Aquel 28 de agosto de 2010 se nos daba la fatídica noticia de que Mexicana de Aviación dejaba de volar. Todavía el día de hoy, recordar ese día me es sumamente doloroso, porque ese día pudimos ver que era un hecho, y no meras conjeturas. Gastón Azcárraga había cumplido sus amenazas.
Ese día me pareció muy lejano el 21 de junio, fecha en que nos citó en sus oficinas ubicadas en la Torre de Mexicana, y ahí trató de convencernos a los trabajadores de cambiar nuestro contrato colectivo, y adoptar el que tenía vigente la filial Link, que justamente recién se había lanzado en marzo del 2009. Además, planeaba un abrupto recorte de personal: reducir de 1,350 sobrecargos que formábamos la planta, a tan solo 822.
La amenaza era palmaria: si no aceptábamos esta propuesta, entonces de manera “magnánima”, Gastón estaba dispuesto a prestarnos la marca por seis meses, después de los cuales le podríamos poner a la empresa el nombre de “aeropatito” si queríamos; todo por el módico precio de un peso. No es juego, de verdad sus palabras fueron: “les prestó la marca por un peso”.
De no aceptar la segunda opción, entonces, estaba la última propuesta, que justamente aplicó el 28 de agosto: quebrar la empresa. Ese día yo estaba en funciones como titular de la Secretaría de Actas de la Asociación Sindical de Sobrecargos de Aviación de México (ASSA). Evidentemente estaba en las instalaciones sindicales, y el desconcierto enrarecía el aire que se respiraba.
Teníamos dos semanas con los compañeros en el aeropuerto haciendo “reservas”, pero sin salir de vuelo. Dos semanas en las que buscamos arduamente la manera de no parar operaciones. Durante esas dos semanas de insomnio y no pocas gastritis, se fueron concentrado las tripulaciones en México. Justo en esas dos semanas, Gastón Azcárraga vendió la compañía aérea por mil pesos a un grupo recién creado para este fin: “Tenedora K”, a cargo de Jorge Gastelum Miranda, primo de Santiago Creel, quien entonces era también accionista de la aerolínea.
Ante esta “compra-venta” se le cuestionó a Javier Lozano (Secretario del Trabajo y Previsión Social) sobre la legalidad de la operación, y su respuesta fue: “es un acuerdo entre particulares”. ¿Cómo podía ser un acuerdo entre particulares?, si la concesión se la había otorgado el Estado, y por este tipo de transacciones las empresas están obligadas a pagar impuestos.
Eso me remite a la venta de otra aerolínea: Aeroméxico, efectuada durante el gobierno de Felipe Calderón, que se la vendió a Roberto Hernández, en ese entonces dueño de Banamex, impedido para ser un postor serio, pues está dentro de la panza de IPAB -y lo digo en tiempo presente porque al día de hoy los ciudadanos seguimos pagando ese rescate bancario–.
Aeroméxico se vendió a través de la Bolsa Mexicana de Valores, precisamente para que dicha transacción no pagará impuestos, en detrimento de la población.
Como el lector se habrá dado cuenta, estamos hablando de dos líneas aéreas; una fue vendida por “mil pesos”, y la otra por 250 millones de dólares, sin duda “alguien” hizo muy buenos negocios, pues existen documentos en manos del poder legislativo de que, en esas fechas, cada una de las aerolíneas costaban más de 1000 millones de pesos, cada una.
En diversos medios de comunicación Javier Lozano defendió la venta de Mexicana de Aviación en mil pesos, alegando que era algo ajeno al gobierno, y que la decisión de “parar operaciones” obedecía a que la nueva dueña de la aerolínea, Tenedora K, no tenía dinero para mantenerla; aunque todos sabemos que en realidad fue una orden de Felipe Calderón, ejecutada por sus esbirros Javier Lozano, entonces Secretario del Trabajo, y Juan Molinar Horcasitas, el titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
Ese 28 de agosto de 2010 fuimos testigos de cómo el cielo de la ciudad se fue vaciando de “las orcas”, como le decíamos cariñosamente a los aviones de Mexicana, pues la última imagen (logo) que manejó la empresa, hacía que los aviones parecieran orcas en el cielo.
En efecto, pocos meses antes se había cambiado la imagen de la aerolínea por una más “moderna”, y se habían remodelado por completo la sala de reservas de los sobrecargos de Mexicana y el área de Coordinadora –lugar donde firmábamos nuestros vuelos–; se había invertido en máquinas para firmar tus servicios y prescindir de los asignadores de vuelo, y se cambió el sistema de pago de viáticos, dejando de recibir dinero en efectivo y usar una tarjeta de débito. Se remodelaron todos los mostradores, y el piso fue cambiando por uno de mármol.
