Serán las elecciones presidenciales del 2024, donde Morena sepulte a la oposición. De hecho, en vísperas de ese proceso, el presidente López Obrador no solamente pone en marcha los trabajos territoriales, sino que ha fijado las reglas internas de participación, mientras la oposición sigue buscando pretextos de la derrota electoral en el Estado de México. Además de ello, el mandatario federal ha signado un acuerdo político de unidad con todos los aspirantes presidenciales; a todos, sin excepción, les abrió el camino para incursionar en una trinchera en dado caso de no ganar la encuesta.
El presidente ha hecho, ni más ni menos, que una jugada maestra, con mucho oficio político y sin desgastarse. Es decir, los asuntos los tomó personalmente y en presencia de quienes buscan sucederle. Con ello, acotó toda incertidumbre y prometió piso parejo. Incluso, el propio Consejo Nacional traía una lectura muy clara de la propuesta presidencial. De hecho, al término de la asamblea del órgano rector, se notó que la unidad será clave para ganar la presidencia de la República.
Después de qué el presidente tomó la batuta sucesoria, la oposición ha comenzado a reaccionar a medias. Noto, en ese sentido, que la fragmentación será el común denominador del contrapeso y su principal talón de Aquiles. Tienen una lista larga de más de treinta aspirantes a la presidencia; todos, sin excepción, lo que buscan es una posición en la siguiente legislatura. En tanto no se pongan de acuerdo y salgan del agujero profundo en el que se encuentran, la alianza Va por México está condenada al fracaso.
Sabemos que perderán la elección presidencial y la mayoría de gubernaturas que estarán en juego. El revés que sufrieron en el Estado de México los ha noqueado. Por ejemplo, el PRD ha terminado sepultado después de no haber alcanzado el 3% de la votación final. Es decir, no rebasan el mínimo de los sufragios depositados. Dicho en otras palabras, un desempeño pobre y una ausencia de cuadros. De hecho, aún no comienza la etapa álgida y los signos de agotamiento que presentan, ante la nula capacidad de reacción, los tiene contra las cuerdas.
Solo por mencionar un ejemplo, Morena tiene prácticamente dominado el mapa territorial. Es decir, casi el 75% de la población, en las entidades federativas, son gobernadas por el lopezobradorismo. A ello le sumamos que la presidencia de la República está en manos del máximo referente a nivel nacional. La popularidad y los altos índices de aprobación del presidente fortalecen todavía más al movimiento y los procesos electorales venideros.
Caso contrario, la oposición lleva más de cinco años de capa caída; el menosprecio que sienten hacia ellos se ha prolongado. El PRI, por ejemplo, no solamente perdió su laboratorio electoral más importante del país, sino que es el partido político que menos credibilidad tiene ante la sociedad. No se diga el PAN, que con cuadros como Xóchitl Gálvez y Lilly Téllez, siguen siendo destellos que no terminan por cuajar en la simpatía de la ciudadanía. Y del PRD, que ha perdido hasta la dignidad y la esencia de un partido de izquierda, su respaldo es escaso, mínimo, por decirlo de una forma.
Morena ganará la elección presidencial del 2024. El presidente López Obrador ha construido, en la antesala del proceso, una ruta de participación nutrida y vigorosa. Además de ello, logró un acuerdo de civilidad y respeto y eso, a la postre, garantiza la unidad. Y, del otro lado, vemos una oposición menguada, débil, indefensa y endeble. Todo el contrapeso, sin excepción, no solo está totalmente extraviado, sino desdibujado. Se ha dedicado, en los cinco años del gobierno de AMLO, solamente a mostrar su pobre nivel, eso sí, con una narrativa típica de una oposición de derecha que no tiene, por cualquier ángulo que busquemos, un proyecto de nación. Una muestra de la degradación que viven, son los comentarios de los dirigentes de Va por México.
Hoy la oposición no tiene posibilidad alguna de competir en 2024. Está claro que Morena ganará la presidencia de la República; asimismo, conquistará cerca de 7 de 9 entidades federativas que estarán en juego y, con ese efecto, será mayoría en ambas cámaras legislativas. Y saben ¿por qué? Es sencillo: el presidente Obrador se organiza, planea y es mediador del proceso, ciudadano cada uno de los aspectos. En cambio, la oposición no solamente es espectadora, sino que sigue noqueada.