Vida y muerte de la novela

La muerte ha colocado a Milan Kundera (1929-2023) como tendencia en las distintas redes sociales por varios días. Ha tenido la fortuna de ser un escritor muy leído, muy citado. Su herencia novelística justifica su fama. Por ello vale la pena encontrar la raíz de la misma, la justificación del escritor y del novelista. Y no es un fundamento teórico sino histórico, la reflexión sobre el papel jugado por la novela a partir de la ruptura del mundo europeo con la Edad Media que, con Galileo y Descartes, se abriría a la edad moderna.

La pregunta esencial de la cual parte para su reflexión ha sido recurrente en los últimos 50 años, quizás más, que también se usa para otras expresiones artísticas o del pensamiento: ¿ha llegado a su fin la novela? Una respuesta positiva significaría, desde la perspectiva de Kundera, el fin de la edad moderna que en la literatura significa Miguel de Cervantes Saavedra y Don Quijote de la Mancha. Significaría que este arte no tiene más que decir al hombre (y a la mujer, y a las distintas expresiones del ser), que ha secado su capacidad de comunicación y conmoción. Muchos han hablado mal de la novela y han declarado su muerte. Muerte que ya se ha experimentado, comenta Kundera, cuando este arte se mecaniza, cuando ha sido aniquilado bajos los totalitarismos (como el soviético) o por supuestas vanguardias como el futurismo y el surrealismo (y pensar que el surrealismo es un freudismo, lo cual lo convierte en mecanismo predeterminado) que han querido aniquilarla a partir del desprestigio inducido.

Ese descrédito a la novela es el significado de “La desprestigiada herencia de Cervantes”, ensayo que abre el total de siete (número “mágico” para Kundera) contenidos en El arte de la novela publicado en 1986. Dos años después de La insoportable levedad del ser y después de un buen número de novelas publicadas. En esta novela que le dio fama al autor se encuentra ya esta reflexión sobre Cervantes y la edad moderna. Reflexión que también se encuentra en un amigo de Kundera, Carlos Fuentes, que tiene como libro de cabecera al Quijote y contesta también a la pregunta sobre el fin de la novela. Más allá del ensayo reflexivo, ambos autores responden de manera contundente negando ese fin, ¿cómo?: ¡escribiendo novelas!

“La novela, género supuestamente en agonía, tiene tanta vida que debe ser asesinada”, magnifica frase de Fuentes en Geografía de la novela, de 1993, que en su ensayo primero comienza con la pregunta esencial: ¿Ha muerto la novela? Y responde el autor: “Leer una novela: Acto amatorio, que nos enseña a querer mejor”.

Pasada la mitad del libro, Fuentes habla de su viaje en tren a Praga desde París junto a Julio Cortázar y Gabriel García Márquez en 1968. Se encuentran con Kundera en la hermosa ciudad “entre el alto gótico y el siglo barroco”. Inicia su amistad: “Compartía desde entonces, y comparto cada vez más con el novelista checo, una cierta visión de la novela como un elemento indispensable, no sacrificable, de la civilización que podemos poseer juntos un checo y un mexicano: una manera de decir las cosas que de otra manera no podrían ser dichas”.

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Mi ejemplar de Geografía de la novela, de Carlos Fuentes; 1993.

Citando a Husserl, Kundera parte en su ensayo de la crisis de la humanidad europea (sería mejor decir del concepto “occidental”, pues esa crisis se extendía en su espíritu al mundo influido por occidente; aunque aquí valdría la pena una disquisición sobre Ángel Rama La ciudad letrada y la transculturación narrativa). Y es que la ciencia olvidó al ser. La razón, la técnica excluyeron el mundo concreto de la vida. En este sentido, la novela ocupó esa parte vital necesaria para el hombre.

Milan Kundera plantea que con Cervantes nace la edad moderna literaria. A partir del Quijote, la novela extiende su influencia social al grado de sustituir a la filosofía en ciertos temas desdeñados por la supuesta crisis filosófica con Galileo y Descartes. Cervantes plantea la aventura quijotesca que se ramifica posteriormente con autores como Samuel Richardson, en que se lee “lo que sucede en el interior” del ser; Balzac y el arraigo del hombre en la historia; Flaubert y la tierra desconocida de lo cotidiano; Tolstoi y la intervención de lo irracional en las decisiones y comportamientos humanos.

Y en relación a la novela en el tiempo: Proust y el inalcanzable momento pasado; Joyce y el inalcanzable momento presente; Mann y el papel de los mitos. Un tránsito que pasa por Cervantes, Diderot, Balzac, Flaubert y llega a Joyce. Kundera cita a Hermann Broch: “Descubrir lo que sólo la novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela. Con esta consideración, es posible una teorización de la realidad a partir de su concepto o la conceptualización de la novela”. La novela proporciona unidad a la humanidad, podríamos decir, en la desgracia, y significa: nadie puede escapar a ninguna parte. Es decir, aquí estamos y esto somos.

El fin de la herencia de Cervantes, la crisis tan citada o el fin de la novela, significaría el fin del mundo moderno. Sin embargo, la novela continúa renovándose en el tiempo, en temáticas, en humanidad. Su sentido es hasta ahora interminable. Esto que ahora pienso entró en crisis cuando seguí la enseñanza de Borges que no escribió novela y casi no la leía salvo pocos autores, Cervantes y Conrad, en los extremos. La idea del ripio interminable como lazo conector de las novelas también interminables me llevó a creer de manera radical en Borges. Después de los mamotretos de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes y 2066, no quise saber más.

