La elección de 2024 tuvo claramente un ganador y un perdedor, pero esa realidad, aunque tuvo reflejo en las urnas, su origen es muy anterior.

Durante el sexenio de Peña Nieto, la expectativa de que del viejo y cansado PRI surgiera la recomposición en los frentes económico y de seguridad, fue destruida en la conciencia colectiva de los electores pues el gobierno del mexiquense muy poco hizo en materia de seguridad y, mucho ruido, pero pocas nueces, en materia económica. Así pues, el discurso de un México profundo que clamaba su oportunidad de regir los destinos del país se vio vivificado en Andrés Manuel López Obrador, emblema y clímax de un movimiento sui géneris que conjuntaba el hartazgo hacia el modelo de la oligarquía de partidos con una vieja consigna social que bien se sintetizó en: “Por el bien de todos, primero los pobres”.

Así pues, para sorpresa de nadie, el amloismo tomó el poder y se instaló (como el viejo PRI) con un enorme gasto social distribuyendo de mejor modo el ingreso nacional, pero abandonando por completo los temas de seguridad que a todos preocupan.

El influjo de su personalidad (de AMLO) sumado a la carencia de líderes sólidos o carismáticos en los partidos, le permitió jugar solo en esta cancha. Con guiños eficaces se ganó la voluntad del entonces presidente Trump y pudo transitar rumbo a su sucesión enriqueciendo más a algunos, sin una agenda real de persecución política y con una creciente base social de apoyo, misma que estaba constituida por los subsidiados del sistema y una buena parte de la clase prianista a la que se le perdonaba todo conservadurismo o corruptela por el mágico hecho de cambiar de bando político (quién no recuerda la frase de “no haré leña del árbol caído”, refiriéndose a priistas excarcelados, o los emblemáticos casos de exgobernadores de Oaxaca, Chihuahua, Estado de México y Sinaloa, entre otros, tanto del PRI como del PAN, que se rebautizaron en las aguas del morenismo siendo hoy impolutos).

Así pues, Claudia Sheinbaum no derrotó a Xóchitl Gálvez cuya candidatura por acuerdos y desacuerdos ideológicos y políticos, nació sin posibilidades, y obviamente la 4T más bien cooptó que derrotó a la clase gobernante del prianismo. A quien sí derrotó López Obrador, y además desplazó al rincón de la muñeca fea, fue a la clase media; con el pretexto de su conservadurismo o de no integrarse por más de 20 millones de mexicanos, le quitó voz, representación, raigambre y actitud.

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México pasó de la vanguardia comercial, política y cultural, a hermanarse de manera declarativa y caótica con Nicaragua, Venezuela y Cuba. La Cuarta Transformación, para consolidarse no como régimen, sino como partido que se sobreviva a sí mismo, requiere reconocer los espacios de ese hoy atacado conservadurismo que clama y reclama por mayor seguridad, crédito, facilidades burocráticas para la instalación de negocios, abandono del discurso castro chavista, e integración eficiente con mayor distribución del ingreso de intercambio y remesas con Estados Unidos.

Así pues, en este 2025 surge la posibilidad política de rescatar los espacios de la clase media, es indispensable que haya un partido que deje de postular políticos tradicionales y, por tanto corruptibles, y empiece a postular liderazgos auténticos del empresariado, la marginada binacionalidad (mexicanos con pasaporte azul), grupos no dependientes del Estado (sociales, culturales, políticos y religiosos), que ese partido defienda una agenda que promueva el crédito al desarrollo, cobros de interés de acuerdo a la media internacional, infraestructura rentable como un sistema transístmico en Tehuantepec competitivo con Panamá, el desarme y control del Estado sobre el narco terrorismo, y un pacto profundo con Estados Unidos que beneficie una migración laboral razonable y soportada en un marco educativo que impulse el idioma inglés y las habilidades físico-matemáticas. Que promueva la inversión privada en términos de competencia internacional en materia de hidrocarburos y que supere los traumas reivindicatorios de nuestro lamentable Estado de derecho, con tribunales con jurado popular, leyes de amnistía que desarticulen al narco y la tan anhelada declaración de la verdad sin eufemismos sobre lo que acontece en los territorios en los que el Estado no controla ya.

Obvio es que este partido debe ir por el voto de la clase media y romper con las corruptelas instaladas que caracterizaron a los regímenes del PRI y el PAN, y enfrentar con programa y soluciones al paternalismo estatista de Morena para convertirse en el esperado paladín de los mexicanos que no reciben subsidios y que quieren desarrollo económico, modernidad e integración a occidente.

Se vislumbran nuevas solicitudes y propuestas de creación de partidos políticos, pero salvo uno de ellos, ninguno convoca a este sector. Se trata en su mayoría de viejos liderazgos desgastados o de intentos por resucitar atávicas propuestas cuando no a viejas prebendas. Sólo en torno a México Republicano se suman diariamente liderazgos, grupos y organizaciones que saben que el PRI y el PAN nada les ofertan y que no están dispuestos a ceder dignidad ni principios frente a la apabullante oferta de una 4T que necesita equilibrarse o equilibrar sus políticas y prácticas si pretende subsistir al empalagamiento de la soledad del poder.

Cierto es también que, en Morena, el discurso auto referido es el eco que cansará a propios y extraños que, de no cambiar, exterminará tarde o temprano a la 4T; así pues, la falta de oportunidad, sinceridad y gracia de la oposición decadente, ya sólo espanta votos y no los atrae; por ello, un nuevo actor plantado en la cruda verdad y asumiendo lo que debe representar, debe surgir para bien de la nación. Este actor, más allá de tiros y troyanos, de yunques y sublevados, de evangélicos y radicales, se vislumbra en México Republicano. Escaparate simple de una verdad profunda que es: la clase media también tiene derecho a la existencia política.