Si tienen oportunidad, en la T1 todavía pueden verse los mostradores de Mexicana; notarán que hay una línea en el piso con luz (ahora apagada) y posteriormente se ve el piso blanco de mármol, todo ese piso lo acababa de cambiar la línea aérea. Por eso no dábamos crédito que el 28 de agosto fuera el último. De los pocos vuelos que se realizaban, todos se iban concentrando en la Ciudad de México, hasta que los aviones de Mexicana dejaron de surcar el cielo.
Ese día fue el último vuelo, un “ida y vuelta” a Toronto, en el que iba como parte de la tripulación una de mis mejores amigas. Imposible olvidar los detalles: fue un equipo A319, con matrícula XA-MXI; el vuelo 886 con destino a Toronto y las 14:15 como su hora de salida. La empresa recién había cumplido 89 años al aire (12 de julio), volando de manera ininterrumpida, y con ello ostentar el título de la primera aerolínea de México.
Ese avión regresó “ferry” a México, es decir, sin pasaje a bordo. Mi amiga cuenta como anécdota que ese día se soltó el pelo para dar el servicio; y es que el reglamento estipulaba que era parte de la presentación ir perfectamente peinadas, con el pelo recogido en chongo, trenza o cola de caballo. Ella me comentó que pensó: “ojalá cuando reiniciemos operaciones de nueva cuenta no me manden a llamar en la Jefatura de Sobrecargos, para llamarme la atención”. Y es que entonces aquello era sinónimo de ser enviado al Departamento de Relaciones Laborales, para ser “regañado” por el Licenciado Venegas, el abogado que se encargaba de esos menesteres con las tripulaciones.
Durante todo ese día predominaron las caras largas en el aeropuerto; compañeros con los ojos llenos de lágrimas que no daban crédito a que fuera real; todos teníamos la esperanza de estar viviendo una pesadilla de la que pronto íbamos a despertar.
En esos días, las asambleas sindicales se tornaron de lo más álgido, y no era para menos. De un día para otro habíamos perdido nuestra fuente de empleo, y con ella el sustento de nuestras familias. Al gobierno de Calderón le valió tres cacahuates el destino de más de 8,500 familias que dependían de la línea aérea.
Para el gobierno, nosotros fuimos muy fácil de aniquilar, a diferencia de Luz y Fuerza del Centro, cuyo golpe dejó a más de 44 mil trabajadores sin empleo, y eso que contaban con un sindicato fuerte con el SME. En el caso de los trabajadores de Mexicana, además de estar divididos en tres sindicatos, éramos un número mucho menor.
Además, en todo momento en los medios de comunicación culparon a los trabajadores, achacando la quiebra de la empresa a nuestros “exorbitantes contratos”. Años más tarde se comprobaría que todo esto fue planeado por la administración de Gastón Azcárraga, cuyo plan original era acabar con los contratos colectivos de ASPA y ASSA, con la intención de quedarse con un solo sindicato y con el contrato más barato.
Sin embargo, Gastón no contaba que ese mismo año nos iban a degradar a Categoría 2, y eso echaría por tierra sus planes. Incluso intentó, de manera infructuosa, hacer pasar un vuelo de Mexicana Click como uno de Mexicana en los Estados Unidos, pero no se lo permitieron las autoridades de dicho país. El vuelo tuvo que regresarse con todo y pasajeros, que no pudieron llegar a su destino.
Un ejemplo de las acciones fraudulentas de Gastón Azcárraga, el verdadero responsable de la quiebra de Mexicana, que gracias al cobijo que el gobierno de Felipe Calderón le brindó, pudo salirse con la suya: robarse el dinero del fideicomiso de las jubilaciones de los sobrecargos, cargar las pérdidas de sus hoteles a la aerolínea y llevarse todas las ganancias de esta a sus hoteles, abriendo en esos años nuevas divisiones como los hoteles One y Aqua.
Hoy, quien debería de estar pagando los platos rotos de la debacle de Mexicana de Aviación es Gastón Azcárraga. Los sobrecargos jubilados de la Asociación de Jubilados, Trabajadores y Extrabajadores de la Aviación Mexicana (AJTEAM), durante el anuncio de la compra de la marca Mexicana de Aviación en la mañanera, solicitaron que el expediente integrado contra Gastón Azcárraga no siga durmiendo el sueño de los justos, y se le pidió directamente al poder ejecutivo se realicen las acciones necesarias para “judicializar” el expediente.
Los trabajadores no cejaremos en clamar justicia, y que paguen los verdaderos responsables del quebranto de la línea aérea. Gastón, quien fue protegido por su familia, por políticos y altos funcionarios, debe pagar lo que nos debe a los trabajadores, pero también al erario público, y al país en general.
“Compañía Mexicana de Aviación” ya no volverá a volar, pero sí su nombre. Como le dijeron al presidente, “cuídenla mucho”, quienes tuvimos la fortuna de trabajar en ella estamos orgullosísimos de su historia y su legado; tenemos tatuado su espíritu de servicio, y queremos que cumpla otros cien años volando, porque “La Primera siempre será la Primera”.