Sin embargo, escuché a Borges de otra manera, considerando la acción continua en la novela, eligiendo a autores que renuncien al ripio, a la ensoñación y el sueño, a la “psicologización” deliberada, a la narración del paisaje, a todo pretexto para hacer crecer en número de páginas de manera artificial, para crear “la gran obra”, en cantidad. Pero también he escuchado recientemente a un escritor mexicano que me ha hecho creer de nuevo en las cualidades y posibilidades de la novela, Agustín Ramos. Acabo de cerrar las páginas de La noche (2007), un novela muy grata no obstante el drama existencial de los personajes (ya hablaré de ello más adelante).

Entramos pues, al terreno del derecho, la crítica y el juicio del lector, su interacción con la novela; cada quien elige conforme a sus criterios y gusto. Creo que esta actitud nos concilia con el género y con todo lo leíble. Encontrar la levedad dentro de lo pesado; aunque también la carga, si es buena, no pesará.

Milan Kundera y el arte de la novela

Kundera, Parménides y Beethoven

En efecto, tal cual refiere Fuentes, Mozart estrenó en 1787, en el Teatro Estatal de Praga, Don Giovanni. He estado en el bello teatro de esa hermosa ciudad. Y aunque Fuentes propone a García Márquez y Cortázar “arrebatándose” las óperas de Leoš Janáček, en realidad quiero referir algo que cuenta Kundera en La insoportable levedad del ser. Levedad que tiene que ver con la idea del eterno retorno nietzscheano con la cual comienza la novela. Idea de que si todo regresa en la existencia tal como se presentó con el peso de la vez primera, sería intolerable. Retorna, mas sin la carga trágica o asesina, por eso el hombre –consciente o ignorante- se toma la vida con ligereza, una levedad insoportable para la conciencia. ¿Pero es esa levedad positiva o negativa, qué hemos de elegir, el peso o la levedad?, se cuestiona Kundera.

Interrogante que se planteó Parménides en el siglo VI antes de la bisagra (o sea, “antes de Cristo”). Para el filósofo griego, al estar el mundo dividido en principios contradictorios negativos y positivos, luz-oscuridad; sutileza-tosquedad; calor-frío, etcétera, hay una parte positiva y otra negativa. Por ello, Parménides eligió la levedad como positiva y el peso como negativo (en su bello “Poema de la naturaleza”). En cambio, Beethoven eligió otra respuesta; lo contrario. O transitó por ambas. “La contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones”, concluye sin concluir Kundera.

Kundera habla del tránsito de Beethoven, en dos de sus obras, de la levedad a la seriedad. A través de la relación de los personajes Teresa y Tomás, explica el origen y el final del motivo musical contenido primero en un alegre y leve cuarteto coral a la gravedad de su último cuarteto de cuerdas compuesto poco antes de morir: “Muss es sein?, es muss sein!”: ¿Debe ser? ¡Debe ser! Reproduzco a Kundera y comparto los dos números musicales interrelacionados referidos.

“A pesar de que gracias a Teresa se había aficionado a Beethoven, Tomás no entendía demasiado de música y dudo que conociera la verdadera historia del famoso motivo «muss es sein?, es muss sein!».

“Es la siguiente: cierto señor Dembscher le debía a Beethoven cincuenta marcos y el compositor, que jamás tenía un céntimo, se los reclamó. «Muss es sein?» suspiró desolado el señor Dembscher y Beethoven se echó a reír alegremente: «Es muss sein!»; inmediatamente anotó aquellas palabras y su melodía y compuso sobre aquel motivo realista una pequeña composición para cuatro voces: tres voces cantan «es muss sein, es muss sein, ja, ja, ja», «tiene que ser, tiene que ser, sí, sí, sí», y la tercera voz añade: «Heraus mit dem Beutel!», «¡Saca el monedero!».

Aquí el simpático y brevísimo cuarteto vocal:

“Ese mismo motivo fue un año más tarde la base de la cuarta frase de su último cuarteto opus 135. Beethoven ya no pensaba entonces en el monedero de Dembscher. La frase «es muss sein!» le sonaba cada vez más majestuosa, como si la pronunciara el propio Destino. En el idioma de Kant, hasta el «buenos días», con la entonación precisa, puede adquirir el aspecto de una tesis metafísica. El alemán es un idioma de palabras pesadas. De modo que «es muss sein!» ya no era ninguna broma, sino «der schwer gefasste Entschluss».

“De ese modo, Beethoven transformó una inspiración cómica en un cuarteto serio, un chiste en una verdad metafísica. Esta es una interesante historia de transformación de lo leve en pesado (o sea, según Parménides, de transformación de lo positivo en negativo). Sorprendentemente, semejante transformación no nos sorprende. Por el contrario, nos indignaría que Beethoven hubiese transformado la seriedad de su cuarteto en el chiste ligero del canon a cuatro voces sobre el monedero de Dembscher. Sin embargo, estaría actuando plenamente de acuerdo con Parménides: ¡convertiría lo pesado en leve, lo negativo en positivo! ¡Al comienzo (como un boceto imperfecto) estaría la gran verdad metafísica y al final (como la obra perfecta) habría una broma ligera! Sólo que nosotros ya no sabemos pensar como Parménides.”.

Y si quieren transitar de la levedad a la seriedad beethoveniana, al Cuarteto de Cuerdas No. 16 en Fa Mayor, Op. 135 “La difícil decisión”. Aquí está en versión de Leonard Bernstein y la Filarmónica de Viena con instrumentos multiplicados:

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo