Saquémonos las lágrimas. Callemos la mente. Respiremos profundo y exhalemos varias veces. Desprendamos de nuestra retina la imagen y declaraciones del Tata. Dejemos el celular por un lado, apaguemos la televisión, la computadora y la radio. Hagamos un pausa.
Alejémonos de Qatar, pasemos por Rusia, Brasil, Sudáfrica, Alemania, Japón y Corea, Francia, Estados Unidos… etc y veamos el bosque completo.
Somos campeones de la animosidad. Y no está mal, tenemos la capacidad de ver lo bueno en donde remotamente hay posibilidades.
¿Qué alimenta nuestra animosidad para alentar a la Selección Mexicana?
¿Qué provoca que gastemos fortunas, o empeñemos otras, para ir, cada cuatro años, a dónde sea cada para apoyar a la Selección?
México ha participado en 17 de las 20 Copas del Mundo que se han organizado, ha jugado 59 partidos y sólo ha podido ganar 16 partidos.
En cada Mundial tenemos muy pocas posibilidades de ver ganar a la Selección. Un 73% de probabilidades de ver perder al TRI y sin embargo vamos, todo está en contra, pero vamos.
En toda la historia de los mundiales, México ha marcado 60 goles en 59 partidos, y ha recibido 100 tantos. Y hay muchos: “jugamos como nunca y perdimos como siempre”.
El futbol mexicano dejó de ser un futbol pobre, ahora es un futbol rico. Con clubes poderosos, una federación millonaria, pero con una realidad futbolística y de competencia que se ha quedado rezagada.
Con empresarios que apuestan, sí, apuestan por un desarrollo deportivo, pero que están enemistados y no comparten una visión única y unida.
Saquémonos las lágrimas y celebremos nuestra animosidad, nuestras ganas y nuestros deseos. A México pocos le ganan en la fiesta, esa que es incomprensible ante los pobres resultados no de los jugadores, sino de los que administran nuestro futbol.
La pasión del mexicano golea Copa, tras Copa del mundo y exhibe una y otra vez que desde hace tiempo está muy por encima de quienes manejan la industria del futbol en nuestro país.