y humanidad. Todo esto, acompañado del humor permanente (ya habrá ocasión de hacer una compilación de ellas), las miradas y las sonrisas pícaras.
Tomo un ejemplo de su humor de la entrevista en Opera News citada, al referirse a ciertos colegas a quienes se les habían “subido los humos”. Comentó de una cantante afroamericana que había conseguido su residencia en Alemania quien le dijo con el mayor “estilo patricio” posible: “En pocos días tendré que estar de regreso a la madre patria (fatherland, en inglés)”, y Martina replicó, “Oh, ¿entonces irás a África?”.
O esa anécdota que ella contaba a partir de que por un tiempo se consideró que estaba un tanto a la sombra de su colega soprano Leontyne Price o que la confundían con ella (quien era diez años mayor que ella en todo caso). La vez en que un portero del Metropolitan la recibió como “Miss Price” y Martina, con ese humor cáustico característico contesto, “No, querido, yo soy la otra” (I’m the other one).
No guardo más que lindos recuerdos, cariño y una enorme gratitud a Martina Arroyo. Feliz cumpleaños, querida maestra Martina.
Para concluir por el momento, dos fragmentos musicales de Porgy and Bess, la opera de Gerswhin,
1. Arroyo canta en Estocolmo junto al barítono Ingvar Wixell y el tenor Sven-Erik Vikström. Dirige, Sixten Ehrling:
2. El aria “Summertime” de la misma ópera, que concluye en el minuto 4:30:
Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo