México está entrando a un ciclo ascendente en sus condiciones generales para producir bienes y servicios, así como para consumir los mismos, esta conclusión deriva de observar los datos de desarrollo económico en el último lustro, transitando de ser un país meramente maquilador, a desarrollar ciclos económicos propios, mismos que inician muchos de ellos desde la propia extracción de materias primas, hasta el consumo de los correspondientes bienes terminados.
A diferencia de otras épocas, en donde estos procesos culminaban en el mero envío ó suministro de productos terminados hacia el extranjero para su consumo final, hoy el escenario económico actual ha empujado a las grandes empresas a comenzar a vernos como un mercado de consumo real, sino obsérvese el crecimiento en la adquisición de productos tecnológicos o los relacionados a la industria automotriz.
Dicha transformación, deriva del desarrollo en el nivel de vida promedio del mexicano, y no solo es consecuencia de lo antes descrito, sino es atravesado por un fenómeno de regionalización de la economía global derivada del acuerdo comercial de América del Norte (T-MEC); así como de la recuperación del Estado como planificador social, desmitificando aquel principio neoliberal que pretendió hacernos creer que la rectoría económica y social del Estado es incompatible con el desarrollo de las naciones, por el contrario el actual régimen, al que muchos llamamos 4T, que impone como principio un desarrollo económico con bienestar y un crecimiento distributivo, ha demostrado estabilidad de los mercados y es un agente potenciador del crecimiento.
La última vez que estuvimos en una situación similar (de auge económico) fue en los años de la posguerra de mediados del siglo pasado, sin embargo el fenómeno que trunco la linea de ascendencia de aquél ciclo, fue que los procesos de industrialización quedaron truncos, incumpliendo los objetivos de los entonces llamados “planes sexenales”, debido a nuestra gran dependencia a la economía de los Estados Unidos y el giro de esta nación hacia un perfil de economía financiarizada.
El “milagro” mexicano del siglo XX no se desarrollo como un fenómeno idílico, por el contrario tuvo como características: el autoritarismo, una descarada corrupción y una total ausencia de democracia; particularidades que se mantuvieron hasta prácticamente finales de la década pasada (asunto no menor y por el contrario detonador del fracaso económico iniciado a principio de los años 80´s del siglo pasado).
Como consecuencia, la economía dependiente de los anárquicos fenómenos del mercado financiero, pronto entró en una desintegración del propio mercado interno y la consecuente pauperización colectiva, que sirvió para que los “nuevos ideólogos del capital”, influenciados por la Escuela de Chicago, dieran un giro a la política económica del Estado y abrazara sin tapujos el modelo neoliberal de Estado.
A últimas fechas, surge un nuevo ciclo en donde las condiciones son totalmente diferentes: el país hegemónico pierde fuerza aceleradamente, hay una crisis financiera internacional derivada del impasse por la crisis pandémica del COVID 19, misma que afecto principalmente a EEUU y la Unión Europea, y el crecimiento económico y de influencia geoestratégica de otras fuerzas emergentes (entiéndase paises o bloques económicos), que no solo han mostrado otras vías de desarrollo, sino que a su vez han comenzado procesos de integración económica, política y militar.
En este contexto, México inició en 2018 con un proceso de democratización y se puso freno al modelo liderado por exportaciones y salida de capitales, por uno de fortalecimiento del mercado interno, en donde se garantiza el consumo nacional de bienes y servicios, muchos de ellos ya producidos en el país, en donde no se fomenta la desmesurada explotación de recursos naturales (petróleo, minerales, etc.), sino se prioriza el desarrollo de fuerzas productivas (la fabricación de maquinas, electrónica, energía, tecnología, etc.), fomentando la inversión directa, nacional y extranjera, en un ambiente de libertades políticas y sociales. Es decir, desarrollo con bienestar.
El nuevo ciclo es una oportunidad para continuar transitando a una república social. La batalla que sigue, en la construcción del segundo piso de la Cuarta Transformación en la que hay que superar las visiones heredadas y comprender el legado histórico que nos brinda el humanismo mexicano, y así preparar un salto cualitativo hacia lo social.
Estamos ante una inminente etapa de prosperidad económica, con la característica de que no solo se trata de un incremento en las ganancias de los dueños del capital, sino de la capacidad efectiva del Estado para transformar nuestra sociedad desde la raíz y llevarnos a una sociedad mas equitativa y sin las grotescas desigualdades que hemos vivido los últimos 40 años.
X: @juanrubiog