El llamado “milagro mexicano” que conjugó condiciones de estabilidad macroeconómica, baja inflación y endeudamiento, así como un alto crecimiento económico, forma parte de un paradigma al que se mira con admiración y nostalgia.
Se reconoce en ese periodo la ruptura del ciclo devaluatorio con inflación y concentración del ingreso, por uno que logró el despliegue del desarrollo con la estabilidad monetaria. Aunque ciertamente hubo devaluaciones, ocurrió la última de ellas en 1954, cuando se fijó la nueva paridad en 12.50 pesos por dólar. Vale recordar que entre 1940 y 1946 el crecimiento del PIB fue de 7 por ciento, mientras entre 1946 y 1952 del 5.6 por ciento; después y hasta 1970 el comportamiento de la economía se caracterizó por lo que se denominó 6-6 y 2-2, que refirió un crecimiento del 6.6 por ciento y una inflación del 2.2 por ciento.
El milagro mexicano se combinó con la expansión de, entre otras magnas obras y acciones:
- La infraestructura carretera
- La red hídrica
- La construcción de grandes presas de riego
- La creación del IMSS
- Del hospital 20 de noviembre
- La expansión ferrocarrilera
- La modernización de aeropuertos
- El reparto de utilidades
- La nacionalización de la industria eléctrica
- La construcción de grandes centros habitacionales
Una primera parte de la expansión fue soportada en el sector primario y después con el despliegue industrial que vino de la mano de la sustitución de importaciones, en condiciones de la economía de guerra y después con el despliegue de la post- guerra. La permanencia de Antonio Ortiz Mena como secretario de Hacienda en dos periodos presidenciales, los que se cubrieron de 1958 a 1970, se vincula a la consolidación del modelo de desarrollo estabilizador. Sin embargo, se presentó una ruptura cuando los supuestos que le daban vida fueron desplazados al inicio de la década de 1970, una vez que el nuevo gobierno proclamó el paso del desarrollo estabilizador al desarrollo compartido.
A partir de entonces y de la mano de una mayor intervención del Estado que rompió los equilibrios financieros de antaño, así como de un reacomodo del mercado mundial con oscilaciones de precios y de tasas de interés, inició un periodo caracterizado por las devaluaciones sexenales recurrentes entre 1976 y 1994, que generaron procesos inflacionarios muy complejos, alta concentración del ingreso y deterioro de las condiciones de desarrollo del país. Las altas tasas de crecimiento no se consiguieron salvo momentos excepcionales como en el año 2000 cuando se obtuvo uno del 7 por ciento.
A pesar de que con la autonomía del Banco de México se logró superar las crisis devaluatorias, ya no se han alcanzado los niveles de crecimiento necesarios para un país de las condiciones de México. Se oyen caducas las proclamas de alcanzar una generación de 1 millón de empleos anuales y de un crecimiento de más del 5 por ciento, que se vienen repitiendo desde hace más de dos décadas, pero que desde entonces no se han podido cumplir.
El gobierno actual, al igual que sus predecesores, se impuso recuperar los niveles de alto crecimiento, pero el 2019 cerró con un trimestre de decrecimiento, lo que se acrecentó con el Covid-19, al grado de generar una caída del 8.5 por ciento en el 2020, que solo se equipara al índice que se registró entre 1930 y 1931 con la gran depresión de 1929, cuando la pérdida del crecimiento fue de alrededor del 10 por ciento del PIB.
El modelo del gobierno se ha caracterizado por una obstinada disciplina fiscal, combinada con la negación a generar políticas de aliento a la inversión y para defender el empleo; el resultado de ello es que, efectivamente, se ha logrado la estabilidad, pero se ha negado el crecimiento económico y el desarrollo. Se refiere la expectativa de un buen comportamiento de la economía, pero con ello se espera que el año entrante apenas se alcance el nivel que se tenía antes de la pandemia, lo que dista de ser una buena noticia porque regresaremos a como estábamos hace 2 años, y siendo que entonces no teníamos un nivel de crecimiento satisfactorio.
Poner el énfasis en la estabilidad de las finanzas se considera afín a una tendencia conservadora y de derecha, mientras colocar el acento en el crecimiento y el desarrollo se relaciona con la izquierda. Por ende, sorprende que este gobierno se concentre en lo primero y desatienda lo segundo.
El imperativo estabilizador ha sido cruento y voraz en el reclamo de recursos; para saciar esa demanda se ha generado una gran destrucción de acervos dispuestos bajo las figuras de fondos y fideicomisos, en el marco de un ejercicio concentrador y discrecional que lejos de mostrar beneficios, forma lagunas de respuesta a las responsabilidades del Estado.
La economía carece de fuerza propia, pues la dinamiza el mercado externo y las remesas, al tiempo que las inversiones en infraestructura se muestran relajadas e insuficientes. En síntesis, el modelo de ahora es de estabilización, sin desarrollo.
Samuel Palma en Twitter: @vsamuelpalma