Dos sucesos extremadamente dramáticos han sacudido a México y a Estados Unidos en las últimas horas. En nuestro país la Suprema Corte de Justicia, mediante el voto del ministro Alberto Pérez Dayán, decidió rechazar los recursos de inconstitucionalidad presentados contra la reforma judicial, mientras que en el vecino norteamericano ha sido confirmada la victoria de Donald Trump.
Lo sucedido en el seno del máximo tribunal constitucional mexicano conlleva, sin temor a caer en exageraciones sensacionalistas, el fin de la democracia constitucional. Con la decisión de la Corte no existe más recurso legal para la impugnación de una reforma que representa la erosión absoluta del sistema de contrapesos y la captura del Poder Judicial por parte de los poderes mayoritarios.
El caso mexicano es, sin duda, una muestra inequívoca de la debilidad institucional presa de un movimiento ideológico cuyo objetivo principal es socavar la democracia constitucional mediante el uso de discursos vacíos, confrontaciones estériles, la exaltación de los resentimientos y, desde luego, la utilización de programas sociales.
El triunfo de Trump, por su parte, comparte rasgos con el caso mexicano, pero a la vez, se distancia. Si bien representa el éxito del culto a la personalidad de un hombre (no obstante ser un criminal convicto y de haber atentado abiertamente contra las instituciones en enero de 2021) su ascenso, a diferencia de lo que ha ocurrido en México, se verá limitado por un conjunto de instituciones que serán capaces de ponerle freno a los instintos autoritarios del nuevo presidente.
Así sucedió en el asalto al Capitolio y a las decisiones de los jueces en contra de las órdenes ejecutivas de Trump en su primer mandato. En relación con su derrota frente a Biden, a pesar de haber pretendido que se echasen para abajo los resultados que no le favorecían, las instituciones del Estado permanecieron firmes, se sujetaron al imperio de la ley y obligaron al ex presidente a volver a buscar la presidencia, ahora con éxito, a través de los cauces legales.
En suma, si bien México y Estados Unidos viven hoy crisis políticas marcadas por el asalto a la democracia liberal por parte de movimientos ideológicos que rechazan los principios mismos de la democracia y del liberalismo, las instituciones norteamericanas se han mantenido firmes frente al tirano estadounidense, mientras que México ha sucumbido al derrumbe institucional, y se encuentra hoy en la antesala de la autocracia.