No sería aventurado considerar que AMLO sabe poco – o nada- sobre Dinamarca. Quizá desconozca que se trata de un país europeo perteneciente a la región de Escandinavia, que tiene poco menos de 6 millones de habitantes, que cuenta como forma de gobierno una monarquía parlamentaria (sí, una reina llamada Margarita II y una primera ministra de nombre Mette Frederiksen) y cuya capital es la bella ciudad de Copenhague. Es posible que el propio AMLO no sabría localizar en un globo la posición geográfica de Dinamarca.

Ciertamente no agradaría a AMLO saber que una reina es jefa de Estado, pues seguramente el presidente mexicano calificaría a la monarquía danesa como autoritaria o anacrónica, como lo ha hecho con España, pues el mandatario ha repetido en reiteradas ocasiones su vocación por la “austeridad republicana”, en un profundo desconocimiento –o intencionado discurso- sobre el funcionamiento de una monarquía constitucional.

Lo que sí que sabe AMLO, quizá lo ha leído o se lo han contado, es que Dinamarca cuenta con uno de los estados sociales más avanzados en el mundo, caracterizado por una alta recaudación y un amplio gasto en servicios públicos de calidad como educación y salud.

AMLO reiteró hace unos días su convicción por acercar a México al modelo del Estado danés. ¿Se imaginará a la reina Margarita o a la primera ministra Frederiksen azuzando a sus bases electorales con falsas promesas de combate contra la corrupción? ¿o veríamos a algún delincuente de cuello blanco cenar plácidamente en un lujoso restaurante de Copenhague?

¿O a algún miembro del gobierno danés despotricando contra medios de comunicación? ¿O quizá un espacio mañanero desde el Palacio de Christianborg en el cual la jefa del gobierno danés se dedicase a desmentir supuestas falsedades que vienen de la oposición? ¿O a la reina Margarita o algún miembro de la familia real danesa descalificando universidades públicas que tanto han aportado al avance de la educación en Dinamarca?

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¿O la fiscalía danesa amenazando a investigadores? ¿O al gobierno de Copenhague organizando absurdas consultas populares para juzgar a políticos del pasado? ¿O el financiamiento de instituciones de educación superior de baja calidad dirigidas a explotar el discurso sobre un supuesto apoyo a los jóvenes universitarios? ¿O la entrega de la educación pública a un sindicato carcomido por sus intereses gremiales y sus ansias de control de poder? Difícilmente.

AMLO, en el ejercicio de su espléndida capacidad comunicativa, desea transmitir la idea de que su visión de gobierno se dirige hacia un modelo de baja desigualdad, una tasa fiscal progresiva, educación de calidad, bajos niveles de pobreza y una envidiable forma de convivencia social.

Desafortunadamente, el México de AMLO, lejos de acercarse al modelo escandinavo, apuesta por la polarización social, la impunidad, a la vez que no comprende los entresijos de un exitoso modelo capitalista fortalecido por una importante participación del Estado en la vida de los ciudadanos. El modelo de AMLO voltea hacia Venezuela, mientras que Dinamarca le es tan ajeno como la propia historia de ese país.

José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4