Y no. No está vacunado. Porque así lo decidió el Presidente. Porque así lo decidió el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell. Tiene 13 años apenas. No fue candidato a la vacuna.
Desde hace meses busque la forma de ampararlo para que recibiera la vacuna. Una abogada, conocida mía desde hace muchos años a quien le puse sobre la mesa el tema para ver la posibilidad de que recibiera la vacuna, me dijo que jamás se había enfrentado a un caso así, que sería muy difícil lograrlo, pero que lo intentáramos. Me cobró 2 mil pesos para empezar, a la mitad del proceso tendría que pagarle otros dos mil pesos y al finalizar otros dos mil. Con mucho esfuerzo le pagué los 2 mil pesos, pero con todo el amor por mi hijo y con toda la esperanza de que pudiera ser vacunado.
Sin embargo la cosa nada más no caminaba. Gasté muchísimo dinero en copias y en enviar documentación por paquetería pues vivo fuera de la capital del país donde ella radica, pero nada avanzaba.
De pronto, una luz en el camino: citarían a mi hijo a una revisión médica en un hospital público. “Ah! Qué bien!” Pensé.
Mi abogada me dijo: “¿tu hijo no tiene alguna enfermedad adyacente?” Le dije que afortunadamente no.
Me preguntó si no tenía forma de conseguir algún justificante médico donde se dijera que mi hijo padecía alguna enfermedad. Me sorprendió mucho que me solicitara eso. Me negué. Buscar un comprobante médico falso para justificar que mi hijo estaba enfermo me parecía de lo más corrupto. Ni siquiera me pasó por la mente pedirle a ningún médico que falseara la información. Y claro está que cualquier médico con ética no lo hubiera hecho.
Me dijo que entonces estábamos en problemas: si a mi hijo en esa consulta médica no le era detectada ninguna enfermedad, no podría ser vacunado. Así fue. Gracias a Dios no le detectaron ninguna enfermedad adyacente, lo cual irónicamente lo puso en grande peligro de ser susceptible de contagiarse fuertemente de COVID por no tener la vacuna. Mi abogada me decía que no me desesperara, que buscaríamos otras vías para que él tuviera derecho a la vacuna. Me decía que en otros estados ya estaban procediendo los amparos.
Y mientras tanto, el COVID alcanzó a mi hijo. Hoy él tiene covid. Es un niño que no ríe, que no juega, que está oxigenando bajito, que no quiere comer (el doctor me dice que quizá necesite concentrador de oxígeno). Tengo muy claro que con la vacuna no es que él no se fuera a contagiar. Es evidente que la vacuna lo que ha hecho es atenuar los efectos del contagio, pero no los evitar. Lo que yo buscaba era que mi hijo estuviera más protegido y no lo logré. Le fallé, le falló el sistema, le falló su Presidente (porque él siempre ha estado orgulloso de tenerlo como Presidente), le fallaron los encargados de que él tuviera sus vacunas. Le fallamos todos.
Siento una furia y un coraje que jamás había sentido contra alguien que ni siquiera conozco como es al Presidente y a Gatell y ni ellos a mí, ni siquiera les importo ni saben de mi existencia. Pero siento impotencia porque tan solo porque ellos decidieron no vacunar a los niños menores de 14 años, quizá mi hijo hoy estuviera en mejores condiciones de salud.
Ni siquiera su pediatra me sabe qué decir. Me pide que le haga la prueba. Le explico que es carísima y que también mi hija de 15 años está contagiada.
Me comenta que entonces no hay nada que hacer más que asumirnos como contagiados todos los que habitamos esta casa, y qué hay que esperar. No puedo ni imaginar lo que sienten muchos padres que sí han tenido que hospitalizar a sus hijos por esta pandemia y que no fueron vacunados por este gobierno, me imagino su dolor.
Porque claro, muchos de ustedes al leerme pensarán: “Ay, pues qué tonta debió de vacunar a sus hijos en Estados Unidos” y pues sí claro, si tuviera visa y dinero para viajar allá ya estarían vacunados. Las vacunas, que quede claro, son un derecho universal, viene en el artículo 3ro de nuestra Constitución. Es una responsabilidad y es una obligación de este gobierno que no quiso cumplir porque no quiso y porque no pudo.
Hoy le ruego a Dios por la salud de mi hijo, de mi hija y por la de todos sus hijos.
Este país es francamente peligroso para ellos en todos sentidos. Gracias por dejarme desahogarme.
Mantengamos la calma, como lo he intentado hacer, porque el miedo nos paraliza.
Nuestros hijos nos necesitan fuertes.
Es cuánto.