Sé de lo que se trata la pobreza franciscana de la que habla el Presidente AMLO, lo sé porque en carne propia la he vivido.
Mi historia con la pobreza franciscana
Mi padre, que en paz descanse, un hombre grandiosamente responsable pero bastante duro, ganaba muy bien en su trabajo, sin embargo diariamente nos hacía sentir y saber y recordar a mi madre, a mi hermana, ambas ya también fallecidas y a mí, que no había dinero y que no tendríamos para sobrevivir. Por lo tanto la carga de culpa y angustia la sostuvimos durante muchísimos años. La creencia de que no había dinero, nos hacía sentir débiles frente a mi padre, porque solo él podía generar dinero y solo gracias a él podíamos sostenernos. Teníamos que aguantar sus enojos y sus violencias verbales a cambio de que no nos dejara sin comer, a mi madre le aterraba la idea de pedirle dinero pues venía entonces la violencia verbal (nunca física): “Mírate, me pides dinero y no ves que no hay ya para sobrevivir, no tengo dinero, no alcanza, tenemos que ahorrar, eres inconsciente, devuélveme el cambio, no te doy”. Y así… por años.
Decía que había que ahorrar, y ahorraba. Ahorró toda su vida. Pero él sí podía comer en restaurantes muy lujosos y vestir trajes caros (se los hacía a la medida un sastre), para él sí había dinero, para nosotras ya no alcanzaba, nunca alcanzaba , estrenar ropa o zapatos era el evento del año en casa.
Y siguiendo este mismo patrón, ya de adulta por no entender a la primera la lección, me topé otra vez en mi vida con otra persona que me hacía sentir una y otra vez que no tenía dinero y que sin él no podría sobrevivir, un segundo padre, pues... Y yo lo creía. No importaba lo mucho que quisiera salir adelante por mi misma, el me recordaba que él tenía más que lo que yo ganaría en algún trabajo, que nunca sería suficiente y que ojalá ese dinero no lo usara para divertirme o comprarme cosas, su mensaje diario fue: que sin su ayuda yo no sobreviviría.
Me recordaba que no había dinero y ¡uff! cuidado y se me ocurriera estrenar ropa o gastar algo en mí porqué regresaba otra vez a recordarme lo pobre y desvalida que yo era y lo mucho que lo necesitaba.
Así viví años, bajo este control, que ahora sé, tiene un nombre y se llama violencia económica.
Él también viajaba y comía en restaurantes lujosos, pero yo no podía hacerlo.
Yo era la pobre y yo necesitaría de él toda la vida.
La idea sostenida de carencia y de pobreza, hacía que él se empoderara cada día más, controlando mis acciones y mi vida sin yo darme cuenta.
Me costó bastante tiempo darme cuenta que yo me merecía tener algo mejor. Y entonces empecé a trabajar y a irme desprendiendo de este control económico que esta persona ejercía sobre mí.
Porque todo lo que me rodeaba tenía que ver con la pobreza franciscana.
Hablando de eso: Francisco de Asís fue un santo que “vivía” de la pobreza. Ser pobre y desprenderse de lujos hacía que la gente lo volteara a ver con admiración.
Se casó con la pobreza porque creía que con ella, valía más. Decía que su esposa era la pobreza. Sentirse indigno y frágil lo llenaba de poder ante los demás. ¿Les suena?
Muchos años me tomó darme cuenta que el tener o ambicionar o esforzarme por alcanzar un mejor modo de vida, no me hacía ser la hija sin herencia de Dios. Ni me convertía en la mala del cuento ni en satánica o indigna del amor de Dios.
Dios nos quiere felices. Este fue mi nuevo pensamiento.
Creo que si estás leyéndome hasta este punto te darás cuenta que te mereces muchas cosas en tu vida.
Creo firmemente es que entre más generas dinero u obtienes placeres gracias a él, será muy difícil que encuentres en tu vida a gente que mediante el poder que les da lo monetario controlen tu vida y tu existencia.
No es fácil vivir bajo la pobreza franciscana
Créanme, no es fácil vivir bajo la pobreza franciscana.
Créanme, merecen prosperidad, abundancia y todo lo que sus mentes puedan imaginar.
Los dos casos que les platico que viví de violencia psicológica, provenían también de padres ausentes, de ambientes llenos de pobreza extrema y de muchísimas carencias.
Estas dos personas no aprendieron a ganarse el amor y el respeto por sí mismos y tuvieron que acudir a que otros los necesitaran. Solo sintiendo que alguien les pedía ayuda es cómo validaban su paso por este mundo. Solo teniendo el control de los demás. No los culpo. Sus pasados estuvieron cargados de carencias más allá de las materiales y fui depositaria de sus miserias humanas.
Y ojo por favor, el “ya vamos a entrar en la etapa de la pobreza franciscana” del Presidente AMLO es en resumidas cuentas un: “NO te olvides que no tienes nada. Y que lo que tienes lo tienes gracias a mí, y que sin mí no tendrás nada, recuérdalo”.
No te permitas ser un pobre franciscano
No caigas, no te permitas ser un pobre franciscano.
Se ese mexicano próspero que aspira a vivir mejor y que comparte su éxito y abundancia con otros.
Te cuento mi historia tan solo para que tengas cuidado en qué versión de ti estás permitiendo que otros creen.
Perdóname si herí tus ideas religiosas.
No está mal ser pobre. Lo que está mal es que alguien más quiera verte pobre para tener el control de tu vida. Convencerte que eres más valioso porque estás muy jodido no es una buena idea. No permitas que te la vendan. Tienes derecho a desear, luchar y esforzarte por tener más. No te veas con malos ojos la etiqueta de “aspiracionista”. Si lo eres, estás venciendo la batalla.
Alguna vez esta última persona que tuvo control sobre mí, cuando por fin pude zafarme me dijo así en bajito “no está mal aspirar a algo mejor”. Creo se había dado cuenta que lo único que yo quería era eso. Aspirar a ser mejor. Y estoy segura que él querría también estar mejor. Pero la conceptualización del dinero y del gastarlo lo tiene ya muy introyectado. Será difícil que piense de otra forma y ¡Ah! por supuesto se me pasaba decirles, es súper ultra obradorista.
Bueno hasta aquí mi historia. Tampoco soy la mujer millonaria ni nada por el estilo. Solo sé que aspirar no es pecado y qué sentir todo el tiempo que no hay dinero es una pesadilla. También sé que hoy ya sé que no quiero junto a mi vida a personas que sean egoístas y avariciosas con el dinero o “codas” como le llaman en México y miserables. Perdón, pero no entran en mi círculo.
No dejes que entren en el tuyo.
Quizá aún estés tiempo de creer que merece la pena que seas más libre sin tanta carga. Que mereces prosperidad.
Gracias por leerme.
Es cuánto.