La feroz crítica lanzada en estos días desde Palacio Nacional por AMLO contra la UNAM cimbra aspectos fundamentales del modelo educativo del país. Soy #orgullosamenteUNAM, abogada graduada con la medalla Gabino Barreda. Como millones de mexicanos, le debo mucho de lo que soy y he logrado en mi vida profesional, a nuestra universidad. Por eso, no puedo eludir esta discusión.
En redes sociales y medios, la polémica de la UNAM ha caído en la polarización habitual y a que unos se manifiesten en contra o a favor de lo que dice el presidente (blanco o negro). Sin el afán de validar alguna de las posiciones encontradas, propongo una reflexión interna y de fondo de mis colegas universitarios para reconocer que en cuestión de ética, en lo profesional y académico, en la UNAM, institución insignia del país, en el contexto actual hay mucho camino por recorrer.
No se trata de cuestionar la calidad educativa de profesionistas y académicos y sus enormes contribuciones a la ciencia, tecnología, humanidades e investigación (para muestra, los únicos tres premios Nobel mexicanos son egresados de nuestra alma mater), ni sus posiciones políticas, diversidad de ideas o inclinaciones personales, sino aspectos esenciales que contribuyen a la formación integral de los universitarios. Vale la pena revisar la ética universitaria, entendida en un amplio aspecto como el carácter o naturaleza moral, que involucra libre albedrío, virtud, responsabilidad y obligación.
En un destacado estudio sobre la formación de valores en la educación superior, la maestra Beatriz Casa señala que “el concepto de universidad debe construirse a partir de una estrecha relación de la misma con la sociedad y sus necesidades, a las cuales deberá atender, precisamente, desde sus acciones de investigación y búsqueda del conocimiento y que para ello es imprescindible la formación de la conciencia social de los profesionales que los lleve a promover la solución de los grandes problemas que hoy afectan a la mayoría de los países del orbe” (Frondizi R., exrector de la Universidad de Buenos Aires). Resalta que la educación debe ir más allá de ser considerada por “el capital internacional como un instrumento económico más, destinado a preparar el capital humano con miras a su incorporación en el aparato productivo.” Ya que de una educación que se estimaba destinada al desarrollo de los individuos, a su enriquecimiento intelectual y espiritual, se ha pasado a “formas que responden básicamente a las necesidades pragmáticas del mercado —fundamentalismo del mercado—”.(Pérez R., L´éducation au regard de la mondialisation-globalisation).
Luis Villoro, cita atinadamente la maestra Casa, destaca que “la universidad no es una institución fácil de cernir, desde su nacimiento estuvo sujeta a presiones contradictorias.” Por ejemplo, “la relación de la universidad con la sociedad a la que pertenece: la tensión entre la transición de valores y su innovación, entre su integración en un sistema social y su dependencia frente a él”. En la sociedad actual, altamente tecnologizada y parcialmente desarrollada, la misión universitaria de formación integral, es elemental.
La crítica al papel de las universidades en todo el mundo se ha intensificado. Es un tema de discusión vigente. Están siendo sujetas a escrutinio público y cuestionadas, entre otros, por los “lapsus éticos” (así lo pone “finamente” la Universidad de Harvard) de universitarios convertidos en funcionarios públicos, empresarios, y otros profesionistas que hacen urgente una educación más moral.
Frente a esto, en Harvard se creó un Centro de Ética (CE, Center for Ethics, Edmond J. Safra) cuyo objetivo es acercar a los estudiantes, profesionistas, académicos y líderes a la problemática de la sociedad en la que están inmersos con una perspectiva ética. Uno de los proyectos más conocidos fue un laboratorio enfocado en combatir la corrupción institucional en todo nivel. Se tienen por ejemplo conferencias y talleres sobre temas como “ética de los adversarios: la moralidad de los roles en la vida pública y profesional” o “educación cívica en tiempos de polarización”. Es un centro interdisciplinario e interactivo con todas las áreas de la comunidad universitaria y la vida práctica profesional y experiencia de sus egresados. Ha contribuido a involucrar la formación humanística y establecer una escala de valores en la educación superior, para crear una actitud responsable y comprometida con la sociedad, con el país y con la universidad. Esta iniciativa de Harvard ya se replica en universidades de Australia, Canadá, Reino Unido, Alemania, Grecia, India, Israel, Italia, Holanda, Noruega, Suecia, Sudáfrica y Suiza.
No estaría de más crear un Centro de Ética en la UNAM que sería de particular utilidad para que no egresen de nuestra máxima casa de estudios, funcionarios públicos y profesionistas corruptos, empresarios sin responsabilidad social e intelectuales con doble moral. Más allá de la distopía y la utopía, la UNAM podría fortalecer su papel como uno de los factores principales para la promoción del desarrollo nacional y consolidar así su rol fundamental.